Elecciones en Cataluña

El vuelco catalán

El mapa polí­tico catalán ha dado un vuelco. Y todos dicen que la causa es el giro del electorado hacia la derecha y hacia el nacionalismo. Los datos pormenorizados de las elecciones, sin embargo, no apuntan en esa dirección. No al menos en la forma que quieren hacernos ver. Lo que se ha producido el 28-N, es un desistimiento en masa de los votantes del tripartito, en distintas direcciones y con distinta intensidad

Lo que ha marcado, antes que nada, las elecciones del 28-N es el deslome de la deriva nacionalista del PSC (al que se ha sumado el rechazo a la política de recortes de Zapatero) y el retroceso y la fragmentación de las fuerzas más radicalmente independentistas. CiU sale como la gran vencedora del naufragio del tripartito, el PP consolida su estrategia de esperar a ver hundirse a su adversario y Ciudadanos se consolida como la sexta fuerza política de Cataluña. Afirmar que lo ocurrido el 28-N es que el electorado catalán se ha volcado con CiU refleja sólo una parte de la realidad, y por tanto impide ver el movimiento de conjunto que se ha producido. El espectacular avance de 14 nuevos diputados para CiU es inseparable del abandonado en masa del apoyo a las fuerzas del tripartito, especialmente al PSC-PSOE y a ERC. Sin su desplome, estaríamos hablando –aun teniendo CiU el mismo número de votantes– de un mapa político muy distinto. El desplome del PSC Pese a haber aumentado en casi 4 puntos la participación, la abstención en Cataluña ha sido, en estas elecciones, más de izquierdas que nunca. Los datos así lo demuestran. Mientras que la media de la abstención en toda Cataluña se ha situado en el 40%, en muchos de los núcleos más importantes del cinturón industrial, el vivero de votantes de la izquierda, ha estado muy por encima del 44 o el 45%, superando incluso el 50% en algunos casos. Badalona, 45,8% de abstención, Sant Adriá del Besós 51,2%, Santa Coloma 48,9%, Hospitalet 44,4%, Rubí 48,3%, El Prat 46,4%, Viladecans 45,7%, Sant Boi 45,3%,… Por el contrario, si dirigimos la mirada a las localidades que habitualmente son un “granero” de votos de CiU, la participación ha sido mucho más alta de la media del 60% de Cataluña: Vic, 69,3%, Igualada 63,7%, Sant Cugat 71,5%,… El contraste más evidente lo encontramos en la propia ciudad de Barcelona. En el barrio mas obrero de la ciudad, Nou Barris, la abstención es del 45,9%; pero en el barrio de las clases altas, Sarriá-Sant Gervasi, por contra, ha sido del 26,5%. Casi veinte puntos de diferencia expresan bien a las claras el grado de desmovilización que la línea Montilla-Zapatero ha provocado entre sus filas de votantes. El grueso de los votos perdidos por el PSC se refugia en la abstención, otra parte, minoritaria pero no desdeñable, se va en el cinturón industrial hacia el PP y hacia la xenófoba y racista Plataforma per Catalunya y se consolida la fuga de votos, ampliándose ligeramente, hacia Ciudadanos. La constatación más evidente de la debacle del PSC-PSOE –en lo que podría ser una premonición de sus próximos resultados a nivel nacional– la ofrece poner en perspectiva sus resultados, no sólo en comparación a las elecciones anteriores. Pierde 226 mil votos respecto a 2006, pero 460.000 respecto a 2003 y unos 560 mil (es decir, más de la mitad de los votantes) respecto a 1999, sacando el peor resultado y el menor número de diputados de su historia. Las consecuencias de un hundimiento de esta envergadura, un auténtico tsunami electoral, han sido tan fulgurantes como poco prometedoras. Montilla se convierte, más que en un cadáver político, en una especie de apestado. No sólo renuncia a presentarse a la reelección como primer secretario de los socialistas catalanes, sino que abandona incluso su escaño de diputado. Y sin embargo, quienes han sido sus compañeros de viaje en la deriva nacionalista que está en el origen de la desafección masiva de sus votantes, no sólo no abandonan con él, sino que ya están postulándose para tomar la dirección del partido, y además radicalizando la deriva. El actual conseller en funciones de Economía con Montilla, Antoni Castells –cabeza visible del ala más catalanista del PSC junto a Montserrat Tura, Ernest Maragall o Marina Geli–, ya se ha apresurado a exigir un “cambio de rumbo” en el PSC, cambio que debe empezar, según él, por dotarse de mayor “autonomía e independencia del PSOE”, levantando la vieja reivindicación de poseer un grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados. Para entender la lógica de esta línea que ha dirigido el PSC en todos estos años, basta tomar como referencia las declaraciones del propio Castells respecto a la privatización del organismo público encargado de la gestión de los aeropuertos, Aena. Según dice, la privatización es muy positiva porque permitirá aumentar la competitividad del aeropuerto de El Prat y “no seremos subsidiarios de las estrategias de Barajas”. O sea, que para Castells, ser subsidiarios de Barajas, es decir del Estado central, es muy malo, pero en cambio ser subsidiarios de los nuevos monopolios o multinacionales que se van a hacer con el control de la gestión de los aeropuertos es “muy positivo”. El argumento resume a la perfección la política seguida por el tripartito: levantar la bandera de la lucha de Cataluña contra “las imposiciones de Madrid”, para poner los intereses del pueblo catalán al servicio de monopolios y multinacionales. El PSC es, desde luego, muy libre de empecinarse en esta línea. Como lo son sus votantes de persistir en retirarles su apoyo mientras