Los mandatarios latinoamericanos aprovecharon la presencia de su par norteamericano Barack Obama, para increparlo por la política que ejerce su gobierno sobre los países de la región. El presidente boliviano responsabilizó a Washington de hacer que la séptima Cumbre de las Américas, en Panamá, haya concluido sin un documento final. “Lamento mucho denunciar al mundo entero que no es posible que el gobierno de Estados Unidos, con algún país, deje a este encuentro sin un documento, sin una resolución”, dejó en claro Evo Morales.
Lo cierto es que hubo un empate 33-2. Los cancilleres de los 33 países de América latina y del Caribe, previo visto bueno de sus jefes de Estado, estuvieron de acuerdo con la aprobación del documento, pero los dos del norte, EEUU y Canadá, dijeron que no, pues opinaban que la salud no es un derecho humano, tenían reservas con la transferencia tecnológica (cobran por ello a nuestros países) y que no se debía exigir el levantamiento de las sanciones de EEUU a Venezuela. No pudo aprobarse porque según las normas de la OEA debía haber consenso. Por eso fue un empate 33 a 2.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, Evo Morales y su par ecuatoriano Rafael Correa, respectivamente, hicieron hincapié en las sanciones económicas impuestas a Venezuela y la injerencia que Estados Unidos ejerce sobre los países de la región. La presidenta argentina Cristina Kirchner también criticó el decreto estadounidense que declara a Venezuela como una amenaza para la primera potencia mundial, al que llamó “una sinrazón y una pena”.
Poco antes de iniciarse la Cumbre, Estados Unidos procuró “aflojar” la tensión existente por el Decreto firmado por Obama planteando que “Venezuela constituía un peligro para la seguridad de los Estados Unidos”. Thomas Shannon, delegado de Obama se reunió con el Presidente de Venezuela para decirle que “Estados Unidos no cree que Venezuela represente una amenaza a nuestra seguridad nacional”, negando lo sustancial del mencionado Decreto.
La firmeza con la que respondieron los pueblos y varios gobiernos de Nuestra América y las 11 millones de firmas de venezolanos pidiendo la anulación de dicho Decreto, motivaron ese “retroceso táctico” –posiblemente circunstancial– de la diplomacia norteamericana.
Para la prensa hegemónica, lo más importante fue la foto de la “charla informal” de Raúl Castro y Barak Obama, tras 56 años de “divorcio” entre ambos países. Lo anunciaba así el mandatario cubano: Estamos dispuestos a discutir todo. Pero para avanzar vamos a necesitar paciencia, mucha paciencia. De algunas cosas podremos persuadirnos. De otras no.
El canciller cubano Bruno Rodríguez dijo que ambos países entienden el proceso de normalización plena de la relación en dos etapas. La primera comprende la exclusión de Cuba de la lista de organizaciones terroristas, según la visión del gobierno de Washington, y la normalización de los servicios bancarios de la oficina de intereses de Cuba en EEUU, bloqueados desde el año pasado.
La segunda etapa tendrá que abordar el levantamiento del bloqueo comercial, la apertura de embajadas en las dos capitales, el cierre de la base militar de Guantánamo, y medidas concretas para que EEUU deje de promover cambios internos en la vida política de Cuba. El canciller afirmó que habrá una segunda ronda presidencial de negociaciones… “pronto, muy pronto”. Lo demás, son fuegos de artificio.
“No queremos más doctrinas Bush. Deje de lado los discursos de doble moral para el pasado. Deje de lado las amenazas, los chantajes, las presiones que se cierran desde el Capitolio o la Casa Blanca sobre nuestros gobiernos”, pidió Morales a Obama al finalizar su discurso.
Correa también celebró la presencia de Cuba en el foro y las negociaciones de acercamiento diplomático con Estados Unidos. Sin embargo, también reparó que “Aún está pendiente el inhumano bloqueo comercial y la devolución del territorio de Guantánamo”, enfatizó.
EEUU perdió el control
Como colofón, queda en claro que ya Washington no es la que marca la agenda latinoamericana y caribeña, aun cuando aún puede condicionarla. Por suerte ya no somos lo de hace 21 años, cuando en diciembre de 1994, el carilindo Bill Clinton anunciaba en la primera Cumbre de las Américas en Miami que todos los países del continente (y por nuestro bien) debíamos formar parte del ALCA…
Hace dos décadas, aprovechando el colapso del modelo soviético, comenzó a imponer la hegemonía del libre mercado –bajo su único liderazgo–, como único modelo posible para su patio trasero, en un camino irreversible. El modelo incluía la sujeción económica, política y también militar. En ese 1994, Clinton ordenó una revisión de los centros de Inteligencia, control y comandancia involucrados en operaciones antinarcotráfico y estableció tres Fuerzas de Tarea Conjunta entre Agencias: Oeste, Este y Sur.
Pero comenzaron los cambios latinoamericanos, con Hugo Chávez como locomotora. En 2001, el dejaba constancia en la declaración final de la Cumbre de Quebec que se oponía al ALCA. Y en las calles de todo el mundo occidental comenzaban a crecer las manifestaciones antiglobalización. En 2005, en Mar del Plata, fue el ¿sorpresivo? No al ALCA, de la mano de Chávez, Lula, Kirchner.
Quizá después de esta cumbre del 2015 se podrá medir cuánto se ha avanzado en la integración política de los países latinoamericanos y del Caribe, y en qué medida la región se ha zafado de la subordinación al polo de poder que representa EEUU, en la perspectiva de un esquema nuevo de cooperación basado en la independencia, la soberanía nacional y regional y la multipolaridad.