Fermí­n Cabal. Director de Teatro

En Memoria de Harold Pinter

Ha sido Harold Pinter, en mi oinión, el autor más influyente en la escritura teatral contemporánea. Una influencia, en muchos casos subterránea, pues su trabajo pocas veces ha sido celebrado por el gran público. Pero su escritura ha impregnado la de muchos otros autores más jóvenes, que hoy pueblan los escenarios de todo el mundo con obras en las que se exploran los aspectos pragmáticos de la lengua, los ritmos verbales, como elemento esencial del diálogo escénico, reproduciendo las fracturas, las ambigüedades, las incoherencias del lenguaje coloquial como horizonte en el que se proyectan las fracturas, las ambigüedades y las incoherencias de sus personajes. El teatro de Pinter no ha sido nunca fácil, sus obras se han situado siempre en ese límite expresivo que llamábamos hace años “la vanguardia”, antes de que esa instancia fuera vaciada de contenido por el paternalismo político-cultural de las sociedades postindustriales. Las primeras obras de Pinter, escritas en los años 50, se vieron inclusas en el movimiento de los “jóvenes airados” que sacude el teatro británico a mediados de aquella década. Sus personajes, con su habla coloquial directa, y sus actitudes irrespetuosas hacia los valores tradicionales, parecían compartir valores y desafíos con los de Osborne, Wesker, Arden… Pero su renuencia a desarrollar un discurso político directo, le sitúa en una posición periférica entre su grupo generacional. Pronto, otro sector de la crítica, le va a considerar como un simple reflejo del teatro del absurdo, que entonces hace furor en el Continente. Y el propio Pinter, quizá buscando su identidad, coquetea con la idea de ser “un escritor del teatro del absurdo” Yo creo que ambas adscripciones, la de vanguardista del absurdo y la de “joven airado” son inexactas. Supongo que los críticos y quizá el público, tiene necesidad de encajar a los artistas en determinados grupos por afinidades estéticas o generacionales, y comprendo que en el caso de Pinter, hayan echado mano de lo que tenían a su alcance, pero, con la perspectiva de más de 50 años, creo que está claro que se trató de un malentendido. Pinter adelanta ya esa preocupación por la pragmática del lenguaje que vamos a encontrar 20 años después, tras la resaca de los años 70, en los dramaturgos que recuperan en todo el mundo la palabra: Mamet, Kroetz, Koltes, Strauss, Santana y Grumberg… Sus personajes son seres hablantes que reproducen las vacilaciones, las pausas, los lapsus, las repeticiones… que encontramos todos los días, lo que no impide al autor elevarse sobre el coloquialismo en una misteriosa operación alquímica que convierte en oro el habla callejera. El teatro de Pinter no ha tenido éxito en España. Sus primeras obras seguramente no encontraron, eran los años del franquismo, un medio adecuado donde enraizar, pero lo cierto es que tampoco después han conseguido llegar al público. Yo diría que nunca han despertado mucho interés entre los profesionales. Solo a partir de los 90, y gracias al esfuerzo de Sanchis Sinisterra, gran admirador del británico, su obra se ha difundido entre los más jóvenes, aunque su influencia haya llegado indirectamente a través de David Mamet y otros escritores norteamericanos. Para concluir estas reflexiones, y a la vista de que Pinter carece entre nosotros de espectadores, de lectores, de que es desconocido por la crítica y por la academia, y de que la mayoría de escritores españoles no lo han olido, me atrevo a decir que la dramaturgia Pinteriana aún no ha sido recibida en el teatro español como merece. Creo que Pinter, es uno de los autores indispensables para conocer el presente de la escritura dramática. Y creo, finalmente, que el hecho de que su obra siga siendo desconocida en España es un síntoma elocuente de que algo no funciona en nuestro teatro.

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