Enfermedades olvidadas

El Santo Grial de la vacuna

Parece que las tí­picas enfermedades olvidadas del Tercer Mundo ya no lo son tanto. El desarrollo de una prometedora molécula contra la malaria por un importante consorcio público privado suizo y los intentos del cientí­fico Pedro Alonso de producir una vacuna marcan los titulares sobre el asunto a las puertas del 25 de mayo, dí­a africano de la malaria. Bienvenidos sean, pero no se me emocionen, es un asunto de negocios.

Lo desveló recientemente el director del Instituto de Salud Global de Barcelona y compañero de Pedro Alonso, Rafael Vila-San Juan, en una entrevista cuando puso la lucha contra la malaria como un ejemplo de que la cooperación es rentable: de cada euro que invierte España recibe siete.

“En España tenemos 18 grupos de investigación de primer nivel internacional en malaria. La inversión española pública en malaria son 12 millones en toda la década. Lo que hemos generado son equipos que están trabajando por valor de 100 millones…”

Esta sorprendente y paradójica afirmación, que la lucha por erradicar enfermedades propias de los países pobres ha pasado a ser una empresa rentable, necesita de una explicación. Hasta ahora se tiene asumido que las enfermedades de la pobreza no son rentables, porque los pobres no pueden pagar esas medicinas.

Y la explicación, al menos para el milagro de los panes y los peces español viene al final de la entrevista: “… es decir, estamos expandiendo la investigación, porque recibimos fondos europeos, de la Fundación Gates, de la Rockefeller”.

Es decir, no se están estrechando lazos con los países emergentes y su creciente potencial científico y financiero para resolver sus propios problemas de salud. La financiación, y por tanto el contenido, de la investigación puntera española se ha colocado en la onda de la estrategia Gates-Rockefeller para la lucha contra la malaria.

¿Mecenazgo altruista en la ciencia biomédica?

La estrategia anti-malaria de la Fundación Rockefeller viene de lejos, de la mano de la gran industria agro-química y el estado norteamericano.

Hasta la llegada del DDT en los cuarenta, unos 200 millones de personas eran atacadas anualmente por la malaria y de ellas todos los años morían 2 millones.

A comienzos de 1946, un programa de rociado a gran escala produjo una inmediata y dramática reducción de la enfermedad y propició que en 1955 la Asamblea Mundial de la Salud iniciara el programa de erradicación del paludismo a nivel mundial.

Ese programa tenía un gran promotor: la Fundación Rockefeller y dependía fundamentalmente de tratamientos con DDT.«No es una “enfermedad tropical”, está ligada al expolio hegemonista»

A su vez, la Fundación Rockefeller impulsó la Revolución Verde junto a las grandes compañías agro-químicas para hacerse con la hegemonía del agro-negocio mundial. Dicha revolución se basó en la selección genética y la explotación intensiva de monocultivos basada en la utilización masiva de fertilizantes, pesticidas y herbicidas. La Fundación pagaba la investigación para el desarrollo de la ingeniería genética, de nuevas semillas híbridas para los mercados agrícolas en desarrollo que concentraría el control de la cadena alimentaria en manos de un puñado de grandes monopolios norteamericanos (DuPont, Monsanto) y estableció la base para la ulterior revolución de la semilla transgénica. El uso de los organoclorados pasó rápidamente al terreno militar. La multinacional estadounidense Dow Chemical, por ejemplo, produjo el DDT, el Agente Naranja y los ingredientes del napalm usados en Vietnam.

Finalmente, su prohibición y sustitución por otro tipo de compuestos, los organofosforados, en los sesenta por el gobierno Nixon fue presentado como un triunfo de la protección del medioambiente y la salud. Cierto es que se trataba de sustancias, los organofosforados, que no se acumulan en el medio ambiente ni en el tejido graso de las personas como el DDT, pero precisamente su mayor toxicidad y su difícil detección les daba una ventaja como arma de guerra frente a la URSS.

Hambre y enfermedad

Según los economistas, el África subsahariana podría ser casi un tercio más rica hoy si hubiera erradicado la enfermedad en los años sesenta.

A costa de una alta toxicidad el DDT contribuyó al fin de la malaria en Estados Unidos en 1952 y en Europa en 1961, y se usó desaforadamente para multiplicar la productividad agrícola.

El fin de la producción de DDT dejó desabastecidos y sin alternativa a los países del Tercer Mundo.

En poco tiempo los mosquitos y la malaria reaparecieron en las zonas más pobres y murieron decenas de millones de personas, especialmente niños. «Ni Rockefeller, ni Gates ni EEUU practican la ciencia humanitaria»

Por eso, el concepto de malaria como “enfermedad tropical” no tiene ningún sentido, es una enfermedad ligada al expolio hegemonista del Tercer Mundo, al que tanto ha contribuido la Fundación Rockefeller.

Allí la resistencia del parásito a los antipalúdicos (quinina, cloroquina) ha ido creciendo con los años a la par que se han boicoteado medicamentos y vacunas no controladas por los grandes monopolios farmacéuticas, como la vacuna del profesoro Manuel Patarroyo cedida gratuitamente a la ONU.

La OMS reconoce que la artemisa, planta usada ancestralmente en China, es una solución al paludismo, pero sólo autoriza que los médicos receten la versión de la multinacional Novartis-Syngenta a precios prohibitivos.

Ya en 2002 se encuentran estudios en India que demuestran que con el extracto de una planta inofensiva (Spilantes Acmella), se puede obtener la eliminación al 100% de huevos y larvas del mosquito de la Malaria como alternativa al DDT. Aún así, treinta años después de su prohibición, la OMS volvió a permitir en 2006 el rociado interior de las viviendas y mosquiteras con DDT.

Los índices de malaria hoy superan los de los años 40; se calcula en unas 500 millones las personas expuestas en zonas endémicas (África, India, Asia Sur-Oriental y América del Sur) y se estima que anualmente causa dos millones y medio de muertes.

El tridente Monsanto-Fundación Rockefeller-Fundación Melinda-Bill Gates, mira por donde, es el mismo que están promoviendo y financiando una nueva revolución verde en África (AGRA) bajo la bandera de erradicar el hambre; eso sí, usando las semillas y pesticidas de Monsanto. África es el próximo objetivo de la campaña del gobierno de EEUU por extender los OGM a todo el mundo, patrocinando la formación de científicos africanos en EEUU, proyectos de bioseguridad financiados por la Agencia estadounidense de Desarrollo Internacional (USAID) y el Banco Mundial y la investigación sobre cultivos autóctonos.

Países donde la malaria es endémica, como Sudáfrica o India, están en el corazón de las potencias emergentes. España debería sumarse a esta corriente de creación autónoma de riqueza y empleo participando de forma activa y autónoma en proyectos como el del científico colombiano Manuel Patarroyo que anuncia una vacuna barata contra la malaria para 2016, o tomando ejemplo de como el Tribunal supremo de la India ha dado la razón a su industria de genéricos frente al gigante farmacéutico Roche. Nuestra ciencia, nuestros extraordinarios científicos, no deben en modo alguno ser partícipes de los planes hegemonistas de EEUU de expolio sobre el Tercer Mundo. Ni Rockefeller, ni Gates ni EEUU practican la ciencia humanitaria.

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