60 años de la fundación de la República Popular China (1)

«El pueblo chino se ha puesto en pie»

Ahora hace exactamente 60 años, el 1 de octubre de 1949, Mao Tse Tung proclamaba la República Popular China al grito de «el pueblo chino se ha puesto en pie». Con motivo de la conmemoración del aniversario y las múltiples celebraciones a que ha dado lugar, los medios de comunicación occidentales han insistido machaconamente en transmitir dos ideas. En primer lugar, que con la emergencia económica de China en los últimos 30 años, estamos asistiendo al nacimiento de una nueva superpotencia. En segundo lugar, que para que esto haya sucedido ha sido necesario que el Partido Comunista Chino enterrara el legado de Mao, dejara el marxismo de lado y abrazara con fervor los fundamentos del capitalismo. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de interesada confusión en estas afirmaciones?

El nacimiento de la Reública Popular China en octubre de 1949 es inseparable del siglo de opresión, guerra, saqueo y humillaciones que el pueblo chino sufrió a manos de las grandes potencias imperialistas de entonces. No es posible entender qué significa para centenares de millones de chinos la Nueva China instaurada en 1949, sin conocer las condiciones históricas que alumbraron su nacimiento. Un siglo de humillaciones Al iniciarse el siglo XIX, pese a que China todavía es el país que posee el mayor PIB del mundo, los 150 años de reinado de la dinastía manchú Quing han llevado a la nación a un estado tal de atraso, debilidad y divisiones internas, que en el curso de pocos años, China va a pasar de considerarse a sí misma como “el Imperio del Centro” del mundo a ser un país semicolonial, sometido a la permanente injerencia e intervención de las grandes potencias imperialistas para saquear sus riquezas y abrir sus mercados a sus mercancías y su comercio. Entre 1839 y 1860, a través de las dos Guerras del Opio, una coalición de potencias (Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Rusia) derrota y somete a la dinastía Quing, imponiéndole oprobiosos tratados políticos y comerciales. Tras la destrucción y el saqueo del Palacio de Verano de Pekín, China se ve obligada a firmar los Tratados de Nanging, Tianjin y Aigun y a ratificar la Convención de Pekín. Gracias a ellos las potencias imperialistas adquieren el derecho de trocear y saquear China. Con la firma de los tratados, Inglaterra se apodera de Hong Kong, el mayor puerto meridional de China. Además de él, otros diez nuevos puertos serían abiertos al comercio internacional. Todos los buques extranjeros, incluyendo barcos comerciales, tenían desde ese momento libertad de navegar por el gigantesco Yangsé (Río Azul) que a lo largo de más de 6.000 kilómetros recorre China de oeste a este, desde el Himalaya hasta Shanghai. China pagaría unas indemnizaciones de conjunto al Reino Unido y Francia de 20 millones de teals de plata. Rusia se apoderó de la orilla izquierda del río Amur y el área costera del Pacífico Norte, donde fundó Vladivostok. Las potencias imperialistas adquirían el derecho a adquirir coolies (trabajadores semiesclavos) e Inglaterra adquirió el monopolio del tráfico de trabajadores chinos a EEUU. Finalmente, como máxima expresión de la humillación de la nación y de la dinastía imperial, China se vio obligada a aceptar la legalización del comercio del opio que los británicos importaban desde India. El reparto de China Sólo tres décadas después de la postración y el sometimiento de China a las potencias occidentales, la irrupción de una nueva potencia imperialista, pero esta vez asiática y situada frente a las costas chinas, Japón, daría lugar a dos guerras chino-japonesas consecutivas. De ambas sale China derrotada y obligada a reconocer la independencia de Corea, que pasaba a convertirse en un protectorado de Tokio, y ceder la isla de Taiwán a Japón. Tras las guerras chino-japonesas de 1894-95, con la dinastía Quing sumida en una decadencia irreversible y la nación divida entre distintos señores de la guerra regionales, China se convierte en una especie de “territorio de nadie” sobre el que todas las potencias se abalanzan como fieras. Ha comenzado “el reparto de China”, el ultimo rincón del mundo cuyo dominio las potencias imperialistas todavía no han podido repartirse. La rivalidad anglo-rusa por las concesiones de los ferrocarriles se solucionan mediante un acuerdo entre Londres y Moscú por el que los británicos se comprometen a no buscar concesiones más allá de la Gran Muralla, y Rusia hace lo propio en lo que respecta al valle del Yangtsé. Con la firma de este acuerdo, Rusia reclama Manchuria y va extendiendo su influencia en Mongolia. Alemania, desde sus posesiones en Shangdong (en la desembocadura del Río Amarillo, frente a las costas de la península de Corea) busca extenderse hacia todas las provincias del Noreste. Gran Bretaña reclama la posesión exclusiva del Gran Valle del Yangtsé, núcleo central y arteria comercial de China. Francia pretende los derechos concesionarios en toda la franja suroriental china: Yunnan, Guangxi, y una gran parte de Guandong. Japón se apodera de toda la provincia de Fukien, frente a las costas de un Taiwán ya ocupado por ellos, mientras disputa a Rusia el dominio sobre Manchuria. EEUU, la nueva potencia que ya ha puesto un sólido pie en Asia Oriental con la anexión de Filipinas en 1898, disputa a Inglaterra y Japón sus concesiones ferroviarias en China Central y en Manchuria. A comienzos del siglo XX, China es un país que está, literalmente, al borde del precipicio, a punto de ser fragmentado, despedazado y dividido entre 6 grandes potencias imperialistas. Sólo la valiente reacción del pueblo chino podrá impedirlo. La primera revolución democrática y nacional de 1911, dirigida por el doctor Sun Yat Sen, como cabeza visible de una nueva burguesía nacional, pone fin al peligro del desguazamiento de China por el imperialismo. Una nueva etapa se abre para el pueblo chino. Sobre el legado de esta primera revolución nacional, se levantarán los cimientos de la nueva China. De ello nos ocuparemos la próxima semana.Una gran nación valiente y laboriosa Todos tenemos la convicción de que nuestro trabajo quedará inscrito en la historia de la humanidad y demostrará que el pueblo chino, que constituye una cuarta parte del género humano, ya se ha puesto en pie. Los chinos hemos sido siempre una gran nación valiente y laboriosa, y sólo en los tiempos modernos nos hemos quedado atrás. Este atraso se debió exclusivamente a la opresión y explotación del imperialismo extranjero y de los gobiernos reaccionarios del país. A lo largo de más de un siglo, nuestros antecesores nunca cejaron en sus indomables y tenaces luchas contra los opresores de dentro y de fuera, incluida la Revolución de 1911 dirigida por el Dr. Sun Yat-sen, gran precursor de la revolución china. Nuestros antecesores nos encomendaron dar término a su empresa inconclusa, y nosotros lo hemos hecho. Hemos forjado nuestra unidad y derrocado a los opresores internos y externos a través de la Guerra Popular de Liberación y la gran revolución del pueblo, y ahora proclamamos la República Popular China. De aquí en adelante, nuestra nación formará parte de la comunidad de naciones amantes de la paz y la libertad. Trabajando con coraje y laboriosidad, creará su propia civilización y bienestar y, al mismo tiempo, promoverá la paz y la libertad en el mundo. Nuestra nación no será más una nación humillada. Nos hemos puesto en pie. Nuestra revolución se ha ganado la simpatía y la aclamación de las grandes masas populares de todos los países. Tenemos amigos en todo el mundo. El pueblo chino se ha puesto en pie. (Mao Tse Tung. 30-9-1949)

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