Salvador Dalí se inspiró en la imagen del diablo en una roca antropomórfica, de la que surge el árbol del pecado, a la derecha del panel izquierdo o del paraíso del «Jardín de las delicias» de El Bosco para crear la cabeza de bruces en el suelo de «El gran masturbador», una de las obras cumbres del surrealismo. ¿Qué tienen en común las vanguardias artísticas más radicales del siglo XX con un pintor que vivió cinco siglos antes?
En un reciente artículo, Antonio Muñoz Molina habla de El Bosco como “un predecesor de las alucinaciones y las irracionalidades del surrealismo”. Señalando que “como el de los profetas del Antiguo Testamento, el mérito de El Bosco habría sido anunciar con quinientos años de anticipación a André Breton y sus amigos, y de paso el psicoanálisis y hasta la psicodelia”.
Sin duda es una exageración conectar a El Bosco con el surrealismo, un movimiento que necesitará de las convulsas realidades de las primeras décadas del siglo XX para nacer, pero ese arriesgado salto nos permite transitar por caminos muy sugerentes.
Que explican por qué el propio Antonio Muñoz Molina, ante el cuadro de El Bosco “Las Tentaciones de san Antonio” confesaba que “sentía la apelación turbadora y burlesca de esas imágenes que estaba mirando de cerca por primera vez, en ese estado creciente de excitación que tiene algo de embriaguez visual”. «Las alucinaciones de El Bosco nos hablan, con una libertad de forma y contenido pocas veces expresada de forma tan radical, de pesadillas, delirios y pasiones que sentimos como propias»
El surrealismo deformó la realidad hasta los extremos más grotescos para poder mostrarnos la auténtica realidad oculta sobre capas de mentira e hipocresía. Frente a una racionalidad burguesa cada vez más plana y castrante, los surrealistas empuñaron la irracionalidad, el lenguaje conectado al mundo onírico, como un cuchillo que cortara las cadenas de una civilización podrida hasta la médula.
Cinco siglos antes, las alucinaciones de El Bosco parecen extrañamente imbuidas de un espíritu similar, y los hombres y mujeres del siglo XXI nos inquietamos ante ellas porque nos hablan, con una libertad de forma y contenido pocas veces expresada de forma tan radical, de pesadillas, delirios y pasiones que sentimos como propias.
El Bosco vive en un momento de profundas transformaciones, a caballo entre el siglo XV y el XVI, cuando todo el mundo medieval se desmorona inevitablemente y se sientan las bases de la modernidad. Una época confusa, donde lo que antes era sagrado e inamovible se cuestiona y cambia.
Una realidad que se traslada al plano artístico, generando la explosión renacentista que remueve las sensibilidades tradicionales.
Pero El Bosco parece alejado de todo ese bullicio, recluido en una ciudad de provincias de los Países Bajos, y viviendo como un miembro respetable y devoto de su comunidad.
Contemporáneo de Leonardo da Vinci, El Bosco parece el reverso del genio italiano.
Da Vinci retrató ese momento de cambio mostrándonos una realidad donde en todo en una mezcla donde no se sabe donde empieza una y termina la otra. Detrás de una aparente placidez, siempre se dibuja la sonrisa burlona e inquietante de la Gioconda.
Para El Bosco no hay margen a la serenidad, y el conflicto debe manifestarse, golpearnos e inquietarnos más allá de los mensajes racionales.
En sus obras abunda el sarcasmo, lo grotesco y una imaginería onírica. Su irrealismo se emparenta en último término con el espíritu sarcástico, ridiculizador de los vicios y con las pesadillas de los terrores tardomedievales. Su mundo es el del milenarismo a la vez religioso y político de la tardía Edad Media, el de las danzas de la muerte, las celebraciones carnavalescas, la sátira de la desvergüenza de los frailes… Sus pinturas están pobladas de escenas grotescas protagonizadas por seres fantásticos que sucumben a toda índole de fantasías, angustias y anhelos humanos.
Una de sus grandes genialidades fue tomar las representaciones figurativas y escénicas conocidas como drolleries, que utilizan monstruos y seres grotescos para ilustrar los pecados y el mal, y trasladarlas de los márgenes de los manuscritos miniados a pinturas en retablos de gran formato. Junto con los híbridos tradicionales de hombre y bestia, como los centauros, y criaturas mitológicas como unicornios, diablos, dragones y grifos, encontramos también incontables monstruos surgidos de la imaginación del artista.
Toda una apabullante imaginación visual, presentada en retablos de gran formato que son auténticas narraciones.
Con un Jardín de las Delicias donde junto al moralismo aparece la representación más explícita y desenfrenada de la sexualidad, en el que la delicias se mezclan con los horrores, y donde el demonio llega a colarse inadvertido en el paraíso.
Con “El Carro de Heno”, donde hasta los Papas siguen al demonio de la avaricia.
O esas tentaciones de San Antonio místicas y enigmáticas.
La celebración del V Centenario de la muerte de El Bosco nos va a permitir disfrutar de grandes exposiciones en las que contemplar su obra.
Para averiguar las razones de que el “Jardín de las Delicias” sea uno de los cuadros de El Prado que nadie puede ver sin detenerse y sentirse tan subyugado como incómodo.
Para volver a preguntarnos porque esos seres deformes surgidos de la imaginación de un pintor hace ya cinco siglos nos siguen hablando de corrupciones, pesadillas y terrores tan modernos.