Los pueblos avanzan, el imperialismo retrocede

El imparable signo de los tiempos de América Latina

En los últimos años, los pueblos y países de América Latina no solo han conquistado parte del terreno perdido frente a la ofensiva hegemonista, sino que han asestado golpes contundentes al dominio de Washington sobre el continente.

La inesperada victoria del banquero Guillermo Lasso en Ecuador, con el 53% de los votos -cuando la mayoría de las encuestas daban como favorito a Andrés Arauz, defensor de las políticas redistributivas y soberanistas de su mentor, Rafael Correa- ha lanzado a los medios de comunicación occidentales a vaticinar, por enésima vez, el amargo fín del «giro a la izquierda que Sudamérica había iniciado con Alberto Fernández en Argentina y Luis Arce en Bolivia».

Son los mismos voceros que hace siete años, en 2015, auguraron un ominoso fin del ciclo político progresista en América Latina. ¿Tienen razón o por el contrario, intentar ganar en la propaganda el terreno que están ganando en los hechos?

En 2015, el imperialismo norteamericano y las fuerzas más reaccionarias del continente lanzaron una formidable ofensiva contra los gobiernos de izquierdas y antihegemonistas.

En aquellos años, los centros de poder hegemonistas lograron que un impeachment fraudulento y golpista derribara a Dilma Rousseff en Brasil y lo sustituyera por el entreguista y pronorteamericano gobierno de Temer. Consiguieron hacer caer a Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y poner en la Casa Rosada a Mauricio Macri, un presidente que se dedicó a entregar al país atado de pies y manos al FMI y a Washington. Lograron que el sucesor de Correa en Ecuador, Lenin «Judas» Moreno, traicionara a la Revolución Ciudadana y volviera a atar a Ecuador a la órbita de EEUU. Y empujaron a Venezuela al abismo de una gravísima crisis económica, política, social y hasta humanitaria.

El poder del hegemonismo norteamericano sobre América Latina era y es de temer. Pero los que dieron a los pueblos por derrotados no tardaron en darse de bruces con la realidad. Porque aquella ofensiva fue contestada, combatida, frenada y finalmente puesta en retroceso. Hoy son los pueblos los que han recuperado la iniciativa, mientras que Washington y las élites pronorteamericanas se encuentran a la defensiva.

Este es el contexto en el que se han celebrado las elecciones ecuatorianas, pero también en el que se van a librar otras dos batallas de enorme importancia en los próximos meses: la segunda vuelta de las elecciones peruanas, y el resultado de la convención constituyente en Chile del que habrá de salir una nueva Carta Magna.

Los pueblos de Hispanoamérica conquistan terreno. Inevitablemente se da de forma zigzagueante, con avances y retrocesos, con victorias parciales y derrotas momentáneas. Pero es un proceso general y se da en todos los países del continente.

En los últimos años los pueblos y países de América Latina no solo han conquistado parte del terreno perdido, sino que han asestado golpes contundentes al dominio de Washington sobre el continente. Y si no, veámoslo en los hechos.

México ha sido durante largas décadas un país donde los ultracorruptos y clientelares gobiernos se postraban a los pies de los designios del gigante al otro lado del Río Grande. Hoy el gobierno del progresista López Obrador pugna por ganar autonomía respecto a los dictados de Washington.

En Argentina, una amplia coalición de fuerzas políticas -desde peronistas a comunistas- lograron desbancar al macrismo, y un nuevo gobierno de izquierdas lleva hoy las riendas y trata de zafarse de las garras de la deuda y del FMI.

En Bolivia, el golpe de Estado contra Evo Morales -de diseño inequívocamente norteamericano- acabó en fracaso con la arrolladora victoria electoral del MAS.

En Brasil, la lucha popular no sólo ha sacado a Lula de la cárcel o ha desenmascarado la farsa judicial de la Lava Jato, exonerando al histórico líder del PT y dándole vía libre para presentarse a las elecciones de 2022, sino que golpea sin cesar a un ultra-reaccionario gobierno de Bolsonaro que ve cómo sus días se agostan.

En Venezuela, a pesar de seguir sumida en una grave crisis y de soportar una polarización extrema, los intentos de EEUU de derribar al gobierno bolivariano y de sustituirlo por un presidente «autoproclamado» y guiado desde Washington, han fracasado.

Pero la lista de reveses contra Washington también ha alcanzado los países donde el dominio hegemonista parecía estable y seguro.

En Colombia, el reaccionario y proyanqui gobierno de Iván Duque ha vivido la ola de protestas más intensa de los últimos 60 años. En Ecuador, el «paquetazo» de antipopulares medidas dictadas por el FMI a Lenin Moreno desencadenaba una ola de protestas que ponían en jaque al gobierno. Y ahora le toca el turno a las clases populares de Paraguay, donde las protestas han puesto contra las cuerdas al corrupto y entreguista gobierno de Mario Abdo Benítez, sucesor del que salió del golpe “blando” contra el gobierno de Fernando Lugo en 2012.

Todo esto son hechos. Todo esto está ocurriendo en América Latina. Todo esto retrata a un continente hispano que bulle de fuerzas de lucha, de cambio, de rebeldía y revolución.

En Chile, el polvorín de antagonismos sociales creados por décadas de bipartidismo al servicio de Washington y de los grandes capitales acabó por explotar por la aparentemente anodina lucha contra la subida de las tarifas del metro. Tras un año de masivas e intensas movilizaciones populares que han sacudido el régimen político, una abrumadora mayoría de la sociedad chilena sepultaba bajo millones de votos la Constitución de Pinochet.

En Perú, la lucha popular ha depuesto a cuatro presidentes en cinco años. Y el resultado de estas elecciones de abril es que el candidato más votado es Pedro Castillo de Perú Libre, un partido de izquierda antiimperialista.

Todo esto son hechos. Todo esto está ocurriendo en América Latina. Todo esto retrata a un continente hispano que bulle de fuerzas de lucha, de cambio, de rebeldía y revolución.

Los pueblos de Hispanoamérica conquistan terreno. Es un proceso general, se da en todos los países del continente, e inevitablemente se da de forma zigzagueante, con avances y retrocesos, con victorias parciales y derrotas momentáneas.

Pero los pueblos avanzan y el poder del hegemonismo norteamericano retrocede y se encuentra con crecientes dificultades. Este es el signo de nuestra época y nadie, ni en Washington ni en ninguna redacción, puede cambiarlo.

Deja una respuesta