¿Cuántas personas de su entorno familiar o social conoce que puedan llamar por teléfono en plena madrugada a alguien para dictarle lo que tiene que hacer con sus finanzas en los días siguientes? Evidentemente sólo aquellos que disponen de queridas más o menos bien mantenidas o de dóciles testaferros.
En Esaña todavía estamos viviendo las consecuencias de la llamada telefónica durante la madrugada del pasado 11 de mayo de Obama a Zapatero, exigiéndole poner orden en las cuentas públicas. El endurecimiento de la reforma laboral tras su paso por el Senado o el incremento a 20 años para calcular la cuantía de las pensiones muestran bien a las claras las vueltas de tuerca en los recortes sociales que nos esperan todavía. Una oleada de recortes determinada por las decisiones del FMI y de la UE, de EEUU y Alemania, las grandes potencias que buscan trasladar la factura de la crisis hacia los países más débiles y dependientes, y con las clases dirigentes más dúctiles y sumisas, como España. ¿Pero es esto lo único que ocurre en el mundo? ¿Sólo existe la voracidad de las grandes burguesías, saqueando al conjunto de pueblos del mundo? Estos días hemos asistido a una noticia que da buena cuenta de la principal tendencia del mundo en nuestros días. China ha superado a Japón como segunda potencia económica del mundo. En el primer trimestre de 2010 China creció un 11,9%, y en el segundo el 10,3%. Ritmos inalcanzables, no sólo para Japón, sino también para EEUU. Ya nadie duda que en el curso de las próximas dos décadas, China sobrepasará a EEUU como principal potencia económica mundial. Tozuda realidad Hace poco más de 60 años, China era un país destruido y arruinado tras 15 años de ocupación, devastación y saqueo por las tropas japonesas, y cuatro años más de guerra nacional revolucionaria. En aquellas fechas, su PIB estaba por debajo, no ya de la India, sino de buena parte de las por entonces colonias africanas. Durante décadas estuvo ocupada por varios ejércitos extranjeros, las principales potencias imperialistas de la época se disputaban quedarse con una porción de su territorio y su mercado, y su propia existencia como país pendía de un hilo. Seis décadas después, se ha encaramado al segundo escalafón del ranking económico mundial, superando a muchas de las más poderosas potencias capitalistas tradicionales. ¿Milagro económico, o signo evidente de que los tiempos están cambiando, y de que lo hacen en contra de los intereses de dominación de las principales burguesías del planeta? Los grandes medios de comunicación hablan de la oleada de recortes sociales que están imponiendo en medio mundo las principales potencias capitalistas, utilizando los resortes de dominio que poseen sobre sus áreas de influencia. El estallido de la crisis ha puesto de manifiesto el grado de explotación y saqueo de la economía mundial a cargo de un ínfimo puñado de grandes potencias.Pero, junto a esta agudización de los antagonismos propios del capitalismo, se está produciendo un cambio de largo alcance, que la crisis no hace sino agudizar. Se trata de la emergencia de nuevas potencias procedentes del Tercer Mundo, que están ganando el terreno a las grandes potencias capitalistas, allí donde se daba por descontado que éstas eran más poderosas, en el ámbito económico. La emergencia china es la demostración más evidente de esta tendencia, que está dando lugar a cambios trascendentales en el tablero mundial. ¿Pero dónde radica la clave de bóveda del espectacular crecimiento chino? ¿Podemos aprender, desde España alguna valiosa lección, o es imposible imitar el “ejemplo chino”? Es ya un lugar común en los medios de comunicación calificar a España como un “protectorado” norteamericano y alemán. La tozudez de los hechos ha hecho visible para la mayoría cómo las principales decisiones económicas que afectan directamente a nuestro futuro –el montante de los recortes y su ritmo de aplicación– ya no se deciden en Madrid, sino que vienen dadas por las imposiciones del FMI o de los principales organismos de la UE. El reto de la independencia Si el raquitismo y el parasitismo de la oligarquía financiera española, junto a su exacerbada dependencia del capital extranjero, son las brasas que históricamente han asolado la economía nacional, la dependencia de Washington y Berlín es la gasolina que ha extendido el incendio de la crisis en España. Desde este punto de vista, la comparación con China es escandalosa. Al margen de la valoración que cada cual tenga sobre la naturaleza de su régimen político y social, es una evidencia incontestable que se trata de un país independiente. Independiente en lo económico, pero también, y sobre todo, en lo militar y lo político, así como en lo ideológico. La política económica de China no la deciden las órdenes y directrices surgidas de