SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El sorprendente caso de UPyD

Las elecciones europeas de mayo de 2014 encendieron la mecha del cambio y alteraron profundamente los esquemas del sistema de partidos español. Desde entonces, los encuestadores y sociólogos caminan a ciegas y nadie parece en condiciones de aventurar el futuro político de la nación. Y es en ese contexto en el que llama la atención el aparente ocaso de UPyD, partido que nació con la aspiración de convertirse en el motor del cambio político y de la higiene pública y que ahora parece una víctima más del desdén ciudadano hacia el statu quo. Sus magros resultados en mayo de 2014 y su escasa relevancia en las encuestas parecen injustos si se considera que éste es el único partido que hace dos años, en febrero de 2013, publicó el Manifiesto por la Regeneración de la Democracia y la Refundación del Estado, que comenté en su día, en el que certificó la existencia de la crisis constitucional, abogando por la apertura de un periodo constituyente. Nadie lo ha expresado como lo hicieron ellos, mucho menos los que ahora, como Podemos y Ciudadanos, parecen favorecidos por las encuestas. Eso lleva a pensar si en nuestro país son más rentables la liviandad y los eslóganes que el trabajo y el esfuerzo de aquellos que, con poco ruido, han procurado diagnosticar la enfermedad que nos aqueja para aportar algunas soluciones.

UPyD se anticipó a la crisis constitucional

Cuando nació UPyD, con su discurso laico, progresista y crítico con el nacionalismo, todavía se vivía en la burbuja y casi nadie imaginaba el temporal que se avecinaba: la preocupación por la calidad democrática no estaba en el frontispicio de las inquietudes de los españoles y los nacionalismos catalán y vasco, aunque éste último estuviera contaminado con la violencia, todavía se enmarcaban en el cuadro de la normalidad institucional. No obstante, ese nuevo partido despertó interés y algún eco entre quienes echaban en falta una alternativa de progreso, a la vista del deterioro institucional y político que determinados sectores de la sociedad española empezaban a diagnosticar como causas fundamentales de una previsible crisis constitucional. Esa preocupación era de una dimensión limitada, no hay que engañarse, pero tenía la virtud de anticiparse a lo que después ha sucedido.

En el caso de UPyD parecía que su pretensión inicial era hacerse con un electorado urbano, exigente y un tanto rupturista, que ayudara a conformar el núcleo duro de un nuevo proyecto nacional. Recuerdo cómo en aquellos momentos fundacionales hubo artículos de personas significadas que hablaban de ese nuevo partido como el aglutinante de lo que había sido en su día el republicanismo burgués de izquierdas, situado en el centro de la balanza integrada por el socialismo y la derecha conservadora. A UPyD le correspondería, pues, ser la alternativa ordenada y radical a un sistema que presentaba grietas que a lo largo de éstos años se han convertido en abismales: la crisis institucional ha supuesto que la política sea componente decisivo de nuestros graves problemas económicos y, por su parte, el nacionalismo ha lanzado su órdago independentista para terminar de quebrar al Estado.

Como todo movimiento que nace para intentar transformar la sociedad y el Estado, UPyD tenía anclajes intelectuales y urbanos, que suelen ser siempre los instrumentos para expandir los mensajes al resto de la sociedad. Además de eso en la sociedad mediática en que vivimos han aumentado las exigencias de la comunicación y resulta ineludible elaborar discursos sencillos y un tanto efectistas capaces de llegar al máximo de electores. Por tanto, no basta tener un proyecto, hay que poder y saber venderlo. Y me temo que, en ese aspecto, los responsables de UPyD se han preocupado en demasía de no aparecer como elementos discordantes de lo políticamente correcto, cuando precisamente ellos, con un plan serio a sus espaldas, se lo podían permitir.

Desde mi punto de vista, su voto favorable a ley de abdicación, que les situó al lado de los desacreditados partidos dinásticos, no creo que les reportara crédito ante sus potenciales electores y su apoyo gratuito a Rajoy, en vísperas de la consulta catalana del pasado noviembre, con los resultados de todos conocidos, tampoco. El presidente del Consejo de Ministro ha seguido ninguneando a Rosa Díez hasta rayar en la descortesía parlamentaria. Y por último, conviene reconocer que no se han distinguido por manifestar su opinión crítica acerca de las políticas europeas que están resultando tan dañinas socialmente en un país rescatado como el nuestro.

La falta de imagen y de liderazgo esteriliza el esfuerzo

Quizá por eso y por el vacío mediático innegable, las valiosas mercancías programáticas de UPyD han resbalado sin pena ni gloria por la piel adusta y castigada de una sociedad que no ha conseguido identificar a ese partido con la ruptura del statu quo, a pesar de que parte de sus proyectos caminan en esa dirección. Por tanto, cabe pensar que, si el producto no se vende, es que ha habido fallos de imagen y de mensaje político claro y contundente. Vamos, que hay déficit de liderazgo, sobre el que, probablemente, tendrán que reflexionar, teniendo en cuenta que ellos, y sólo ellos, tienen en su activo haber logrado llevar a los tribunales de justicia a los presuntos responsables de uno de los mayores escándalos financieros de España y, recientemente, haber llevado al Congreso de los Diputados, por boca de su diputada Irene Lozano, un caso de atropello a los derechos de una oficial de las Fuerzas Armadas. Son dos perlas que ningún otro grupo parlamentario puede exhibir.

La política española nos está deparando un espectáculo entre frívolo y caricaturesco, que no se corresponde con los graves problemas que tenemos: aparecen partidos o movimientos subidos a lomos del descontento con mensajes altisonantes, y de momento vacuos, junto con otros que parecen la verdadera nada entre dos platos, sobre los que, según las encuestas, muchos españoles beben los vientos para manifestar su desprecio a los instalados, cuyas obras completas son conocidas. Evidentemente, nada sólido y constructivo va a salir de ahí, porque, insisto, los problemas de España trascienden al gatuperio que se está ofreciendo, cuya muestra primera puede aparecer en Andalucía con loor de los artífices de su subdesarrollo.

El ocaso aparente de UPyD es sin duda responsabilidad de sus dirigentes que no han sabido vender un producto bastante elaborado y unos logros parlamentarios y judiciales significados. Ellos verán cómo renacer de esas cenizas que aventuran los augures. A mi juicio, se enfrentan a la última oportunidad antes de que los procesos electorales que vienen les puedan situar en mínimos. Sería injusto, teniendo en cuenta que la revuelta política española está falta de proyectos y de seriedad y no parece que vaya a superar su estado lamentable con el hermanamiento anunciado de los viejos partidos decrépitos y de sus livianas marcas blancas. Nunca como ahora es tan verdad que el futuro no está escrito.

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