A finales del pasado mes de febrero, moría a los 56 años de edad la actriz Amparo Muñoz. Destinada por su origen de clase a vivir una existencia gris como oficinista, su belleza magnética y hechizadora y su fuerte espíritu de rebeldía la llevarían sin embargo por caminos muy distintos. En 1973, con 19 años, es elegida Miss España. Y un año después es coronada Miss Universo en Manila.
Pero Amaro Muñoz se iba a convertir pronto en la Miss Universo más atípica de la historia. Su indómita personalidad le lleva a renunciar al título a los seis meses de su reinado. Negándose a ser manipulada por la organización del concurso que pretende obligarla a ser una dócil muñeca en manos de desalmados “comerciantes de rosas maniatadas”. Su rebeldía y su afán de libertad se manifiestan entonces parejas con su extraordinaria y excepcional belleza.No tardó el cine español en interesarse por ella. Sin embargo, desafortunadamente, en plena época del llamado “cine del destape”, la mayoría de los directores con los que trabajará –salvo tan escasas como extraordinarias excepciones– están mas interesados en utilizar sus encantos físicos como reclamo que a explorar el fascinante hechizo que su belleza irradiaba.Era tal el embrujo y la fascinación capaces de transmitir con su rostro, con su mirada, que puede decirse, sin miedo a la exageración, que Amparo Muñoz, de haber tenido tras de sí una potente industria cinematográfica como la de Hollywood, podía haber alcanzado la categoría de mito universal en la historia del cine, sólo comparable al de unas pocas diosas del celuloide como Greta Garbo.A pesar de sus notables diferencias –el rostro de la sueca suavemente esculpido por el hielo, el de la española labrado por un torrente volcánico–, ambas transmiten mucho más que una belleza sustancial, y por tanto efímera. Las suyas son bellezas esenciales, de las que el cine no puede aspirar sino a mostrarlas fugazmente. Y sin embargo en esa fugacidad está contenida toda su cautivadora perfección.Como la Garbo, Amparo Muñoz no se limita a traducir un estado superlativo de la belleza. Al mirarlas nos es dado ver, por decirlo así, la misma esencia de la belleza. Hay bellezas que atraen, otras que impresionan, algunas que enamoran, unas pocas que desarman, pero la singular belleza de mujeres como ellas está todavía varios puntos más allá: son puro magnetismo, el arquetipo vivo de la feminidad, una síntesis imposible de lo carnal y lo anímico, de lo físico y lo psíquico, de lo humano y lo divino, que hechizan y seducen metiéndose en los centros.Todo esto es lo que la cinematografía española no supo, no quiso o no pudo ver en Amparo Muñoz, perdiéndose así una oportunidad única y seguramente irrepetible para el cine español y mundial.Conatos de lo que pudo haber sido la carrera cinematográfica de Amparo Muñoz apenas si los hemos podido entrever en un par de extraordinarias películas (Clara es el precio, de Vicente Aranda, y La reina del mate, de Fermín Cabal), en las que además de llenar la pantalla y arrastrar al espectador con su sola presencia, representan de algún modo también su espíritu indómito y libre. De forma especial la primera de ellas. Los nombres de Lilith Según la tradición talmúdica hebrea, existe una versión originaria del Génesis que narra la existencia de una mujer, Lilith, a la que Dios creó al mismo tiempo y de forma idéntica a Adán, naciendo por tanto iguales entre ellos. La aparición de la figura de Eva –surgida ya de la costilla de Adán– es posterior, y viene a suplir el vacío que la rebelión de Lilith ha dejado en la narración bíblica del origen de la humanidad.En efecto, según esta tradición talmúdica (donde se recogen las grandes discusiones rabínicas sobre las leyes judías, sus tradiciones, costumbres, leyendas e historias), esta primera mujer se habría rebelado ante los intentos de Adán de tratarla no como igual, sino como inferior. Incluso en el terreno sexual donde Adán exige, para su mayor placer, que permanezca tendida mientras yace sobre ella. Lilith se niega a aceptarlo y, para escapar a ello profiere el impronunciable nombre de Yavhé, lo que le permite dotarse de alas para escapar del paraíso y vivir una vida libre y sin imposiciones en las orillas del Mar Rojo, junto a las huestes del gran rebelde contra Yavhé, Satán, el lado oscuro de la divinidad dual primigenia.Resulta extraordinariamente significativo que la tradición talmúdica se refiera expresa y destacadamente a la rebelión de Lilith contra las imposiciones de Adán para realizar el acto sexual, símbolo evidente de sometimiento de la mujer con respecto al hombre. Significativo pero no extraño por cuanto el mito de Lilith procede de la tradición sumeria, donde con este nombre o con el de la “Mujer Escarlata” se conoce a uno de los espíritus alados de carácter benefactor para los hombres; semidioses encargados de guardar las puertas de los templos que permiten el intercambio entre el plano espiritual y el plano físico. En concreto, las sacerdotisas del templo de Lilith estaban especializabas en ritos de índole sexual en los que participaban otros sacerdotes o personajes de la alta aristocracia esclavista, pero donde siempre era la voluntad de la sacerdotisa la que prevalecía sobre la de los hombres.En Clara es el precio –así como, en lo que sabemos, en su propia vida– Amparo Muñoz encarna ese espíritu de la Lilith sumeria o hebrea.Mujer emancipada social y sexualmente –es fiel a su marido, con el que no mantiene ninguna relación sexual, pero en cambio por las mañanas protagoniza películas pornográficas que se exhiben en Europa–, pasional y combativa. Como Lilith, Clara tiene apetitos sexuales, pero es una mujer que se va a la cama con quien le place y a quien nadie posee, es ella la que decide a quién se entrega. Busca infructuosamente el goce de la sexualidad con su marido sin animo de procrear, uno de los tabúes más arraigados en las sociedades patriarcales en contra de las mujeres.Como Lilith, Clara no tiene precio, y el que se obstine en buscarlo será él el que pagará un precio muy alto, con su propia vida. Ella es lo que jamás podrá ser dominado, ni extirpado, ni manipulado, porque está, como una diosa, por encima de todo, permaneciendo siempre fiel a su propia verdad. Su rabiosa independencia no permite que los demás elijan por ella, no hace concesiones, puede ser a la vez tan seductora como implacable con sus enemigos, tan dulce y apasionada como exigente con los que ama.Amparo Muñoz, como Clara, como Lilith jamás aceptó que pusieran precio a su vida. Como dijo una vez de sí misma: “nadie tiene derecho a juzgarme”.