Exposición de Paul Gauguin

El viaje a lo salvaje y libre

«El viaje a lo exótico». Así­ se titula la exposición de Paul Gauguin en el Thyseen. No cabe mayor subversión. Gauguin busca lo salvaje, lo que todaví­a no ha sido dominado por la nueva e imperialista civilización burguesa que él detesta.

Pintar con la razón o con el falo

Quizá la mejor definición del arte de Paul Gaugui la hizo Vincent Van Gogh, el héroe inmolado que se revuelve en su tumba cuando sus obras se subastan por multimillonarios dígitos.

El hermano de Van Gogh fue el marchante de Gauguin. Y Vincent declaró al contemplar los cuadros de Gauguin durante su estancia en la Martinica: “¡Formidables! No fueron pintadas con pincel, sino con el falo. Cuadros que al mismo tiempo que arte son pecados”.

Pocos años más tarde, Van Gogh reiteraría su perversa adhesión hacia la pintura de Gauguin: “Esta es la gran pintura que sale de las entrañas, de la sangre, como la esperma del sexo”.

Las palabras de Van Gogh contrastan con el título que el Museo Thyseen ha escogido para su formidable exposición de Gauguin: “El viaje a lo exótico”.

No pueden existir dos valoraciones más antagónicas. O Gauguin buscaba la confrontación con lo salvaje –e incivilizado, según nuestros patrones- o perseguía la escapatoria que proporcionan los “paisajes exóticos”.

Para Van Gogh, Gauguin pintaba con el falo… No cabe un pronunciamiento más radical –no en el sentido superficial que suele atribuirse a este término, sino en su sustancia ideológica- entre dos opciones. O te conduces por el suave camino de “la razón”, que siempre se deja llevar dentro de los márgenes del nuevo orden burgués. O deslizas tus pinceles bajo la irracionalidad del falo, del deseo con mayúsculas, siempre enfrentado a cualquier orden establecido.

La “búsqueda de lo exótico” que nos propone la exposición del Thyssen nos propone una visión mucho más tranquilizadora. Gauguin era un “occidental” que sólo buscaba la válvula de escape que le proporciona “lo exótico”, poco menos que el reclamo de una agencia de viajes?

¿A quién seguimos?

¿Miramos los cuadros de Gauguin como una ONG que examina la relación de “especies en peligro de extinción”… o como una persona que contempla lo más vivo que hay en ella castrado por la guillotina de la naciente sociedad burguesa?«Esta es la gran pintura que sale de las entrañas, de la sangre, como la esperma del sexo (Van Gogh sobre Gauguin)»

Quien todavía no ha olvidado lo primordial

Ante uno de los cuadros que podemos contemplar en el Thyssen, que nos ofrece a un grupo de mujeres nativas ofreciéndose semidesnudas, la comisaria de la exposición nos confiesa que “son obras en las que Gauguin cuenta lo que le hubiera gustado encontrar: una vida idílica que él había visto en un salto atrás, antes de que llegara la civilización y prohibieran sus bailes y su música».

Cuando lo dejó todo, para dedicarse a pintar, Paul Gauguin era un próspero burgués. Le había ido muy bien como agente de bolsa en la firma de Monsieur Bertin, vivía en un barrio elegante, sin privarse de nada, con su bella esposa danesa y sus cinco hijos. El futuro parecía ofrecerle sólo nuevos triunfos. ¿Qué lo llevó a cambiar de oficio, de ideas, de costumbres, de valores, de la noche a la mañana? La respuesta fácil es: la búsqueda del paraíso. En verdad, es más misterioso y complejo que eso. Siempre hubo en él una insatisfacción profunda, que no aplacó ni el éxito económico ni la felicidad conyugal, un disgusto permanente con lo que hacía y con el mundo del que vivía rodeado. Cuando se volcó en el quehacer artístico, como quien entra en un convento de clausura —despojándose de todo lo que tenía— pensó que había encontrado la salvación. Pero el anarquista irremediable que nunca dejó de ser se decepcionó muy pronto del canon estético imperante y de las modas, influencias, patrones, que decidían los éxitos y los fracasos de los artistas de su tiempo y se marginó también de ese medio, como había hecho antes del de los negocios.

La civilización había matado la creatividad, embotándola, castrándola, embridándola, convirtiéndola en el juguete inofensivo y precioso de una minúscula casta. La fuerza creativa estaba reñida con la civilización, si ella existía aún había que ir a buscarla entre aquellos a los que el Occidente no había domesticado todavía: los salvajes. Así comenzó su búsqueda de sociedades primitivas, de paisajes incultos: Bretaña, Provenza, Panamá, la Martinica.

La intención del artista es llevar una existencia armoniosa, acorde con la inocencia y vida de los nativos «sin otra preocupación en el mundo», escribe. «Más que expresar, como lo haría un niño, las impresiones de mi mente, usando solo el medio del arte primitivo; el único medio correcto, el único medio verdadero». Solo quiere amar, pintar y morir, pero allí se encuentra con que esa paz soñada ha sido violentada por los colonizadores y por la Iglesia y, a modo de denuncia, proclama en sus cuadros el retorno al paraíso perdido.

Vendrán después las obras de su segundo viaje, el definitivo. Los nuevos cuadros parecen contener los mismos elementos, pero aparecen ya los símbolos de la maldad que los colonizadores y las iglesias protestantes y católicas han infligido a los nativos: mujeres desnudas junto a las que aparece la serpiente que representa el final del paraíso tal como él lo había imaginado. Y para ello recurre a los colores oscuros y al simbolismo.

La salvaje libertad en el uso del color de Gauguin y su influencia en los fovistas franceses y los expresionistas alemanes se desarrolla en las salas siguientes, después de mostrar detalladamente su tratamiento del desnudo y del retrato. En esos dos grandes ismos netamente europeos, la naturaleza salvaje presidida por desnudos protagoniza un nuevo concepto de vida. Los franceses absorben las formas y el color de Gauguin; los alemanes, la forma de relacionarse con el mundo con unas nuevas pautas para representar el cuerpo humano. Todos ellos participan de una misma entrega a la naturaleza y comparten una misma esperanza por conseguir la armonía a partir de los elementos más básicos.

En cualquier caso, el énfasis está puesto en el después gauguineano, que sedujo por igual a fauvistas franceses, expresionistas alemanes o vanguardistas rusos, por solo citar algunas de las líneas seguidas en la muestra, pero el mérito de esta reside, a mi juicio, en no haberse limitado a presentar el asunto solo desde una perspectiva formalista, sino ahondando en el trasfondo cultural implícito en esta ansia moderna por hallar la revelación en los paisajes extraños.

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