Arquitectura: 8 decadas del Pabellón Barcelona

El «Partenón» Barcelona

«Para los arquitectos, la arquitectura no es ninguna teorí­a, ni tampoco una especulación o una doctrina estética, sino la expresión espacial del espí­ritu de la época, es decir, del inconsciente colectivo. Viva, cambiante, nueva.» Mies van der Rohe rasgaba la superficie formal del arte para llegar más allá del corazón del artista, al alma de la sociedad que representaba. En el ochenta aniversario del Pabellón alemán para la exposición internacional de Barcelona, comprender el espí­ritu de este paradigma arquitectónico significa destripar una de las épocas más convulsas de Europa. El periodo de entreguerras.

Solo un año desués de exposición del 29, el parido naci obtenía nada menos que 6.400.000 votos. Era el fin de una década vibrante que osciló entre los levantamientos comunistas y el régimen socialdemócrata de la república de Weimar. Mies fue un termómetro artístico que no solo expresó en el pabellón las diferentes tendencias contradictorias que en su sociedad acontecían, también plasmó las ilusiones y ansias de la población. El mensaje de su creación, por un lado, representa el movimiento revolucionario y vanguardista que introduce el cubismo y el neoplasticismo en la arquitectura, reflejo una realidad más allá de lo aparente. Pasando a descomponer el volumen cerrado que hasta entonces había configurado las construcciones, a un conjunto de planos que libremente se disponían bajo la cubierta, prolongándose hacia el paisaje. Conformando un espacio fluido, entre el interior y el exterior, cuyos límites estaban definidos por la ambigüedad. Por otro lado, la construcción alemana simboliza la posición de la conciliadora República de Weimar tras perder la primera Guerra Mundial a través de la escala doméstica del pabellón -frente a los gigantes monumentos inflados de otras potencias- y el rechazo a la simetría –identificada con el autoritarismo y el enaltecimiento nacional-. Sintetizado claramente en el discurso de inauguración del comisario germano: “Aquí ven el espíritu de la nueva Alemania: simplicidad y claridad de medios, e intenciones abiertas al viento, como la franqueza – nada cierra el acceso a nuestros corazones. Un trabajo hecho sin orgullo. ¡Esta es la casa tranquila de la Alemania sosegada!” Finalmente, Mies mira hacia los tiempos futuros y las ilusiones de la sociedad alemana, cristalizados en dos aspectos de su arquitectura: el primero, la invocación al orden griego, orden que se había perdido en Alemania tras la guerra, expresado en la estructura clara y rotunda. Además, de la connotación clásica de las ocho columnas que sostienen la cubierta. En 1928 expresaba su posición: “El caos es siempre señal de anarquía. La anarquía es siempre un movimiento sin orden. El orden de la Antigüedad se desvaneció en el Medioevo.” El segundo aspecto, es la estatua de una mujer desnuda que se surge de las aguas negras del pabellón llamada “Amanecer”. Enunciación del porvenir. ¿Pero qué orden griego reclama? ¿El clasicismo greco-romano que Hitler desarrolló en los años treinta, basado en la construcción de edificios públicos monumentales que muestren la superioridad del régimen, empequeñeciendo y sometiendo a los individuos por medio de la gigantomanía de los edificios? No parece que el doméstico pabellón, al que Mies se negó a poner el águila alemana, represente el orden naci. Más bien parece que el orden reclamado es el del Partenón, pequeña belleza desarmante guía de la razón y la primera democracia de las polis griegas. Sueño que materializaba las ansias de cambio de la sociedad alemana y conseguía tomar cuerpo en el pabellón Barcelona, o mejor dicho, el “Partenón” Barcelona.

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