SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

En Madrid toman nota

La Via Catalana ha sido un éxito y así se está percibiendo desde Madrid. No ha habido incidentes remarcables, todos los tramos se han cubierto y en las zonas más pobladas la gente se agolpaba masivamente en las aceras. Más de medio millón de personas a lo largo de 400 kilómetros bajo el lema de la independencia de Catalunya. Eso es todo. Y eso es mucho.

¿Todos independentistas? La mayoría, sí; todos, no. Aunque algunos lo viven como un credo religioso –hace veinte años estaban en franca minoría y ahora se ven en el centro de un gran debate político–, el independentismo catalán es hoy un estado de ánimo difuso. Il secessionismo difuso, del que desde hace unos años se habla en el norte de Italia creo que es una equivalencia válida, que merece, sin embargo, una precisión: la tradición política, la sentimentalidad y el historicismo son superiores en Catalunya.

Un movimiento popular-mesocrático, que aúna a buena parte las viejas clases medias catalanas con personas que tienen su origen fuera de Catalunya –en la cadena humana también se hablaba en castellano– y a muchos jóvenes. Se le puede dar muchas vueltas y se pueden escribir páginas y páginas sobre la cuestión, pero creo que lo de este miércoles por la tarde se puede resumir de la siguiente manera: el independentismo es hoy la expresión más directa y dinámica del cúmulo de malestares que se concentran en Catalunya como consecuencia de la crisis económica y de la desgraciada revisión del Estatut. Medio millón de personas habrán participado hoy en la Via Catalana (inscribiéndose previamente en el recorrido, desplazándose, estudiando itinerarios…), con determinación y con voluntad de incidir en el curso de la política, cuando tantas cosas del mundo parecen estar fuera de control. Aún a riesgo de exagerar, podríamos afirmar que el independentismo catalán es la cristalización más excéntrica de un nuevo regeneracionismo español quizá imposible. Son muchas las personas en España que hoy sueñan con un reset.

Una minoría que se siente políticamente fuerte. Una minoría dinámica y protegida por el civismo y la hegemonía política vigente en Catalunya desde antes de la muerte del general Franco. No representa a toda Catalunya, por supuesto, como quedó demostrado en las elecciones del pasado mes de noviembre, pero es en estos momentos la principal minoría del país. La minoría mayoritaria. Tiene a otra minoría (mucho más minoritaria) abiertamente en contra; mientras otra minoría –la que puede decantar las cosas en los próximos años– observa la situación desde una cierta incomodidad, porque comparte algunas de las razones del independentismo, pero se resiste a pronunciarse a favor de la ruptura. Por razones sentimentales, por vínculos familiares, por legítimos intereses profesionales y empresariales, por coherencia con la actitud mantenida hasta ahora, o por temor a un desgarro de la sociedad catalana de costes excesivos. Estos indecisos serán determinantes en los próximos años.

En Madrid. En los despachos de Madrid, para ser más precisos, puesto que en Madrid también hay posiciones políticas diversas y muchos matices, hoy se ha tomado nota de la constancia e intensidad de la reclamación soberanista catalana. Mañana leeremos exabruptos en alguna prensa madrileña, sin duda alguna. Pero eso no es lo importante. Han tomado nota. En Madrid están tomando nota. Y empieza a abrirse paso la idea de que la fase del silencio expectante –»a ver si se cansan»– debe darse por concluida, para ensayar una estrategia más basada en la propuesta. Se esbozarán ofertas. El problema es que no hay mucho margen para ello. La economía está averiada y los dos principales partidos políticos españoles viven el momento más bajo de su reciente historia y se combaten en todos los frentes. Nos sostiene la Unión Europea, donde también habrán tomado nota(1).

En Madrid, también toma nota la extrema derecha. Alrededor de las ocho de la tarde, un grupo de facinerosos con estandartes de la Falange, algunos de ellos con el rostro cubierto, han interrumpido el acto de celebración de la Diada en la delegación de la Generalitat en Madrid. Los extremistas han dañado la puerta del local, han roto mobiliario y tras encararse con el delegado de la Generalitat han lanzado un gas irritante a los asistentes, provocando momentos de pánico. Algunas personas con problemas respiratorios han tenido que ser atendidos por el SAMUR. El acto –un concierto seguido de una copa- ha proseguido al cabo de unos minutos en los jardines exteriores del edificio. Se desconocen los motivos por los que el local no contaba en aquel momento con protección policial.

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