Oscar Aibar

El Gran Vázquez

Ocar Aibar empezó publicando en El Ví­bora o en Totem, como guionista de cómics. Quién le iba a decir a él que después dos cortos, cuatro pelí­culas, tres libros y unos cuantos videos musicales iba a poder rodar la vida de un mito de la infancia, un genio del cómic español: Manuel Vázquez, o como lo conocen sus fans… el Tí­o Vázquez.

Dices que has estado reparando la pelí­cula 15 años, ¿por qué?   Yo empecé, como muchos cineastas de mi generación, haciendo cómics. Hace 15 años cuando conocí­ a Vázquez era ya una leyenda. En todas las entregas de premios siempre se hablaba de él y se contaba la última que habí­a hecho. Era una tradición oral «artúrica» en la que las historias se acababan distorsionando después de contarlas una y mil veces. Empecé a apuntar pensando que algún dí­a, si alguien no lo hací­a antes, tendrí­a que contar esa historia. De hecho cuando hace tres años empecé a pensar que ya era el momento, me sorprendí­a que nadie lo hubiera hecho.   En estos quince años siempre que se contaba una anécdota yo preguntaba si el que lo hací­a habí­a estado allí­. Cuando llevas a guión una cosa tan currada es como que te sale sola y no te hace falta ni coger las notas. Habí­a que organizarlo pero era como contar la historia de alguien de la familia.   Realmente el equipo se ha montado con gente realmente apasionada con Vázquez, ¿no?   Claro. Los orí­genes de Santiago Segura, su trayectoria es muy parecida a la mí­a, trabajando en muchas revistas, en El Ví­bora… él siente esta pasión por la edad de oro del cómic español, los 60 y 70 de Bruguera. Varias generaciones de niños nos hemos educado con ellos.   Siempre se abusa mucho de los personajes del cómic en el cine, y pensé que serí­a interesante hacer una historia sobre lo que hay detrás de eso. Sin ningún tipo de duda la mejor historia del mundo del cómic es la de Vázquez, una vida que superaba la obra. Vázquez convirtió su vida en una obra de arte adelantándose a sus compañeros dibujando lo que le pasaba en su vida cotidiana. Seguramente los americanos ya habrí­an hecho de esto tres pelí­culas, porque venden muy bien su cultura reciente. Por eso me parecí­a imprescindible contarlo.   Otro motor de la pelí­cula fue hablar de la cultura popular del siglo XX, porque prácticamente no se habla de ella. Ha sido un intento de poner a la gente de la cultura popular en su sitio.   ¿Eso es lo que haces con la pelí­cula, no?, hablas del dí­a a dí­a de Vázquez.   Claro. Imagí­nate esto en un contexto increí­ble, que es el franquismo con tebeos, supuestamente infantiles, que soportaban la censura más o menos. Vázquez era un anarquista militante del dí­a a dí­a, un militante de la desobediencia que decide hacer apologí­a del que no paga y vive como quiere.   Los cómics de Bruguera los leí­a todo el mundo porque no habí­a otra cosa: una cadena y media, cuatro periódicos y dos marcas de tabaco. Vázquez es muy recordado por todos por su singularidad; leí­as los cómics del Tí­o Vázquez y sabí­as que era lo que le pasaba a Vázquez en la vida real. Y sabí­as que cuando Ibáñez le homenajeaba poniéndole en 13 Rue del Percebe, como un moroso en el ático, era eso lo que le pasaba. Era un autor muy diferente al resto.   Ayer leí­a el libro de Toni Guirado sobre Vázquez y me sorprendí­ con una anécdota que no conocí­a. Vázquez tení­a un personaje que era una especie de sultán, y en una historia se caí­a por un barranco y una mano gigante le cogí­a. Entonces él puso: «tranquilos esta no es la mano de Mahoma, sino la de Vázquez». El tí­o incluso se adelantó veinte años a que no se podí­a dibujar a Mahoma. Era alguien muy adelantado a su tiempo del que sigo descubriendo cosas que tienen vigencia ahora.   