La guerra interna desangra al PP (3)

El intrigante y la monja alférez

Es un mensaje insistentemente repetido que debajo de la cruenta guerra de dosieres y espionaje desatada en el seno del PP madrileño se encuentran las ambiciones personales de dos personajes, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, tan ansiosos de poder como dispuestos a cualquier cosa para suceder a Rajoy. Sin embargo, más allá de la declarada enemistad entre ambos, ¿qué dos proyectos, qué dos lí­neas encarnan uno y otro para el PP?

La hostilidad y animadversión que enfrenta a Aguirre y Gallardón está derivado fundamentalmente del antagonismo que entrañan sus resectivos proyectos para el PP. A ello se superpone, con toda seguridad, una cohorte de intereses espurios y una legión de personajes y personajillos que han hecho de la cercanía a los resortes de poder que manejan el uno y la otra un modus vivendi en el que medrar personalmente y acrecentar su patrimonio y el de sus allegados. Este último aspecto es el único que ha aflorado en la guerra de los espías. Apareciendo –o así quieren que lo percibamos– ante los ojos de la mayoría como el centro de los conflictos. Cuando no es en realidad sino la cáscara del asunto. Bajo la apariencia de moderación, espíritu dialogante, adalid del consenso y gestos y maneras exquisitas –que de creer en ellas tendríamos que concluir que este chico no ha roto nunca un plato–, el proyecto de Ruiz Gallardón para el PP representa poco menos que su sentencia de muerte. Al menos como hasta ahora lo hemos conocido. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez porqué Gallardón lleva años siendo el “niño mimado” de la derecha española por el Grupo Prisa? Podría pensarse que no tiene otro fin que el de colaborar a que al fin la derecha española se convierta en una derecha moderna, civilizada, europea. Pero a este nivel, pensar que la política del Grupo Prisa se mueve por buenas intenciones y no por intereses inconfesables, es lo mismo que creer que Rouco Varela monta sus algaradas por amor a Dios y no por llenar el cepillo. Cultivando la imagen de Gallardón y alimentando sus pretensiones, el Grupo Prisa –o, lo que es lo mismo, un amplio núcleo de la dirección del PSOE tan íntimamente vinculado a él que es difícil precisar donde termina uno y empieza el otro– no busca otra cosa que la división y la ruptura del PP. Bien porque hastiado Gallardón de dar la batalla interna sin resultado, diera el salto a la formación de su propio partido. Bien porque su ascenso al poder en el PP produjera el efecto contrario, la ruptura de la parte del partido situada en lo que ellos denominan la “derecha extrema”. En cualquiera de los casos, y aunque fuera por una vía distinta, el resultado sería el mismo. Ruptura del PP, creación, por un lado, de una derecha centrista y moderada –dirigida por Gallardón– susceptible de integrarse en el nuevo régimen político de una España helvetizada (es decir, cantonalizada) y, por el otro, de una derecha montaraz, aislada políticamente y conducida hacia los márgenes de ese nuevo sistema. En el otro lado, Esperanza Aguirre, rodeada de ese aura de liberal, de derecha sin complejos, lo que en realidad ha asumido sin complejos es el papel de liderar y convertirse en portavoz de la ultrareaccionaria línea ideológica y política que desde Washington se ha tratado de difundir al resto del mundo durante los años de Bush. Amparada por sus repetidos éxitos electorales en Madrid –y que todavía está por comprobarse cuánto corresponde a su méritos, cuánto a intrigas y sobornos y cuánto a la demolición de la izquierda madrileña programada por las direcciones del PSOE y de IU–, Aguirre se ha caracterizado en todo este tiempo por encabezar las posiciones políticas más reaccionarias de la derecha española. Atenta a las instrucciones de la calle Serrano, no ha dudado ni un momento en ser la más activa defensora de la guerra de Irak –mientras otros dirigentes de su partido guardaban, al menos, un discreto silencio–, saltar en contra de Cuba a la menor oportunidad, despotricar contra Chávez, defender ardorosamente a Israel y su derecho a defenderse,… Ansiosa por privatizar todo lo público en que pueda haber negocio privado, no duda en inmiscuirse en lo privado cada vez que alguien se atreve a oponérsele. En torno a su figura se ha construido un “cinturón de hierro” que, como se está conociendo ahora, presenta rasgos más similares al de un clan mafioso que a un equipo de gobierno. Con ella al frente, es bastante dudoso que el PP tenga demasiadas opciones de recuperar al gobierno. Lo que es seguro es que con ambos personajes en su seno, al PP le queda todavía una larga travesía del desierto. Si es que por el camino no se descompone.

Deja una respuesta