SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El tsunami de Barcelona

UN millón y medio de personas colapsaron ayer el centro de Barcelona en una manifestación de carácter independentista, la más masiva en la historia de Catalunya, en un ambiente festivo, pacífico y familiar, bajo el lema «Catalunya, nou estat d’Europa». Con miles de senyeres al viento, la mayoría estelades, los manifestantes dejaron claro el mensaje de que nada puede ser igual a partir de ahora. Un inequívoco «hasta aquí hemos llegado» que los políticos de todas las tendencias, los que asistieron a la convocatoria y los que no, deberán gestionar con inteligencia si no quieren ser superados por esta marea reivindicativa. El hecho de que los organizadores de la manifestación sean plataformas cívicas al margen de los grupos políticos no permite que estos se apropien del éxito de la convocatoria, sino que deberán escuchar la voz de la calle como lo que verdaderamente es: un clamor que parte de los ciudadanos y que los políticos habrán de asumir para tomar aquellas decisiones que se les reclaman.Ciertamente no todos los que asistieron a la manifestación de ayer en Barcelona lo hicieron por la misma razón. El espectacular éxito de la convocatoria efectuada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y por la Associació de Municipis per la Independència (AMI) lo demuestra. Los hubo que participaron, sin duda alguna, porque creen que la independencia de Catalunya es, ya ahora mismo, la única solución a sus problemas, una percepción que es creciente. Pero también los hubo que estuvieron para reclamar más soberanía y más poder para la Generalitat, pues consideran los actuales totalmente insuficientes. Los hubo, asimismo, que acudieron a la llamada para reclamar el pacto fiscal que reivindica el Govern que preside Artur Mas, para reequilibrar los déficits fiscales y la endémica falta de inversiones del Estado en Catalunya. Otros lo hicieron hartos de la incomprensión que, desde diversas instituciones y partidos políticos españoles, se ha ido tejiendo respecto de las reivindicaciones catalanas. La negociación del Estatut y los recortes ejecutados por el Tribunal Constitucional han sido, sin duda, un elemento fundamental en el creciente desafecto catalán que ha desembocado en la rotunda manifestación vivida ayer en Barcelona. Según el manifiesto de la ANC y de la AMI, entregado a la presidenta del Parlament de Catalunya, Núria de Gispert, uno de los fundamentos de los convocantes es su llamada basada en el sentimiento de muchos catalanes de que el Estado español no los quiere como son, sino que insiste en hacerlos cambiar.Pero no sólo. También contribuyó a ese éxito la crisis financiera por la que atraviesa la Generalitat de Catalunya, ahogada por un sistema financiero estatal que le supone anualmente un déficit de más de 16.000 millones de euros, mientras que la crisis económica obliga a los gobernantes a acometer una serie de recortes en las prestaciones sociales que afectan a todas las clases sociales y especialmente a los ciudadanos con menos ingresos, con el riesgo de causar una fractura social. Un malestar de los ciudadanos al que sin duda habrán contribuido también las recientes manifestaciones de dirigentes populares, como los presidentes de las comunidades de Galicia, de Castilla-La Mancha y de Extremadura. Parece evidente que el llamado Estado de las autonomías recibió ayer desde Catalunya un serio aviso que merece ser tenido en cuenta por las autoridades del Estado.Otra conclusión que cabe extraer de la manifestación de ayer es que los ciudadanos catalanes, a pesar del cansancio y del malestar, del desafecto, del pesimismo sobre el presente y la decepción con respecto a los partidos, no están dormidos ni conformes. Todo lo contrario, su asistencia masiva y su clamor demuestran que creen en la libertad, en el futuro y, en definitiva, en la política. La de ayer no fue una manifestación antipolítica, sino todo lo contrario, la demanda de más política democrática, de más libertad y, sobre todo, de más eficiencia en la resolución de los problemas. No fue una manifestación contra nadie, sino a favor de más libertad y más soberanía. En suma, fue un clamor para que los partidos y los políticos se pongan las pilas para actuar con más transparencia y, sobre todo, de forma inteligente para encontrar las salidas a los problemas que afectan a la ciudadanía.Y a partir de ahora, ¿qué? El primer interpelado en la manifestación de ayer es, sin duda, el Estado español y, en especial, sus instituciones y el Gobierno. El presidente Mariano Rajoy, que anteayer calificó de lío la convocatoria de esta manifestación, tiene sobre la mesa un reto nuevo como es el de tratar de resolver la desafección catalana. La de ayer no fue una manifestación contra España, sino una llamada a dar un paso hacia la plena libertad del pueblo catalán. Encastillarse en una visión estrecha de la Constitución para desvirtuar el clamor catalán sería darle aún más razones para la independencia.En segundo lugar, el Gobierno de la Generalitat y su presidente, Artur Mas, tendrán que gestionar las consecuencias de esta movilización. Es cierto que Mas ha mostrado por activa y por pasiva que su espíritu estaba con los manifestantes, y el anuncio de que recibirá a los convocantes en 48 horas es lógico. Pero a partir de ahora el president deberá ser consciente de que si el pacto fiscal que propone quedó ayer en un segundo plano fue, entre otras razones, por la incredulidad generalizada de que el Gobierno y las instituciones del Estado estén dispuestos a negociar una reforma que resuelva los problemas de Catalunya. Un fracaso en esta negociación, que deberá empezar a aclararse el próximo día 20, podría llevar a Mas a adelantar las elecciones autonómicas, algo que nadie descarta, y, a continuación, a reflejar su posición de una forma clara con respecto a la soberanía y al independentismo en su programa. También deben reflexionar todos los partidos políticos con respecto a esta cuestión. La ola ciudadana que llenó ayer el centro de Barcelona los superó con creces. Ignorarlo o poner paños calientes será un craso error, porque ayer Barcelona vivió un tsunami que los obliga a cambiar o serán barridos de la escena política. Ahora más que nunca se hace urgente una reforma de la ley de partidos y de la ley electoral que acerque los grupos políticos a la ciudadanía y a la calle.

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