SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El problema es el mensajero

Un debate viejo (en el fondo y las formas) para un tiempo nuevo, marcado por el vuelo rasante de sus protagonistas cuando más altura de miras hace falta. Este es el poso que dejó el debate sobre el estado de la nación, del que, según la opinión mayoritaria, Mariano Rajoy salió vivo y Alfredo Pérez Rubalcaba, con plomo en las alas.

Pero hace tiempo que juzgar estos debates en clave de “quién ganó” y “quién perdió” se ha convertido en un entretenimiento exclusivo de políticos y periodistas, que a nadie salvo ellos interesa. Mientras estaban ellos dentro del caserón de la Carrera de san Jerónimo, los ciudadanos permanecían al margen: físicamente, por el vallado que rodeó el edificio, y anímicamente, por la falta de expectativas de que de allí pudiera surgir alguna solución a los problemas que los agobian cotidianamente, como vino a poner de relieve que su retransmisión televisiva registrara un mínimo histórico. Aunque Rajoy y Rubalcaba se intercambiaron ofertas de pactos, sus entornos reconocen que la posibilidad de que prospere algún acuerdo de calado es más que limitada.Castañeteaban los dientes en la bancada popularantes del comienzo del debate, viviendo como viven sus miembros en un sin vivir que tiene nombre propio: Luis Bárcenas. Y en la socialista, se frotaban las manos en la esperanza de que Rubalcaba pudiera infligir a Rajoy un revolcón parlamentario. Pero, como es sabido, la política es cosa de sensaciones y la autoestima socialista es hoy tan frágil que cualquier traspié se convierte en una caída.Salieron el miércoles del hemiciclo los socialistas convencidos de que su jefe de filas había hecho un buen discurso, “el discurso de la calle”, aunque algunos ya apuntaban que le habían faltado “garra” y “alma” en su puesta en escena. Pero su estado de ánimo mudó el jueves cuando desayunaron con el juicio mediático, que o fue negativo o ignoró a Rubalcaba. Entonces volvieron a agitarse las aguas del PSOE.Decepción en el PSOE“Si en el peor momento posible para el Gobierno, con un récord histórico de paro, bajo sospecha de corrupción por la financiación del PP y sin ningún aliado parlamentario, Rajoy ha logrado salir indemne del debate, estamos realmente mal”, se reconocía en las filas socialistas. La conclusión para los críticos con Rubalcaba, e incluso para los que contemporizan con él, no ofrece dudas: “El impacto del discurso que hizo Rubalcaba hubiera sido totalmente distinto de haberlo pronunciado un José Luis Rodríguez Zapatero (del año 2000)”. Y el corolario es: “El problema no fue el discurso, el problema es el mensajero”.En otras palabras, a juicio de los suyos volvió a ponerse de relieve que al líder del PSOE le pesa demasiado el lastre de su pasado. Su “¡Maldita sea, por qué no hicimos algo para evitar los desahucios!” fue, para su círculo de hierro, una prueba de su capacidad de conectar con la realidad de la calle, un ejercicio de autocrítica y un distanciamiento del legado de Zapatero; sin embargo, para otros fue la demostración de que su “historia” le acompleja para hacer oposición al Gobierno. Y los dos juicios conviven en el PSOE, donde los críticos siguen velando armas, aunque tampoco están para sacar pecho.Cuando Rubalcaba concluyó su intervención, tras las primeras palmadas Carme Chacón prefirió irse a buscar un vaso de agua que seguir aplaudiendo a su jefe de filas. Tampoco está la diputada catalana para sacar pecho, con el PSC convertido en la casa de los líos, que cuando no los tiene se los busca, como hizo su primer secretario, Pere Navarro, pidiendo la abdicación del Rey como agraz aperitivo para el líder del PSOE. Los que pueden mover la silla a Rubalcaba son los ‘barones’, cuya inquietud crece a medida que corre el calendario hacia las elecciones municipales y autonómicas, pero -con la consabida excepción del madrileño Tomás Gómez– todos suscribieron con él un pacto de no agresión hasta la Conferencia Política del otoño.¿Y ahora qué?Aunque haya escaramuzas, seguramente la tregua se respetará hasta entonces. Pero los nervios están a flor de piel. Indicativo de ello es que hayan empezado a aflorar las discrepancias sobre la estrategia de pedir la renuncia de Rajoy, como ya apuntó El Confidencial. Después de que desde la Ejecutiva se filtrara que Felipe González y Zapatero la compartían, se ha ido sabiendo que no fue tan así y que algunos miembros de la vieja guardia advirtieron de que esa petición sólo tenía sentido si era el paso previo para una moción de censura que no se prevé.Personas que hablaron en aquellos días con González creen que, efectivamente, el expresidente apoyó inicialmente esa estrategia, pero luego la ha censurado públicamente al recordar el calvario que sufrió en sus propias carnes con el“¡Váyase señor González!” de Aznar. Y fuentes próximas a Zapatero aseguran que hizo cuanto pudo para convencer a Rubalcaba de que no diera ese paso.Rubalcaba argumenta que si no se guardó ese cartucho fue porque tenía que elegir entre convertir el debate sobre el estado de la nación en “el debate de Bárcenas” o “el debate de la calle”. Optó por lo segundo, llevando al hemiciclo la realidad de quienes buscan comida en los contenedores de basura o de los jubilados que renuncian a comprar medicinas para alimentar a sus nietos. Pero la pregunta es: “¿Y ahora qué?”. En su entorno se afirma que ahora “la pelota está en el tejado de Rajoy” y que sus movimientos dependerán de los que haga Bárcenas, la espada de Damocles del presidente.¿Y mientras? La respuesta de Rubalcaba es: “Desarrollar el programa que esbocé en mi discurso, donde está en buena parte ‘el nuevo’ PSOE”. Lo malo para él es que Rajoy le robó buena parte de sus iniciativas contra la corrupción, pero el líder socialista está convencido de que la bomba Bárcenas acabará estallando en la cara del presidente (…)

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