Cine

El vuelo del globo rojo

Llega a las pantallas españolas, por fin, la última pelí­cula del que muchos crí­ticos europeos consideran uno de los verdaderos grandes maestros del cine asiático moderno, junto a Wong Kar-wai, Kim Ki-duk o Zhang Yimou: el taiwanés Hou Hsiao-hsien. Premiado ya en los festivales de Venecia y Berlí­n, asiduo de Cannes, Hou Hsiao-hsien abandona los tradicionales escenarios y los conflictos habituales de su cine para afrontar un nuevo reto: en «El vuelo del globo rojo» (2007) construye una hermosa fábula en cuyo interior discurre una mirada peculiar sobre Occidente.

Hou Hsiao-hsien nació en la rovincia china de Guandung en 1947, hijo de maestros. Con apenas un año, y a consecuencia de la guerra civil china, Hou se trasladó con sus padres a la región meridional de Taiwán. Su vocación por el cine fue prematura y absorbente. Al retornar del servicio militar, se inscribió en la Academia Nacional de las Artes de Taiwán.Trabajó varios años como ayudante de otros directores de cine taiwaneses hasta que, en 1980, dirigió su primera película. Desde “Cute Girls” hasta “El vuelo del globo rojo”, Hou Hsiao-hsien ha rodado 18 filmes: diez en la prolífica década de los ochenta, cuatro en la sosegada y madura de los noventa y otros cuatro, hasta ahora, en el nuevo milenio, entre ellas “Tiempo de morir, tiempo de vivir” (1985, Premio de la Crítica en Berlín), “Tierra de desdicha” (1989), “El maestro de marionetas” (1993), “Flowes of Shanghai” (1998), “Millenium Mambo” (2001), “Café Lumière” (2003, película de producción japonesa, rodada en homenaje a Ozu), “Tiempos de amor, juventud y libertad” (2005), y en 2007 “El vuelo del globo rojo”, una película en cierto modo de “encargo”, rodada a instancias del Museo D´Orsay de París, que, para la conmemoración de su veinte aniversario, instó a cuatro directores distintos a rodar cuatro filmes, con el único requisito de que en ellos, en algún momento, apareciese el Museo.Hou Hsiao-hsien aprovechó la ocasión para realizar un film que, en primera instancia, es un destacado y singular homenaje a un “clásico” del cine francés, una película hoy olvidada, “El globo rojo”, de Albert Lamorisse, un canto a la “amistad” entre un niño solitario y un inmenso globo rojo que le sigue a todas partes por las calles de París, que en 1956 obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes. La película de Hou Hsiao-hsien conserva buena parte de los ingredientes de aquel film mítico y, en cierta forma, también su espíritu: no sólo hay aquí también un gran globo rojo que sigue a un niño solitario (Simon), sino que la película está embebida toda de la incurable nostalgia por la infancia perdida que bañaba el film de Lamorisse. Ese “globo rojo”, cercano pero inalcanzable, sigue encarnando en la película de Hou los sueños, las ilusiones, la imaginación y la inocencia, todo el mundo de la infancia.Pero, a otro nivel, “El vuelo del globo rojo” es una sutil e inquisitiva, una admirativa pero no necesariamente complaciente mirada de un cineasta oriental sobre la realidad de Occidente, una mirada no construida sobre el resentimiento y que no aspira, por tanto, a ningún ajuste de cuentas, sino que parece más bien guiada por la curiosidad, el realismo, la búsqueda de la verdad y una voluntad expresa de tender puentes ahí donde hay, obviamente, un abismo cultural profundo.Y uno de esos “puentes” por los que transita la película es un elemento que ya había formado parte del cine de Hou Hsiao-hsien (las “marionetas”) y que aquí ocupan de nuevo un lugar destacado, ya que uno de los personajes centrales del film, Suzanne, la madre de Simon (interpretada por una magnífica y renacida Juliette Binoche), trabaja en un espectáculo de marionetas, es la “voz” de la representación, y a lo largo de la película no sólo se escenifica una parte de esa representación, basada en una fábula china, sino que aparece también un gran maestro chino de marionetas.Pero no es ese el único “puente” de la película: Suzanne –cuyo marido ausente está al parecer en Canadá terminando una novela que nunca acaba, y al que sólo “oímos” por medio de una conversación telefónica magistral, que supone de hecho la ruptura entre los dos– contrata para cuidar de su hijo a una estudiante china de cine, Song, que tratará de aliviar y paliar la soledad de Simon.Hou Hsiao-hsien mira con absoluto desconsuelo la soledad a la que aparece condenado el niño, en medio de un mundo de abundancia de cosas y tareas. El padre ausente, la madre siempre atrapada entre las exigencias del trabajo y una vida llena de tensiones absurdas, la hermana estudiando lejos… Simon parece un niño vagabundo sin más compañía por las calles de París que el globo rojo que surca las nubes.Pero, sin traicionar el realismo de la mirada, Hou Hsiao-hsien renuncia a hacer un drama fácil, prefiere hacer un canto a la vida en cierta forma “vagabunda” de los personajes que se cruzan en el film, algunos de los cuales, como dice la hermosísima canción de Aznavour que los hermanos escuchan en una “brasserie”, “Vienen del fin del mundo, trayendo con ellos ideas vagabundas, reflejos de cielos azules y de espejismos”.“El vuelo del globo rojo” es una película hecha de fragmentos y evocaciones, de pinceladas intensas y momentos fugitivos, de recuerdos intensos y vagas ensoñaciones, de gestos fugaces y emociones intensas, fragmentos de cine y de vida que guardan entre sí intensas y densísimas relaciones. Un film fragmentario en el que todo está interralacionado y todo remite a la vez a determinadas formas de representación presentes en el film y a los distintos medios (pasados y presentes) que las dos culturas, la oriental y la occidental, han utilizado y utilizan para lograr la representación visual.Que todo ello no dé pie a una obra pedante e indigerible, sino a una obra humilde y transparente, a una fábula hermosa y conmovedora, es el logro mayor de un Hou-Hsiao-hsien que deja aquí sobradas huellas de su extraordinaria maestría.

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