El año en que cayó Roma, en 476, de la mano de Odoacro el Hérulo, muchos fueron los conocimientos que cayeron en el agujero oscuro de la ignorancia. El mundo occidental retrocedió mil años, y habrían de pasar otros mil para que nacieran mentes nuevas, maestros que dominarían de nuevo las artes y las letras como lo hicieran otrora los griegos.
El arte de representar a los dioses y a los hombres también eclosionó de mano de maestros que se colocarían al nivel del grandioso Fidias.
El gran Miguel Angel Buonarotti crearía la escultura perfecta en su «David», y la piedra y el mármol volverían a estar al servicio del hombre y sus necesidades representativas.
Ha servido para mostrar, como se hizo en la gran revolución de Octubre, la rebelión contra la monarquía imperial rusa, derribando las estatuas erigidas en su honor, o para elevar a su lugar debido al gran Lenin, líder del pueblo ruso, que consiguió lo imposible.
Perdurará como lo hizo antaño para permanecer al servicio de quienes deseen verse reflejados a sí mismos, a los hechos relevantes de su época, y a quienes dejen huella entre nosotros.
Diré como anécdota que en la España musulmana, culta por excelencia en su tiempo, se medía el grado de civilización de otras culturas por el número de estatuas erigidas a sus poetas, generales, escritores, sabios…