Arte

Ensor en el MoMA

Cuando miramos hacia las vanguardias del siglo XX, lo habitual es detenernos entre Paris, Viena y Berlí­n, ciudades a las que acudí­an los artistas de toda Europa. Sin embargo Bélgica también contó con un interesante movimiento vanguardista a finales del siglo XIX, muy influenciado por el expresionismo, del que James Ensor (1860-1949) fue una figura crucial. Su trabajo tan peculiar, su trayectoria autónoma, difí­cilmente catalogable, influyo en artistas tan diversos como Paul Klee, George Grosz, Alfred Kubin o Emil Nolde. Penetrar en el universo de Ensor es hacerlo en un mundo tétrico, en una feria grotesca de personajes esperpénticos y extravagantes, un carnaval siniestro de esqueletos danzantes.

Un mundo rofundamente irreal, que con la perspectiva que nos da la distancia en el tiempo, se nos antoja completamente transgresor y visionario, desafiando las normas academicistas que todavía perduraban en Europa durante su etapa de máximo esplendor, y sentando las bases para las rupturas que recorrerían Europa unos años después. La muestra que el MoMA inaugura este domingo incluye cerca de 120 obras que cubren la etapa más fructífera del pintor, de 1880 hasta mediados de 1890. Aquí están sus escenas fantásticas y fantasmagóricas de máscaras inquietantes y personajes exagerados. Ensor empezó pintando retratos, pero su carrera se volcó rápidamente hacia lo irreverente y pronto se involucró en el grupo vanguardista Les XX (Los Veinte), cuya meta era animar nuevas tendencias artísticas en Europa, sobre todo después de que los salones oficialistas rechazaran sus trabajos, como ocurría con la mayoría de artistas de la época que acabaron marcando un punto de inflexión en la historia, -no olvidemos que este grupo belga coincide con la aparición de los impresionistas en París-. Influido por los colores impresionistas y la imaginería grotesca de maestros flamencos antiguos, como El Bosco y Bruegel, su etapa más interesante coincide, curiosamente, con la recuperación, muy a su manera, de la temática religiosa, basada fundamentalmente en los tormentos de Cristo. Mostraba así su irreverente rechazo y disgusto con la sociedad bienpensante del momento. Toda una serie de bocetos y cuadros que culminaron con el enorme Entrada de Cristo en Bruselas. En uno de los gigantescos dibujos que se pueden ver en el MoMA, Cristo aparece rodeado de una muchedumbre amenazante que recuerda las pinturas negras de Goya, bajo un cartel de Charcutería Jerusalén. La carrera de Ensor fue intensa y corta, pero no dejó de pintar sátiras despiadadas. Su imaginación grotesca no tenía límites para ridiculizar a los poderosos de la época. En el Alimento Doctrinario (1889) no duda en retratar al rey y otras figuras de la política belga, el ejército, la iglesia, defecando tranquilamente sobre un grupo de ciudadanos. En Los Jueces Sabios (1891) critica sin reparos el sistema judicial corrupto de la época y los magistrados aparecen sentados frente a una mesa con restos de cadáveres. Un estilo más propio de la caricatura periodística de ironía mordaz, que Ensor elevó al rango de la pintura, y ahora coloca en el hierático museo neoyorquino, para que el mundo contemple la vigencia de sus crudas estampas.

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