SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El Partido Alfa

El Partido Alfa de las clases medias españolas ganó las elecciones generales de noviembre del 2011 por abrumadora mayoría absoluta y forjó un imperio político comparable -en términos numéricos- al del Partido Socialista Obrero Español en 1982. El Partido Alfa tiene 185 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados, 165 de los 265 senadores, 24 de los 54 eurodiputados españoles, gobierna 11 de las 17 autonomías, controla la gran mayoría de las diputaciones provinciales y cabildos insulares; suyas son las alcaldías de casi todas las grandes ciudades -con la excepción de Barcelona y Bilbao-, y la mayoría de los municipios mayores de 50.000 habitantes. Su base es enorme: 800.000 afiliados, 26.500 concejales, 560 diputados autonómicos. Es el mayor partido político de la España moderna. Un caso poco frecuente en Europa: todos los matices del centro, la derecha y la derecha extrema, reunidos en un único conglomerado, para poder competir mejor en un país que, según dicen las encuestas, se mantiene ligeramente escorado hacia el centroizquierda (unas décimas más en la periferia que en el centro). Un partido de fuerte matriz nacional-castellana que sabe hablar en gallego -sobre todo en gallego-, en euskera y en las tres variedades del catalán (idioma catalano-valenciano-balear).El Partido Alfa ganó las últimas elecciones generales gracias al fenomenal derrumbe de la credibilidad del presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, absolutamente desbordado por la gravedad de una crisis económica que fue incapaz de diagnosticar correctamente. Y también gracias al buen recuerdo que gran número de españoles conservaban -y conservan- de los años de la plata dulce, cuando el consumo y las plusvalías inmobiliarias alcanzaron cotas nunca vistas en España, recuerdo hasta hace dos días asociado a la figura de Rodrigo Rato Figueredo. Una gran mayoría social deseaba creer que la crisis mal manejada por Zapatero era un enojoso paréntesis en la historia de éxito de España y que la mejor manera de acabar con la pesadilla era encargar la gobernación al partido que gestionó los años fabulosos. Un partido muy bien conectado con los poderes económicos y, en apariencia, mejor sintonizado con el Directorio Europeo, con sede principal en Berlín. 10,8 millones de personas votaron a Mariano Rajoy, que superó en medio millón de papeletas el triunfal registro de José María Aznar en el 2000. El Partido Alfa vendió con contundencia su mensaje: con nosotros, se cierra el paréntesis. La mayoría se lo creyó.Catorce meses después, el paréntesis no se ha cerrado y la sensación imperante es que las cosas han ido a peor. Seis millones de parados en las estadísticas oficiales, 50% de paro juvenil, salida en masa de licenciados universitarios en busca de un porvenir, constantes escenas de empobrecimiento y miseria en los medios de comunicación, comedores sociales llenos, municipios y administraciones regionales arruinadas, Catalunya inflamada e inflamante, una desmoralización generalizada y, de nuevo, después de muchos años, una cierta vergüenza ante el extranjero. Y la monarquía en dificultades nunca vistas desde el acontecimiento sucesorio de 1975.El ahorro, la verdadera existencia de sentimientos democráticos en el pueblo español -finalmente asentados-, la resiliencia y el buen talante de la gente de abajo (una vieja tradición de resistencia al sufrimiento), las redes familiares, la gran amplitud de la propiedad de la vivienda (pese a los dramas hipotecarios), la gran proximidad del campo a la ciudad en muchas áreas urbanas y el objetivo abaratamiento histórico de los productos básicos para la supervivencia explican que España aún esté lejos de la dramaturgia griega. La gente conlleva la crisis, pero el depósito del malhumor está muy lleno. Muy lleno. La publicación de las fotocopias de una supuesta contabilidad oculta del Partido Popular ha tenido un impacto tremendo y ha generado la ilusión óptica de una irreversible crisis de régimen. Esto se hunde, dicen en la prensa los especialistas en abrir y cerrar etapas históricas. Puesto que los tiempos, además de revueltos están muy acelerados, puede que acierten. El régimen de 1977 se acaba. La conclusión es muy sugerente -el derrumbe del orden establecido siempre será una gran narración-, aunque el arriba firmante no está muy convencido de que el actual escándalo sea el gorigori y el final de los tiempos.La novedad del momento puede que consista en lo siguiente: electores del centroderecha progresivamente irritados con el Gobierno -el momento clave fue Bankia y el derrumbe del mito Rodrigo Rato- están confluyendo en la Plaza del Enfado con la opinión de izquierdas, sectorialmente muy inflamada. La suma de malestares forma una ola de notables proporciones que fascina a los medios de comunicación. El Partido Alfa se halla en serias dificultades, pero la Omega, más que fuera, la tiene dentro. Yo no sacaría grandes conclusiones hasta después de las elecciones italianas de finales de febrero.

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