La Unión Europea comenzó a actuar esta semana con una verdadera política monetaria común. Esperemos que sea el primer paso para que la coordinación se intensifique y se extienda a otras áreas, como la política exterior. Angela Merkel estuvo a la altura, aunque sus representantes en el consejo del BCE se opusieran a la medida. Lo contrario hubiera provocado una hecatombe, no sólo en la eurozona sino en la economía mundial.
En esta ocasión, quizá haya que dar las gracias a los populismos, porque la solo amenaza de que Grecia pueda caer este domingo en manos de una fuerza política radical como Syriza provocó la magnanimidad de los alemanes. No en vano, Draghi dejó fuera de los efectos balsámicos de su medida tanto a este país como a Chipre, hasta que se alineen con la austeridad. Una clara señal de advertencia de que quien no respete las reglas quedará proscrito.
No sé si Alexis Tsipras ganará los comicios, o si tendrá mayoría suficiente para gobernar, o si se atreverá a plantear un órdago sobre la deuda. Pero si desafía las reglas de juego, el pacto de Merkel con los grandes del euro es hacer cumplir las normas, hasta llegar a echar a los griegos de la moneda única, si no queda otro remedio. Cuenta, por supuesto, con el apoyo de Rajoy, como publicó elEconomista esta semana. Los componentes del euro deben seguir adelante con la política de reformas a cambio de que el BCE cumpla con su mandato, que es tomar las decisiones pertinentes para que la inflación suba del -0,2 por ciento al entorno del 2 por ciento.
El avance de los movimientos populistas Cinco Estrellas de Beppe Grillo en Italia o de Podemos en España trasladan una fuerte presión a los dirigentes europeos. Grecia apenas representa el 2 por ciento del PIB de la eurozona, pero si el virus del populismo se extendiera a Italia y España o incluso a Francia (donde la ultraderechista Marie Le Pen, se apresuró en felicitar a Tsipras antes de su victoria electoral), la Unión Monetaria correría un grave peligro.
El principal temor que inspira Tsipras, en este momento, no es porque deje de pagar la deuda. Grecia tiene que abonar un porcentaje anual de su endeudamiento en torno al 3 por ciento, inferior al de otros país como España, porque el período de pago se alargó hasta los 30 años. El problema es su programa, que contiene un importante incremento del gasto público, que acabaría con el actual superávit primario (sin tener en cuenta los intereses de la deuda) logrado por el Ejecutivo de Samaras.
Sin ese superávit, Grecia está abocada a incumplir sus compromisos financieros. La troika, integrada por el FMI, la Unión Europea y el BCE, debe examinar a Atenas en marzo para reanudar su programa de ayudas.
Se equivoca quien crea que los problemas de la eurozona se terminaron con la inyección monetaria del jueves. Europa puede verse abocada a afrontar en los próximos meses una tensa negociación con el nuevo Gobierno heleno, que despertará los fantasmas sobre su eventual salida del club euro. La actuación contundente de Draghi debe entenderse como una manera de blindar a la eurozona ante un futuro político y económico incierto.
El BCE intenta levantar un cortafuegos. Si se tolera un incumplimiento a Grecia, los acreedores de otros países sobreendeudados entrarían en pánico, por temor a que los demás también dejen de pagar.
Se trata, además, de un año electoral en varios países. La situación que más preocupa, aparte de la griega, es la española, por el ascenso en las encuestas de Podemos. La ley electoral favorece a las mayorías. En los últimos sondeos, Iglesias aparece como segunda fuerza política, seguida muy de cerca por el PSOE, con algo más del 20 por ciento de la intención de voto. Aunque la diferencia porcentual sea pequeña, si Podemos logra el segundo puesto, obtendría más de cien diputados, mientras que el PSOE se hundiría hasta el tercer lugar, con alrededor de 70 escaños. España sería ingobernable sin una alianza entre el PSOE y Podemos o entre los socialistas y el PP, ya que Iglesias descarta un entendimiento con la derecha.
El nuevo líder de los socialistas, Pedro Sánchez, es partidario de unirse a Podemos antes que al PP, según confiesa en los encuentros off the record mantenidos con la prensa, al contrario que Susana Díaz. La presidenta andaluza se decanta por la opción que dé estabilidad. Las espadas están en alto, pero interesa evitar el derrumbe de los socialistas, como ocurrió en Grecia.
La actuación de Draghi pretende lograr lo que no consiguió hasta ahora inundando de dinero barato los bancos, que éstos presten para que se recupere la demanda interna. Si lo consigue, el ciudadano notará, por fin, en sus bolsillos el final de la crisis. Un logro que favorecería a gobiernos como el de Rajoy, en un año electoral clave. Lo peor es que la medida tardará entre 6 y 12 meses en hacer efecto y no se sabe si llegará a tiempo.