La hoja de ruta independentista pactada por Mas y Junqueras tras las elecciones anticipadas de hace ahora un año, en las que CiU perdió doce diputados –pasó de 62 a 50 cuando la mayoría absoluta que buscaba es de 68– y para gobernar decidió no revalidar el anterior pacto con el PP sino que optó por blindarse con ERC a cambio de convocar un referéndum en el 2014 (salvo que CiU y ERC acordaran un retraso), no se está desmoronando, pero sí está perdiendo fuerza.
El fondo de la cuestión es que la sociedad catalana no es mayoritariamente independentista. Lo que pasa es que el proceso del Estatut (sobre todo la sentencia) así como los contenciosos fiscal y educativo, en especial sobre la lengua, han originado un estado de ánimo de desafección profunda –y en muchos casos de irritación– hacia las instituciones españolas que ha vigorizado un latente independentismo sentimental. Y sobre este sentimiento –que el Gobierno Rajoy no sólo no ha hecho nada por atajar sino que con algunos comportamientos ha exacerbado– se montaron tanto la gran manifestación independentista del 11 de septiembre del 2012 como la Via Catalana del 2013.
El independentismo ha crecido mucho –dos terceras partes del 47% que se declara independentista confiesa serlo desde hace poco tiempo según la última encuesta de El Periodico– pero no encarna como pretende, al menos todavía, la nueva centralidad catalana. Y a medida que pasa el tiempo esta hoja de ruta –convocar un referéndum para el 2014 que todo el mundo sabe que no se va a poder celebrar para exhibir que Madrid no lo autoriza y generar así más protestas– causa una alarma progresiva. El empresariado ya ha mostrado prevención. El Foment (la principal patronal) ya ha dicho que no quiere ir mas allá de reivindicar el pacto fiscal, y la posibilidad de que una Cataluña independiente quede fuera de la UE –sobre la que han advertido varios comisarios europeos– ha penetrado en la capilaridad de las clases medias. Los dos bancos catalanes (CaixaBank y Sabadell) no esconden sus reservas, y el diario La Vanguardia –durante muchos meses muy favorable a Artur Mas– ha modificado algo su actitud.
Pero en el campo político lo más relevante ha sido la decisión del PSC de romper radicalmente con la hoja de ruta soberanista. No es tanto que el PSC haya cambiado su posición de fondo, ya que no suscribió la declaración soberanista del Parlament aunque sí otra posterior sobre el derecho a decidir. Y el PSC sigue apostando por su concepción del derecho a decidir, una consulta que sea legal y acordada, que es un problema en su relación con el PSOE.
Pero ahora –ese es el cambio sustancial– el PSC proclama que defender el derecho como principio democrático y por ser la respuesta catalana a la sentencia del Constitucional, no tiene nada que ver con suscribir la hoja de ruta trazada por el tándem Mas-Junqueras. Por eso el PSC ha decidido votar en contra de pedir la cesión de competencias a la Generalitat para la celebración de referendos porque es una propuesta que cree inviable sin previa negociación y acuerdo con el gobierno de Madrid. El PSC no está dispuesto a que la reivindicación del derecho a decidir (mayoritaria hoy en la sociedad catalana) le arrastre a hacer de comparsa en una hoja de ruta trazada por Mas y Junqueras, sobre la que no se le ha pedido su opinión y que además sabe condenada al fracaso.
La decisión no ha sido fácil porque la prensa (y las radios) próximas al independentismo han pregonado que ello significaba que el PSC abjuraba del catalanismo, porque las presiones han sido muchas y porque muchos dirigentes de la Cataluña interior (de las provincias de Lleida y Girona, donde el independentismo es ahora pujante) no querían separarse de lo que en sus comarcas es el consenso general.
Pero tras la conversación entre Artur Mas y Rubalcaba, en la que Mas afirmó que él no controlaba –ni quería hacerlo– un proceso espontáneo y popular, surgido desde la calle, y que toda solución tenía que pasar irremediablemente por una consulta o –caso de que no fuera autorizada– por unas elecciones plebiscitarias, Pere Navarro ha decidido que el PSC debe marcar un territorio: sí al derecho a decidir dentro de una reforma de la Constitución española (pese a los problemas con el PSOE) pero un ‘no’ rotundo a seguir una hoja de ruta que en opinión de muchos sólo lleva a agudizar un conflicto sin salida en el que Cataluña saldría perjudicada. Y que se percibe cada día más como un camino a la independencia, de la que el PSC siempre ha estado en contra.
Navarro (a Rubalcaba no le pasa lo mismo) tiene detrás una mayoría sólida y articulada en el partido. Lo que nadie se esperaba es que la resolución tuviera el apoyo de nada menos que el 83% del Consell Nacional (Consejo Nacional) y la oposición de sólo el 13%, un porcentaje de apoyo superior al del último congreso en el que los críticos alcanzaron el 25%. Y que además este resultado se obtuviera en una no habitual votación secreta. Navarro clarifica la posición propia del PSC: ni inmovilismo ni independentismo, sino reforma constitucional profunda.
El Gobierno de Mas ya ha empezado a lanzar sus misiles afirmando que la postura del PSC fortalece a Rajoy, pero en la cúpula de Nicaragua (calle donde está situada la sede del partido) aseguran que estos ataques no generan inquietud porque el agit-prop de CDC lleva ya muchos años tachando al PSC de españolista. Por el contrario, personas próximas a Navarro sí admiten preocupación por una hipotética ruptura de la disciplina de voto de algún diputado.
El divorcio definitivo del PSC es un golpe duro para la estrategia de Artur Mas porque pierde mucha fuerza su pretensión de encarnar un amplio movimiento catalanista transversal. Sin embargo, el PSC puede no ser el mayor problema de Artur Mas, porque el domingo, Duran i Lleida, presidente de la federación CiU y líder parlamentario en Madrid, hacía unas explosivas declaraciones a El Periódico afirmando nada menos que “al paso que vamos, el proceso acabará mal”. La desconfianza respecto a la hoja de ruta de Mas no puede ser más explícita. A fin de cuentas, el PSC es sólo el segundo partido catalán en votos pero no está en su mejor momento y siempre ha sido el adversario. Lo de Duran es otra cosa porque ha sido el aliado constante, aunque de verso suelto, desde que Pujol llegó a la Generalitat hace 33 años.