Convulsiones de un divorcio que no termina de resolverse; enfrentamiento abierto de Bruselas con el díscolo gobierno italiano; tensiones entre los gobiernos de la Europa central y oriental con el eje Berlín-París; auge de alternativas anti-UE y anti-austeridad, tanto de extrema derecha como de izquierda; un leonino gobierno alemán, ahora formado por una «Grosse Koalition» mal avenida, un gobierno francés cada vez más contestado en las calles… Europa lleva años encadenando sacudidas y crisis políticas de diversa índole. ¿Por qué? ¿Qué le ocurre al Viejo Continente?
Es un hecho. Europa lleva años sumida en una profunda crisis económica, política y social cuyo desenlace es incierto. Varias son las causas de este marasmo.
Primero, es un proceso que viene de lejos y que hunde sus causas en los profundos cambios que operan en el mismo orden mundial. Un orden global que está sumido en un largo y convulso periodo de transición entre un mundo unipolar y uno multipolar, una transición entre el ocaso imperial norteamericano y la irrupción de los “reinos combatientes”, nuevos centros de poder que aspiran a tratarse como iguales con la declinante superpotencia.
Estos cambios en la situación internacional actúan en contra de una Europa que ve desplazado su lugar en el mundo hacia uno cada vez más secundario. El desplazamiento del centro de gravedad mundial hacia Asia la coloca en una posición marginal, tras siglos de ocupar un posición predominante. Y el desarrollo desigual, acelerado por la lucha de los países y pueblos del mundo, que ganan terreno en la distribución del PIB mundial, ha golpeado en mayor medida a las potencias europeas. Unos centros de poder que ven como su poder político y económico va a menos.
Pero sobre esta causa que actúa en los fundamentos del lugar que ocupa Europa en el globo, actúa un segundo factor. En realidad el factor principal, el principal responsable del descenso de Europa en el ranking mundial. La intervención de la superpotencia norteamericana.
Europa es el área del planeta donde el dominio norteamericano es más profundo. EEUU ha descargado, en primer lugar sobre Europa, la factura de su propia crisis, imponiendole una mayor carga de tributos. Traducida en una oleada de recortes y de ajustes, pero que amenaza con conducir a la UE a un estancamiento crónico similar al impuesto a Japón tras las sacudidas de los años noventa, y del que todavía no se ha recuperado. Mientras EEUU ha multiplicado su PIB por 127% tras el estallido de la crisis, y Wall Street ha duplicado sus índices, los países europeos apenas empiezan ahora a recuperar el nivel de 2008.
La llegada de Trump a la Casa Blanca ha agudizado enormemente un saqueo que comenzó con Obama. El actual presidente norteamericano ha acelerado los ritmos del expolio a Europa y ha triturado las buenas formas en sus relaciones con los aliados-vasallos de la UE. Actualmente, el proyecto norteamericano para Europa pasa por hacer efectiva una recategorización a la baja de las viejas potencias europeas, adecuando un estatus que ya no se corresponde con el menguante peso de la UE en el orden internacional.
Frente a lo que se ha llegado a decir, Trump no pretende romper la histórica «relación transatlántica». La ha forzado, incluso magullado… para obligar a que sea reformulada bajo otras condiciones, mucho más favorables a los intereses norteamericanos. En la base está la imperiosa necesidad de una superpotencia en declive de aumentarle los tributos a sus aliados y vasallos, incluídos los «impuestos de guerra» que EEUU debe recaudar para mantener su costoso orden mundial hegemonista.
Todos los países europeos, empezando por el principal, Alemania, deben aceptar una nueva colocación en el sistema de alianzas norteamericano. Que supone entregar una cuota mayor de tributos al centro imperial, bajo la forma de una mayor contribución militar en la OTAN o nuevas reglas comerciales que permitan a EEUU reducir su abultado déficit exterior. Pero también aceptar una mayor, si cabe, intervención política por parte de EEUU, y un encuadramiento pleno, y en primera línea, en el “frente antichino” y en el mantenimiento del orden hegemonista en algunas mesas regionales (Norte de Africa y Sahel, Oriente Medio…) para que Washington pueda concentrar sus fuerzas en Asia Pacífico.
Los ataques públicos de Trump a la UE -y con especial vehemencia a su cabeza política, el gobierno alemán de Merkel- buscan ejemplificar que todos, empezando por el pais europeo más poderoso, deben acatar las nuevas normas. Esta línea intransigente de la Casa Blanca ha cosechado importantes triunfos en su pulso con Europa. Ha logrado que el conjunto de los aliados de la OTAN suban a ritmo de pito sus aportaciones presupuestarias en defensa, o que Europa hinque la rodilla en la pugna comercial.
Pero la agresiva y degradadora política de Trump hacia Europa también ha levantado resistencias entre las burguesías monopolistas de los países europeos. Para vencerlas, EEUU utiliza sus múltiples mecanismos de intervención en el continente, sin excluir una desestabilización controlada. Exigiendo a Reino Unido que aborde un «Brexit duro», que corte amarras con el Continente dejando al mismo tiempo vía expedita para establecer un tratado de libre comercio con EEUU. Alentando al gobierno italiano en su enfrentamiento con Bruselas, y también a otros países «respondones» ante Berlín y París, como Polonia, Hungría, República Checa o Austria. Interviniendo en las contradicciones de la Gran Coalición alemana a traves de sus estrechos vínculos con la CSU bávara. Y azuzando directamente todo tipo de movimientos xenófobos, anti-UE y antiinmigración -a través de la “internacional de extrema derecha” impulsada por Steve Bannon, antiguo estratega jefe de Trump y líder de la «alt-right» yanqui- que agudicen la crisis en el seno de la UE.
El tercer factor de este marasmo, de este grado extremo de agotamiento o enflaquecimiento de la Unión Europea, es el extremo expolio al que el país dominante de la Unión, Alemania, ha sometido durante años a sus «socios», en especial a los países del Sur, los despreciativamente llamados PIGS (cerdos): Portugal, Italia, Grecia y España. Desde 2008, Berlín -actuando como virrey norteamericano en Europa- ha descargado sobre los países más débiles y dependientes del Continente las peores consecuencias de la crisis económica. El ejemplo más brutal son las políticas de endeudamiento, saqueo y expolio -cínicamente tildados de «rescates»- que desde el FMI y Bruselas han impuesto al país heleno, secuestrando su soberanía y empobreciendo draconianamente a su población.
Frente a esta situación se ha levantado las resistencias de los pueblos, especialmente en el sur de Europa. La rebelión de muchos países europeos contra el centro de poder continental -Berlín y París- es puramente endógeno y hunde sus causas en la legítima lucha de los pueblos contra las imposiciones de la troika. Sin embargo, EEUU utiliza también las contradicciones populares y de sectores de las clases dominantes europeas con el avance del dominio alemán -desde la burguesía italiana que respalda a la Liga a la francesa que da apoyo al Frente Nacional- en función de sus planes.
Estos tres factores actuán conjuntamente y están interrelacionados entre sí. No son coyunturales sino de profundo calado, y seguirán interviniendo largo tiempo. El resultado al que dé lugar la actual crisis europea, que ha estallado ya en el plano económico, político y social, está todavía por dilucidar.
anarkoÑ dice:
Disentir de la UE, saliendo de la misma, está lejos de tomar distancia con Europa, puesto que la UE está lejos de Europa y de hecho está contra Europa.