Conceden el Nóbel de la Paz a Obama

Emperador blanco malo, Emperador negro bueno

En una de esas insólitas piruetas a las que de tanto en tanto nos tiene acostumbrados, la Academia sueca hací­a pública la semana pasada su decisión de conceder el premio Nóbel de la Paz al presidente norteamericano, Barack Obama. Sorpresa en medio mundo, incredulidad en el otro medio. Incluido el propio inquilino de la Casa Blanca, que en su breve discurso de aceptación y agradecimiento público, vino a decir algo así­ como «¿qué he hecho yo para merecer esto?»

Y es que esa es, en oinión de muchos, la pregunta del millón. ¿Qué méritos puede presentar Obama para recibir tal distinción? Incluso un personaje tan nefasto como Henry Kissinger –correctamente definido por el ensayista norteamericano Gore Vidal como el mayor criminal de guerra vivo y en activo–, cuando fue galardonado con tal distinción en 1973 era al menos capaz de presentar, junto a la galería de horrores sin nombre de los que había sido autor, diseñador o inspirador, el logro de haber puesto fin a una cruenta y despiadada guerra, la de Vietnam. Aunque él mismo, junto al inefable Nixon, hubiera contribuido años atrás a alargarla y extenderla al resto de la península Indochina. Cosa que la Academia sueca, al parecer, consideró irrelevante para el caso. Sin embargo, ¿que logros puede ofrecer Obama cuando apenas ha iniciado su mandato, y no le ha dado tiempo todavía a hacer otra cosa que poner fin a una guerra ya finiquitada y perdida, la de Irak, e intensificar otra, la de Afganistán, que sigue ese mismo curso? Se ha dicho estos días, buscando una explicación a lo aparentemente inexplicable, que en realidad lo que han pretendido al otorgarle el galardón no es tanto premiar una trayectoria como incitar a ella. Es decir, no se habría premiado a Obama por lo que ha hecho, sino por lo que se espera que vaya a hacer. Decisión tan paradójica como laurear a un novelista por la novela que tiene en mente, y no por las que ha publicado. Pero dando por bueno que es efectivamente esto lo que se ha premiado, ¿qué es eso tan importante que los académicos suecos esperan de Obama como para atreverse a correr el riesgo de darle un premio, no como reconocimiento de sus obras ya reconocidas, sino por sus esperados méritos futuros? Emperador bueno, emperador malo En realidad, el mensaje que contiene el premio de la Academia es doble. Y como tal conviene descifrarlo. En primer lugar, a nadie se le escapa que la distinción a Obama sólo puede entenderse por oposición a la figura de Bush, posiblemente el presidente norteamericano más impopular y odiado fuera de EEUU. Al galardonar a Obama incluso antes de que pueda (o sepa, o quiera) convertir sus promesas en acción, la Academia sueca –y por extensión, las elites burguesas ilustradas de media Europa– no hace otra cosa más que realzar, frente a la brutalidad y la arbitrariedad de Bush, la idea de que lo mismo que ha existido un período en que el planeta ha estado dominado por un emperador blanco malo, las cosas ahora han cambiado, y el globo está dirigido por un emperador negro bueno. Si durante el mandato de Bush era comprensible que el mundo –y en particular el mundo de las burguesías monopolistas europeas– se rebelara (eso sí, moderadamente) contra los abusos y atropellos del “emperador malo”, ahora hay que rectificar radicalmente el rumbo y pasar a colaborar estrechamente con el Imperio. No sea que el “emperador bueno” fracase y vuelvan los tiempos oscuros. Pero la concesión del Nóbel de la Paz a Obama tiene un segundo significado, más subliminal y oculto si se quiere, pero no por ello menos importante. Al apresurarse a acatar su vasallaje al nuevo emperador, lo que esas elites ilustradas europeas están reconociendo al mismo tiempo, es que ven a Obama, posiblemente, como la ultima posibilidad de hacer sobrevivir, aunque sea mal que bien, un mundo –el mundo en el que un puñado de potencias imperialistas han dominado y saqueado a placer al resto del planeta– en el que ellas llevan viviendo y medrando cómodamente duramente más de medio siglo bajo el militar manto protector del Imperio. ¿Qué sería de ellos, de su privilegiada posición en el mundo, de sus premios y oropeles, si el emperador negro bueno llega a fracasar? Al concederle el Nóbel de la Paz a Obama, las grandes burguesías europeas –incluso las consideradas políticamente más avanzadas o socialmente más progresistas como la sueca– no hacen sino expresar su esperanza, que es al mismo tiempo su temor, de que el ocaso imperial de la superpotencia y los inevitables reajustes en la distribución del poder mundial que trae aparejada la irrupción de nuevas potencias emergentes que han rebasado ya ampliamente, y lo harán cada día más, a las viejas potencias europeas, no concluya de forma abrupta y caótica. A fin de evitarlo, cualquier cosa que refuerce la figura del emperador es buena. Incluso aunque sea premiar sus intenciones futuras.

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