SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El marasmo Español

«Pensar tu nombre ahora envenena mis sueños» (Luis Cernuda)

Aunque lo pueda parecer a primera vista, el desafío secesionista catalán tal vez no sea hoy la principal amenaza de España. El gran problema de la nación, el que la ha vuelto vulnerable, desesperanzada y frágil, es su propia debilidad interna. La falta de cohesión social, la indecencia moral de la corrupción, la alarmante trivialidad intelectual, la ausencia de valores colectivos, el fracaso de la educación, el auge de la demagogia y la wikipolítica; todo eso es lo que ha provocado la quiebra estructural de un país que en su arrogancia de nuevo rico llegó a creerse sólido. La aspiración separatista ha tomado cuerpo porque en plena crisis española ha levantado con aura mitológica un proyecto elemental tan egoísta como comprensible: irse. La ruptura como punto de fuga ante la sensación de desplome, un horizonte hacia el que evadirse del marasmo.

Quizá no sea en el fondo muy distinta la voluntad de escape que ha vuelto a empujar al exilio interior, el que se vive en la propia conciencia, a muchos españoles asqueados de un ambiente cada vez más irrespirable. Del sectarismo banderizo, del extremismo populista, de la simpleza ideológica, de la cobardía pancista, del circo político, del descalabro de los ideales de la convivencia. El panorama nacional es de una trivialidad devastadora, una mezcla de estupidez, incompetencia y mala fe que augura un formidable desastre histórico e invita al alejamiento moral, al escepticismo individualista. La crecida sociológica del pesimismo es la peor noticia de esta España zarandeada en la que el riesgo de epidemia representa el paroxismo simbólico de su propia tensión. La desolación que emponzoñaba los sueños desterrados de Cernuda es ahora un cóctel tóxico de tristeza, decepción y desconfianza que envenena a los ciudadanos más conscientes o más lúcidos al evocar en medio de esta jeremíaca atmósfera de colapso el nombre de su patria.

El conflicto de la secesión ha sido posible por la larga ausencia de un proyecto común de España. Durante años esta ha sido una nación anestesiada en el espejismo de una prosperidad volátil y en la autocomplacencia del pensamiento débil. La consistencia estructural del país se ha desvanecido, si alguna vez llegó a haberla, con el rápido empobrecimiento de su clase media. Somos una comunidad asustada en el repentino descubrimiento de su insignificancia. Y ese sentimiento de temeroso desamparo barrunta una sacudida escapista hacia ninguna parte, o hacia cualquiera que señale la tentación ventajista del populismo. La fiesta nacional llega en pleno desmayo, en un momento hipercrítico de angustia, miedo y rabia, con España como principal enemiga de sí misma. Con poco que celebrar en un sistema que se hunde y con la vaga duda de no saber si merece la pena rescatarlo.

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