SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Elección sin campaña

Con las elecciones al Parlamento Europeo convocadas desde el 1 de abril, el esfuerzo de la mayoría de los partidos españoles para llenar de contenido los debates previos a la campaña oficial oscila entre poco y ninguno. Como en las anteriores convocatorias a este tipo de comicios, se corre el riesgo de reducir Europa a poco más que un pretexto para que las fuerzas políticas sigan enfrentándose por asuntos domésticos y hurtando el debate de las propuestas europeas y la encrucijada en que se encuentra la UE.

No era esto lo que se buscaba con las últimas reformas institucionales ni con la posibilidad de que, por primera vez, los partidos que formen grupo en la Eurocámara designen su candidato a presidente de la Comisión y se refuerce así su habilitación democrática. Hasta ahora, la UE se legitimaba por el bienestar de los ciudadanos y por las libertades ejercidas en su seno, entre ellas la de trabajar en otro país de la Unión. También eso está en peligro tras las reticencias de varios Estados (Alemania, Reino Unido) a admitir la instalación sin trabas de ciudadanos de otros socios de la UE.

Europa da cierto miedo. Desde luego en países como Francia o Alemania, donde partes considerables de la opinión pública están contra la libre circulación de personas o contra el euro. Esos sentimientos no han calado mucho en España, pero sí la desconfianza hacia la UE a medida que se prolonga la crisis económica y persiste un paro elevado.

A pesar de ello, más del 70% de los españoles continúa a favor de pertenecer a la Unión. En estas condiciones es posible y urgente promover el debate. Cierto que la silla vacía del PP ha contribuido a retrasarlo, porque su candidato principal, Miguel Arias Cañete, ha sido nombrado hace pocos días. Pero no conviene distraerse tanto con la cuestión de los candidatos, como si todo dependiera de ellos.

Si la participación en las urnas del 25 de mayo cae por debajo del 45% —fue la registrada en los comicios europeos de 2009— habrá fracasado el intento de poner fin a la desmovilización, un mal síntoma para la democracia representativa. Los sondeos muestran un práctico empate entre los dos principales partidos e incertidumbre sobre el resto. Sacar un voto más que el adversario es un resultado demasiado pobre como para proclamar el gran triunfo, sobre todo si se produce en medio de una marea abstencionista.

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