El inesperado resultado de las elecciones en Andalucía llena los titulares y los informativos. Prácticamente todos hablan de un «giro a la derecha» del electorado andaluz, y se muestran alarmados ante la irrupción de la ultraderecha de Vox. Pero ¿es el pretendido «auge de la derecha» el principal fenómeno al que hay que prestar atención? ¿O es, por el contrario, el «gatillazo» de las fuerzas de izquierda y el creciente desencanto de la mayoría social progresista andaluza ante sus posiciones y políticas, lo que principalmente explica el veredicto del 2 de diciembre?
Es necesario tirar a la basura la cuenta de los escaños y la aritmética parlamentaria, e ir al recuento de votos (la que realmente permite medir las pulsiones del electorado andaluz), para entender lo que ha sucedido en estas elecciones autonómicas. Un resultado que dibuja un panorama político complejo.
El PSOE ha perdido 14 escaños y casi 400 mil votos, en los peores resultados cosechados en un feudo como Andalucía. Adelante Andalucía ha perdido 340 mil votos de los que sumaban Podemos, IU y Partido Andalucista por separado. ¿Por qué?
Si hablamos del PSOE-A hay que hablar del partido que lleva 40 años manejando el cortijo de la Junta de Andalucía. Un partido que ha construído un régimen clientelar y que es en gran parte responsable de la desindustrialización de la comunidad andaluza, y por tanto de la «crisis de los 40»: que el 40% de los jóvenes andaluces esté en paro, o que el 40% de la población andaluza esté en riesgo de exclusión social. El gobierno de Susana Díaz -al contrario que el ejecutivo de Pedro Sánchez en Madrid, que ha hecho importantes concesiones a los anhelos de reversión de recortes de la mayoría social- ha seguido manteniendo unos recortes sociales salvajes y el gasto medio en sanidad más bajo de España. Las recientes movilizaciones de la marea blanca en la comunidad son prueba de ello. ¿Hay que extrañarse entonces del abandono de casi un tercio de sus votantes?
Lo que cualquier astrólogo electoral hubiera vaticinado es que estos votos fugados del PSOE-A hubieran ido a parar mayoritariamente, de forma natural, a la otra gran alternativa progresista de «los cuatro fantásticos» en las elecciones andaluzas, Adelante Andalucía. Pero no ha sido así.
El trasvase de votos del rojo al morado no ha ocurrido, sino que ambas formaciones han pinchado. El gatillazo de Adelante Andalucía no se explica por su desgaste en el poder autonómico, sino por múltiples causas. Antes que nada es preciso advertir que -al contrario que en otras ocasiones- estas han sido unas elecciones autonómicas percibidas por muchos andaluces como lo que son en realidad: la primera batalla de un intenso ciclo electoral en toda España. Y esto no ha jugado nada bien a favor de las posiciones de Teresa Rodríguez o Pablo Iglesias.
Una de ellas es sin duda el tratamiento que desde Adelante Andalucía se hace del tema de la unidad de España, predominantemente desde un andalucismo identitario -versión refrita de la manía antiespañolista de gran parte de la izquierda española- y de una connivencia y complicidad con el separatismo catalán (Pablo Iglesias intercambió varios tweets con Puigdemont la misma jornada electoral) que, sean conscientes los dirigentes morados o no, sienta muy mal a gran parte de su potencial electorado.
Otra es la renuncia -explícita unas veces, tácita otras- de Adelante Andalucía a defender puntos especialmente sensibles para el electorado andaluz más de izquierdas. Desde aceptar la permanencia de las bases militares yanquis de la OTAN en Rota o Moron de la Frontera («porque crean puestos de trabajo») a decir que «quien prometa crear 100.000 puestos de trabajo en Andalucía, miente».
Algo que significa en los hechos renegar de una auténtica política de redistribución de la riqueza, a poner toda los recursos de Andalucía al servicio de las necesidades de la región y de la población andaluza. A recuperar las fuentes de riqueza de Andalucía de manos de quienes la han usurpado -la banca y los monopolios, la oligarquía financiera del Ibex 35, los principales centros de poder mundial (EEUU, Alemania) y sus grandes capitales- para generar cientos de miles de puestos de trabajo, empleo productivo, de calidad y que genere más riqueza. No solo darle una ocupación a las personas que están en paro. Sino poner en tensión todas esas potencialidades para crear otro modelo económico, productivo y energético para Andalucía.
Renunciar a redistribuir la riqueza en Andalucía -que nada tiene que ver con «políticas asistenciales» para atender a la población más vulnerable- equivale a aceptar como una «maldición bíblica» irremediable que esta comunidad va a estar perpetuamente condenada a altas tasas de paro, precariedad y exclusión social.
¿Cómo extrañarse que una parte de los votantes de Podemos o IU hayan ido a formaciones más identificadas con la izquierda alternativa, transformadora o revolucionaria, como PACMA (que duplica sus votos, ganando 37.925 apoyos), Equo-Iniciativa (15.000 votos), Recortes Cero – Por un Mundo Mas Justo, PCPA, PCOE… Todos ellos ascienden en votos.
Las declaraciones -tanto del PSOE-A como de Adelante Andalucía- en la noche electoral fueron en el sentido de hacer frente a la ultraderecha. Y aunque esto sea una de las tareas del momento, como de nuevo dice Zé Zánzaro «la izquierda más consecuente emprenderá un camino anoréxico si se centra en hacer frente al fascismo más esperpéntico y no en lo que estas elecciones han demostrado que es verdaderamente acuciante: la reanimación de su propio electorado»