las cúpulas de los grandes organismos económicos internacionales, sino que está dictada por sus necesidades nacionales. Resulta chocante que el país que más está creciendo a pesar de la crisis mundial, sea al mismo tiempo el que más está elevando los salarios de sus trabajadores –que en las regiones más pobres de China han llegado a alcanzar una revalorización de hasta el 28%–, con el objetivo declarado de incrementar la demanda interna a través del aumento del poder adquisitivo de la mayoría de la población, como el mejor mecanismo para sortear los peores efectos de la crisis. Exactamente lo contrario de lo que están imponiendo a España las grandes potencias a través de las directrices del FMI y de la UE o de las llamadas en mitad de la noche del jefe del imperio. El ejemplo chino deja claro el grado de vampirización que supone el dominio imperialista. Sólo en la medida que se ha librado de él, que ha conquistado y mantenido su independencia política y militar, China ha sido capaz de escalar posiciones en el ranking económico mundial hasta encaramarse al segundo lugar y amenazar con alcanzar más rápido de lo que todos creían el primero. Si hoy África, Asia o Iberoamérica reclaman más y más inversiones chinas, no es sólo por el enorme volumen de ahorro que ha proporcionado su crecimiento al gigante chino. Sino también porque décadas de lucha por su independencia, en las circunstancias más penosas imaginables, han grabado en la conciencia de la nación china que frente a las relaciones de dominio, explotación y saqueo impuestas por el hegemonismo y el imperialismo, lo que interesa a la prosperidad y el bienestar de los pueblos son relaciones basadas en el respeto a la independencia de las partes y el apoyo y el beneficio mutuo. Para el hegemonismo, la imparable emergencia económica y política de China es una amenaza de primer orden. Sólo basta con echar una ojeada a los titulares con que algunos de los grandes medios de comunicación mundiales han recibido su ascenso como segunda potencia económica. Todos ellos han pasado a hablar de “hegemonía china”, un doble mensaje que al mismo tiempo que intenta presentar a China como enemigo de los pueblos, deja caer la idea de que sólo es posible un crecimiento económico de esa magnitud sobre la base de explotar y saquear a los pueblos del mundo. Como decía Marx, las clases dominantes viven presas de su propia ideología: para el hegemonismo y el imperialismo no es concebible otro modo de desarrollo económico que no sea la vampirización del planeta. La independencia de las naciones es para ellas como el ajo para los vampiros, ante su presencia sólo pueden revolverse y echar pestes. La conquista de la libertad ¿Cuánto nivel de crecimiento no sería capaz de alcanzar la economía española librada de la pesada carga, de la onerosa dependencia a través de la cual EEUU y Alemania nos imponen recorte tras recorte? Hay quien piensa que detrás del llamado “milagro económico” chino no existe otra cosa sino superexplotación con salarios miserables de una mano de obra tan ingente como falta de cualificación. Nada más lejos de la realidad. Lo que ha hecho en estas décadas China es poner sus recursos –y uno de los más importantes que posee es la insondable profundidad de la fuerza de trabajo potencial que posee– al servicio de sus propios objetivos. Nuestra economía no posee ese recurso, pero sí dispone de otros tan valiosos como ese. ¿Acaso no se ufanan gobierno y medios de comunicación de que poseemos unos de los sistemas financieros más sólidos y solventes del mundo? Pues pongamos ese recurso en manos de la nación, al servicio de un proyecto independiente y de los intereses de la mayoría. No estamos hablando, por supuesto, de un camino de rosas, sino de un camino preñado de retos, esfuerzos y dificultades. En el que, como le ocurrió a China en el pasado, son poderosas las fuerzas (las fuerzas del imperialismo y el hegemonismo) que van a levantarse con todos los medios a su alcance contra cualquier atisbo de avanzar en la conquista de nuestra pérdida independencia. No en vano su nivel de fortaleza y de riqueza es directamente proporcional al grado de sometimiento, sumisión y dependencia que consiguen imponer sobre los demás. En la década de los 30, Winston Churchill acuñó la famosa frase de que libertad es que llamen a la puerta de tu casa de madrugada y sea el lechero. Eran los tiempos del ascenso del fascismo y lo decía el portavoz de una de las grandes potencias imperialistas del momento opuestas a él. Poniendo las cosas en su sitio, sin embargo, no puede ni hablarse de progreso para las naciones, ni de bienestar y felicidad para los pueblos, sin hablar también de otra clase de libertad. La libertad de que nadie te llame a mitad de la noche para decirte lo que tienes que hacer al día siguiente.