Ofensiva en Pakistán

El Nóbel de la Paz enseña sus cartas de guerra

En una ofensiva sin precedentes, 30.000 soldados del ejército pakistaní­, apoyados por aviones de combate, helicópteros de ataque, fuego de artillerí­a pesada y la indispensable colaboración del Pentágono, arrasan a sangre y fuego la zona sur de la región de Waziristán, patria de la tribu de los Meshud y feudo de los talibanes. La prohibición de acceso a la zona a los medios de comunicación impide conocer realmente lo que está pasando, aunque la sola cifra de refugiados, 150.000 en apenas unas semanas, da una idea de la magnitud de la ofensiva.

Que la Administración Obama siga atraada en el dilema de cómo gestionar la compleja situación de Afganistán no implica, en absoluto, que su política de guerra en la región esté paralizada. Con independencia de la resolución que finalmente adopte Obama, si enviar más tropas a Afganistán o restringir y seleccionar los objetivos militares, a comienzos del verano lanzaba un ultimátum al gobierno pakistaní. O desalojaba a los talibanes de sus feudos de las montañosas fronteras entre Pakistán y Afganistán, o la prometida ayuda económica de 5.000 millones de dólares (casi un 3% de su PIB) quedaría congelada. La operación se ponía entonces en marcha. Como preparación de la ofensiva, el pasado mes de julio el ejército pakistaní ya había impuesto un cerco a Waziristán del Sur que incluía el bloqueo económico de la región y la restricción de movimientos en el territorio. 80.000 habitantes se vieron entonces forzados a salir de sus tierras y sus casas, tanto porque muchos de los cultivos se pudrieron en el campo por falta de salida a los mercados, desabasteciendo al mismo tiempo a la población, como por el temor a verse atrapados en el inminente inicio de los combates. Desde entonces, los aviones no tripulados norteamericanos se han encargado de proporcionar la información de la que las fuerzas paquistaníes carecen al ser Waziristán una región vedada para ellos en las últimas décadas; al mismo tiempo que causaban centenares de víctimas civiles al lanzar sus misiles contra las viviendas de los dirigentes talibanes locales. Una vez completados los preparativos, la ofensiva se ponía en marcha el pasado 17 de octubre. Mientras la población civil iniciaba una huida en masa afirmando que “estamos atrapados entre el Gobierno y los talibanes”, cruentos combates con un número desconocido de bajas se suceden día tras día, pueblo tras pueblo. El lunes 19, el gobierno pakistaní anunciaba haber tomado la ciudad de Kotkai, considerada uno de los baluartes de los talibanes. 24 horas después, éstos retomaban la ciudad que no pudo volver a ser ocupada por el ejército hasta cuatro días después. Lo que da idea de la magnitud y la virulencia de los combates que se están desarrollando allí en medio de la indiferencia de la autollamada “comunidad internacional”. La ofensiva sobre Waziristán sucede a la realizada el verano de 2008 contra la región vecina de Bajaur, en la que el ejército pakistaní afirmó haber matado a centenares de insurgentes talibanes. Sin embargo, lo cierto es que tras proclamar su victoria, la actividad armada de los talibanes en la región ha seguido protagonizando numerosos conflictos y lanzando ofensivas puntuales. La situación en estas regiones fronterizas, mayoritariamente habitadas a uno y otro lado por la tribu de los pasthunes, base de las milicias talibanes, está tan enquistada que cuando el ejército paquistaní informa de haber vencido en alguna, lo que realmente ocurre es que ahora pueden estar presentes en ella, cosa que hasta hace poco era, sencillamente, imposible. Y todo ello al coste de centenares o miles de bajas entre combatientes de ambos bandos y la población civil. Apenas unas semanas después de concedido el Nóbel de la Paz, Obama enseña sus cartas de guerra. Y no serán, desde luego, ni las últimas ni, seguramente, las más importantes. La nueva orientación estratégica escogida por la superpotencia yanqui de abandonar Irak y centrar todos sus esfuerzos militares en la región denominada Af-Pak no es posible si no es a costa de profundizar una guerra ya declarada –la de Afganistán– e iniciar otra (u otras) de “baja intensidad”, como la que actualmente se desarrolla en las regiones del noroeste de Pakistán. Y es que una cosa es que Washington haya pasado a desplegar una diplomacia más multilateral con sus socios y más sutilmente abierta al diálogo con algunos de sus rivales, y otra bien distinta que renuncie al uso de la fuerza militar allí donde los intereses estratégicos de su poder hegemónico global lo requieren. Esta sencilla verdad es la que algunos pretenden que olvidemos tras la sonrisa y las buenas palabras de un presidente negro al que, por añadidura, acaban de conceder el Premio Nóbel de la Paz mientras despliega sus instrumentos de guerra.

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