SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El Partido Alfa

Escocia escuece, pero nada de lo que vaya a ocurrir en las próximas semanas, en Barcelona o en Edimburgo, hará cambiar de carril al Gobierno de España en lo que respecta a Catalunya.

No tajante a la convocatoria del 9 de noviembre. Recurso inmediato al Tribunal Constitucional en el momento en que el Parlament apruebe la ley de Consultas; inmediata suspensión cautelar por parte del TC; posible forcejeo jurídico para que el presidente de la Generalitat ni siquiera tenga margen legal para firmar la convocatoria; guerra de nervios y de filtraciones con el arrasador caso Pujol a todas horas. Una continua escalada en el sistema de avisos y señales. La advertencia lanzada ayer por Mariano Rajoy en la sede del PP: “El Gobierno tiene preparadas todas las medidas para impedir que la consulta se lleve a cabo”.

Aunque la manifestación del Onze de Setembre desborde todas las previsiones, el guión gubernamental no va a ser modificado. Aunque el sí gane en Escocia y la Unión Europea entre en fibrilación, Rajoy no se moverá ni un milímetro. El 9-N catalán se ha convertido en la fecha de su gran prueba de fuerza. El símbolo escogido por el Partido Alfa para proyectarse ante las clases medias españolas -de lo que queda de las clases medias españolas-, como garantía de estabilidad en la fase políticamente más complicada de la crisis: aquella en la que los signos de recuperación enervan a la gente, porque no habrá mejora para todos. Cuanto más grande sea el Onze de Setembre, mayor será la demostración de resistencia. Si el sí gana en Escocia, Madrid será más roca que nunca.

El 9-N ha sido el aglutinante de la fragilidad política catalana desde las elecciones del 25 de noviembre del 2012, en las que CiU perdió 12 diputados, ERC ganó 11 y la joven CUP sorprendió a todos con tres escaños. La noche en la que la hegemonía convergente se convirtió en magma. Testigos presenciales cuentan que aquel 25-N Artur Mas habló de dimisión y que Jordi Pujol se opuso rotundamente a tal posibilidad. A la luz de los hechos actuales, aquella noche en el Majestic de Barcelona debería ser analizada de nuevo. El 9-N es pacto de legislatura, signo movilizador -por encima de la gran decepción pujoliana-, justificante de la vigorosa Assemblea Nacional Catalana, y aglutinante de todas las capas del “pueblo soberanista”, desde las que estarían dispuestas a desafiar al Tribunal Constitucional, a las que no quieren dar ese paso, por razones de prudencia, o de inteligencia política.

Pacto, pegamento, ilusión y letra vencida, el 9-N es ahora la fecha más difícil del catalanismo contemporáneo. ¿Qué hacer? Días de angustia. La manifestación del jueves será enorme, pero el viernes la pregunta seguirá sin respuesta. ¿Qué hacer?

Rajoy sabe lo que va a hacer. El día 9 de noviembre enviará el siguiente mensaje a toda la sociedad española: “La recuperación económica, aunque lenta, está en marcha. El Gobierno garantiza la estabilidad. El Gobierno es fuerte y no consiente actos ilegales. O nosotros o el caos”.

Mientras se redactaba este guión, la policía española perforaba, con éxito, el secreto bancario de Andorra. El tremendo impacto del caso Pujol en toda España y el gigantesco boquete que ha abierto en Catalunya, refuerzan al Gobierno como garante de “un orden” que será puesto a prueba en las elecciones municipales de mayo del 2015. Esa es la cita que preocupa a Rajoy. Esa, sí.

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