El Observatorio

El ladrillo progresista

Salgo de casa, y antes de llegar a la estación para tomar el metro que me lleva al trabajo, atravieso una verdadera jungla de obras. Una de cada dos calles está en proceso de «remodelación». ¿Qué se está haciendo en ellas? ¿Por qué están de nuevo patas arriba calles que se han cerrado hace menos de un año? Están poniendo «bordillos» nuevos. Es el Plan E de Zapatero contra la crisis. Para mitigar el paro, dice el Gobierno. Para salvar a las constructoras, dicen los «malpensados». Pero muy pocos se paran a hacerse la pregunta: ¿pero que tiene que ver todo esto con el propósito, declarada por el gobierno, de cambiar el modelo productivo de España?

Desde hace muchos años, incluidos aquellos en que Esaña batía año a año sus récords históricos de consumo de cemento y ladrillos (en concreto, los cuatro de la primera legislatura de Zapatero: veánse las estadísticas oficiales), el presidente del Gobierno y su partido, el PSOE, han hecho gala de una cierta despectividad al hablar del sector de la construcción en España.Ese tono despectivo (que para nada coincidía con su política) alcanzó aires de rechazo y hasta de repelencia cuando se produjo el estallido de la burbuja inmobiliaria, con sus inevitables secuelas: paro masivo, quiebras y cierres de empresas y crisis bancarias.En ese momento el “odio” (verbal) al ladrillo (al que por otra parte se intentaba identificar con el modelo económico de “la derecha”) alcanzó el máximum: el ladrillo pasó a identificarse con la causa de todos los males: el paro, la crisis, la corrupción, etc.Y en medio de este clima de “demonización”, apareció Zapatero y anunció (con cinco años de retraso) que se va a “cambiar el modelo productivo”. Y acuñó para ese cambio un lema bien expresivo: “Menos ladrillos, más ordenadores”.Pero, ¿qué es lo que vemos en la práctica, qué es lo que se dibuja a través de los distintos planes del gobierno, qué es lo que comienza a aparecer en distintos debates públicos? Pues, sencillamente, que todo se trata de una falacia. De una impostura.De otro conejo sacado de la chistera para una campaña electoral. Ni hay planes para un cambio del modelo productivo español, ni los habrá. Si acaso, se va a intentar adecuar el “viejo modelo” a las nuevas circunstancias y, eso sí, se le va a poner el suficiente maquillaje y se le va a poner el envoltorio adecuado para que parezca nuevo. O al menos para que así lo crea una parte “suficiente” del electorado.En este contexto, el plan de “los bordillos” no es casual. Responde a la lógica de que, en el contexto actual de depresión del sector constructor, “el endeudamiento del Estado reemplace con cemento público el desfallecimiento del ladrillo privado” (como certeramente lo califica Luis Férnández-Galiano en un artículo publicado en El País, con el esclarecedor título: “Elogio del ladrillo”). La inversión pública (en “bordillos” o en infraestructuras más serias) cubrirá el “vacío” de la privada mientras dure la crisis, a fin de que el sector mantenga su posición destacada en el modelo productivo español.Como sigue diciendo Fernández-Galiano, “Tras el estallido de la burbuja, nada hace pensar que la construcción no pueda seguir siendo -junto con el turismo, la banca comercial o las energías renovables– un puntal del modelo económico. Deberán levantarse menos viviendas nuevas y menos edificios institucionales ostentosos, habrá de prestarse más atención a la rehabilitación o reforma de lo existente, y será imprescindible que la sostenibilidad impregne tanto la construcción como el urbanismo, situando el medio ambiente y el paisajismo en el corazón crítico de la arquitectura: pero el hoy denostado ladrillo continuará soportando el empleo y el bienestar de los españoles”.No se puede “desnudar” con menos palabras la realidad de lo que ocurre. Como mucho, lo que se trata de cambiar en el futuro es el “modelo” con el que se explota el “ladrillo” y la “forma” en que se vende. Ahora todo tendrá que ser “ecológico”, “sostenible”, “renovable” y “verde”. Será ladrillo, pero será “ladrillo progresista”.

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