no observen una clara rectificación de esta línea. El efecto Zapatero Pero no son Montilla y el PSC los únicos responsables de la catástrofe electoral. Si en 2006 Zapatero fue un activo que ayudó a salvar, por los pelos, al tripartito, en esta ocasión se ha convertido en un lastre, hundiéndolo todavía más. Los resultados de Cataluña son una seria advertencia al PSOE de lo que puede ocurrirle en las próximas municipales y autonómicas. Y aunque la dirección del PSOE se desdijera rápidamente de sus primeras declaraciones en las que asumía una parte de responsabilidad en el hundimiento del PSC, no hay que ser un experto analista político para comprender que el plan de ajuste impuesto por Zapatero en mayo ha levantado oleadas de indignación y rechazo entre sus votantes. ¿O acaso creían que congelar pensiones, rebajar sueldos, subir impuestos a los pobres y bajarlos a los ricos, dar miles de millones a bancos y monopolios mientras se niega a parados y pensionistas no iba a tener consecuencias? Tras el 28-N, Zapatero entra electoralmente en capilla: Cataluña, uno de los dos bastiones electorales, junto a Andalucía, en el que había basado sus victorias de 2004 y 2008 se tambalea, su debilidad se agudiza hasta extremos insoportables y los resultados de las próximas elecciones de mayo –si algún “sobresalto” previo no lo desaloja– pueden convertirse en un clamor para la convocatoria inmediata de las generales. El ex presidente autonómico socialista de Madrid, Joaquín Leguina, haciendo gala de una considerable dosis de humor negro, decía sólo 24 horas antes del 28-N: “el ciclo zapaterista toca a su fin. Lo anunció –de forma subliminal pero certera– el Vicepresidente Primero del Gobierno cuando dijo que dentro del ‘paquete de leyes’ que el Gobierno piensa enviar al Parlamento había que señalar como la principal una destinada a ocuparse de ‘una muerte digna’. En el caso de ZP, esa muerte digna se refiere a su periplo político, porque la máquina del tren zapaterista agotó el carbón hace ya tiempo y empieza a nutrir su caldera –como en la película de los hermanos Marx– con la madera de los vagones. Es hora, pues, de prepararle un funeral de primera donde le despediremos a él y también a sus viudas (de ambos sexos), que son muchas” Independentistas, entre el retroceso y la fragmentación Otra de las verdades a medias –la peor de las mentiras– que se dicen del 28-N es el giro nacionalista del electorado. Es cierto que ha habido un desplazamiento sustancial en la correlación de fuerzas parlamentaria a favor de los partidos nacionalistas. En el anterior parlamento, los nacionalistas, (CiU+ERC) sumaban 69 diputados, por 66 los no nacionalistas. En este, la relación es de 76 diputados nacionalistas (CiU+ERC+SI) frente a 59 de los no nacionalistas. Sin embargo, estos números hay que leerlos, a su vez, sujetos a algunas consideraciones. Y por encima de todas, la debacle total de ERC, que pierde al 60% de sus votantes desde su pico máximo de 2003 y cerca de 200.000 desde las anteriores elecciones, dejándose más de la mitad de diputados. Lo que se ha producido en el campo nacionalista es, en realidad, un triple movimiento interno. Por un lado, un claro retroceso y fragmentación de las fuerzas abiertamente independentistas. Por otro, la radicalización de su programa con la entrada de los 4 diputados de Solidaritat Catalana de Laporta defendiendo la declaración unilateral de la independencia de Cataluña frente a España ya, y la celebración de un referéndum por la independencia en esta legislatura como eje de la alternativa de ERC. Por último, un importante desplazamiento de votantes desde el lado del independentismo radical hacia un nacionalismo más moderado y de menor confrontación con el resto de España. Pese al júbilo de Soidaritat Catalana per la Independencia por su entrada en el Parlamento con 4 diputados, la realidad es que las fuerzas más rabiosamente independentistas retroceden y se fragmentan. La suma de ERC y el partido de Laporta, es de 93.000 votos menos de los que en el 2006 saco sólo ERC. Y 221.000 menos que los de 2003. En 2003, las fuerzas abiertamente independentistas tenían 23 diputados, el 17% del Parlamento. En 2006 bajaron a 21, el 15.5%. Y en este parlamento vuelven a bajar todavía más, quedándose con 14, apenas una décima parte de los diputados, y además divididos en dos formaciones distintas. Y su mayor radicalización no es sino el anuncio de futuros retrocesos y nuevas fragmentaciones. Cuanto más lejos (y más desabridamente) quieren ir, más votantes les abandonan. Pero en segundo lugar, y ligado a este retroceso, la correlación de fuerzas interna en el campo nacionalista ha sufrido también una importante variación. Antes del 28-N, el 30% de los diputados nacionalistas se declaraban abiertamente independistas. Ahora sólo lo hacen el 18%. CiU se ha hecho con más de las 4/5 partes de los diputados nacionalistas, lo que crea una correlación de fuerzas en ese campo muy distinta. Entre otras razones –como la de que en esa coalición conviven varias almas, federalistas, confederalistas e independentistas–, porque si CiU ha podido alzarse con un triunfo tan rotundo es precisamente porque se ha presentado ante los electores como un partido de centro reformista con un programa de nacionalismo moderado y sensato. Y lo han hecho, más allá de su inclinaciones personales o de su mayor o menor fe soberanista, porque son perfectamente conscientes de que radicalizar su discurso nacionalista sólo les resta votantes.

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