El Observatorio

¿El nacionalismo contra el catalán?

En su incisiva columna de opinión del pasado viernes, 3 de julio, en «El Mundo», el siempre lúcido y batallador Arcadi Espada pone encima de la mesa un dato de esos que, por sí­ mismo, rasga el velo de las falsedades oficiales y desenmascara toda una estrategia polí­tica, sobre la base de demostrar pura y simplemente que tal estrategia está produciendo exactamente los efectos contrarios a aquello que pretendí­a. En efecto, ya parecí­a una verdad consagrada que la polí­tica del nacionalismo catalán (de derechas y de izquierdas, aunque ya ha habido muchos que han aclarado certeramente que «nacionalismo de izquierdas» es un oximorón) de «imponer el catalán como única lengua vehicular en la enseñanza» y otras medidas destinadas a «forzar su uso» (multas a comercios, etc.) redundaban a la postre en un mayor uso social de la lengua. Sin embargo, eso no es lo que dice la última encuesta de usos lingüisticos en Cataluña.

En su columna (titulada “Presión, risión, depresión”), Arcadi Espada señala: “Un día antes de que el Parlamento de Cataluña aprobara la nueva Ley de Educación el responsable de Política Lingüística presentó una amplia encuesta (la más pormenorizada desde 2003) sobre los usos lingüísticos en Cataluña. La conclusión llamativa era la pérdida de posiciones del catalán como lengua habitual. En 2003, primer año de la mayoría nacionalista de izquierdas, un 46% de la población tenía el catalán como lengua habitual. Hoy la cifra es del 35,6%. (Y en el área metropolitana barcelonesa el porcentaje no llega al 28%). Casi 11 puntos de pérdida. La inmigración aumentó un 7% en el mismo período, lo que justifica, en parte, el descenso. Sólo en parte, desde luego”.Estoy seguro que de cien personas a las que se hubiere preguntado, a priori, y sin conocer estos datos, sobre el uso del catalán, 80 por lo menos hubieran afirmado sin el menor titubeo que su uso habitual habría aumentado notablemente en estos seis años. Y un porcentaje no menor habrían atribuido ese incremento a las políticas del gobierno de Cataluña, en especial, a las relacionadas con la “inmersión lingüística” en las escuelas.Sin embargo, la realidad es la que es. Y el dato no se lo inventa Arcadi Espada para apuntalar su singular combate contra el nacionalismo catalán, sino que sale de las propias encuestas de la Generalitat, por lo que cabe presumir que es cierto o bastante aproximado.Así pues, la presión institucional en pro de la “lengua propia”, las políticas represivas contra los comercios, la desobediencia de las resoluciones del Tribunal Supremo, la adopción de una política educativa que cierra la puerta a la enseñanza en castellano (pese a ser tan “idioma oficial” en Cataluña como el catalán), el afán por imponer el monolingüismo en la Administración autonómica, los ingentes gastos de promoción de la lengua (en una comunidad con serios déficits en numerosos servicios públicos, empezando por la educación) y el cada vez más explícito designio de “marginalizar” al español en Cataluña, lo que han producido en los últimos seis años es un descenso del 11% en su uso habitual (o un 4% si descontamos el efecto de la inmigración). En todo caso, a mayor presión, menos uso.La sustitución (progresiva en estos últimos treinta años) de la política de “seducción” por la de “imposición”, el cambio de criterio desde la “voluntariedad” a la “obligatoriedad”, el destierro del “seny” en pos de la “multa” o la “sanción”, la no reconocida (pero existente) voluntad de llegar al monolingüismo, están acarreando consecuencias opuestas a las pretendidas y una resistencia sorda de la población que puede acabar provocando, incluso, una cierta “antipatía” (como lo suscita todo lo que trata de “imponerse”).El nacionalismo catalán estaría así cosechando su peor “derrota” en Cataluña. Al convertir la lengua en su principal banderín de enganche para un proyecto de dominación social y soberanía política, el fracaso en este terreno se dibuja cada vez más como la antesala de la definitiva crisis de su proyecto. Y ni siquiera el “blindaje” que le ofrece disponer de un control político omnímodo (las cuatro “familias” del nacionalismo catalán: CiU. ERC, IV y el sector dominante del PSC, copan el 90% del Parlament) parece base suficiente para salvarlo. Su empecinamiento en responder a los datos reales con medidas de endurecimiento cada vez mayor (como la nueva ley de educación), sólo agravan las situaciones que están restringiendo el uso habitual del idioma. Como ya hemos dicho, a mayor presión, menos uso.Visto con la perspectiva de estos últimos treinta años podría ya empezar a afirmarse que el nacionalismo podría acabar siendo el mayor enemigo del catalán. Y no sería una “boutade” provocativa, sino un puro dato de la realidad.

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