Pasa con él como con algunos clásicos, como Lope, que si no hubiera sido español hubiera tenido el reconocimiento de un Shakespeare…   Me tienes que perdonar pero yo creo que ya ha pasado lo de reivindicar a los clásicos. Hay que reivindicar la cultura española, pero no ésta, porque todo el mundo sabe quien es Lope. Se podrí­a decir lo mismo de la cultura inglesa, solo se conoce a Shakespare, pero no a muchos buenos autores. Hay una cultura que no profundiza más y se queda en eso. La cultura que deberí­amos vender es la popular, la que ingleses y norteamericanos llevan reivindicando veinte años. Es patrimonio nuestro y no tiene nada que envidiar. Yo he trabajado con ingleses en esta pelí­cula y no se podí­an creer que el nivel gráfico de los cómics españoles era el que era, porque el suyo es mucho peor y lo han explotado y vendido mil veces. No se si me entiendes…   Sí­, pero no lo digo tanto por reivindicar la tradición española en sí­ misma, sino esa pasión por la realidad, por el momento, la obsesión del arte español por buscar la esencia viva del instante, de la materialidad… y, por lo tanto, lo popular.   No he pensado mucho en ello, pero quizás tengas razón. La cultura española es más «populista» en ese sentido. Lope podrí­a ser la cultura popular del Siglo de Oro. Lo que pasa es que a mi me gusta la cultura popular del siglo XX, que es la que he vivido. Está bien redescubrir a Lope, pero ya está muy descubierto. Además no estoy de acuerdo con cómo se ha tratado a Lope, nada que ver con la realidad.   Nuestra tradición es la de un Velázquez que pinta a los reyes tal y como son, y a los enanos de la corte, alejados de toda idealización. Tú mismo hablas de como Vázquez recoge esa tradición de la novela picaresca en la que el héroe es el ladronzuelo y el timador…   Exactamente. Toda su generación vení­a entroncada con el gran humor satí­rico español, Florez, Mihura… es un humor muy arraigado en lo español, la picaresca. Así­ como el western nació por y para la cultura norteamericana, la picaresca es por y para la cultura española… «se más listo que el que te quiere engañar». Y la pelí­cula utiliza mucho esto. Ellos lo hací­an sin saberlo.   Yo hago viajar al espectador durante una hora para que se plantee qué serí­a de su vida si fuera así­: no pagues, deja a tu mujer por una que te encuentras en la calle… digamos que luego exploto las consecuencias, y para eso he hablado con mucha gente que sufrió las consecuencias de esta manera de ser de Vázquez. La pregunta es: ¿valdrí­a la pena pagar este precio?   Luego hay otro gran tema, el gran subtema, que es el triunfo de la mediocridad. Peláez es la mediocridad, el antagonista. Todos hemos visto triunfar a gente a nuestro alrededor que no tienen el talento que tienen otros y que porque no se han adaptado o no han sido suficientemente pelotas, se han quedado atrás.   Pero él se consideraba sencillamente un dibujante, sin más teorizaciones. Sin embargo hay una rebelión ante la autoridad…   La gente que ha analizado lo que se ha llamado el «Bruguera way of life», no solo Vázquez, sino los cómics de los 60, finales de los 50, hablan de tres constantes: ridiculización de la autoridad, como el Superintendente de Mortadelo y Filemón; la familia, no como ese rollo modélico, sino como algo desestructurado, caótico y salvaje, como la familia Cebolleta, siempre tirándose los trastos y viviendo como animales; y luego el trabajo, no como salvación, sino como «la chapuza establecida». La gente no vive para trabajar sino que trabaja para vivir, es un mecanismo, no un objetivo. Esa era la filosofí­a y Vázquez era el número uno. Vázquez se rebelaba contra lo establecido, no creí­a en la familia y su vida es un canto a «no trabajes, vive». Eso era Vázquez y Bruguera.   Lo que él hací­a en su vida era por rebeldí­a. La primera vez que estuvo en la cárcel fue por un tema de cheques con Bruguera, pero, en definitiva, era porque acumulaba muchas deudas. Cuando no le pagaban algo iba a un hotel de lujo y les enviaba la factura, o les enviaba las páginas en blanco… les hací­an entregar no se cuantas páginas a la semana y firmar un papel que decí­a que el personaje que habí­an creado no era suyo sino del señor Bruguera, que se le habí­a ocurrido a él. Vázquez se rebelaba todos los dí­as como podí­a, no era un perrito fiel.   Cambiando a otra de tus pelí­culas… ¿por qué te coges, en «Platillos Volantes», un tema tan estrambótico como el de unos obreros que aparecieron decapitados y con una carta sobre extraterrestres?   Tení­a muchas ganas de hacer una pelí­cula sobre cómo era España cuando yo era niño. Una España esquizofrénica que es muy difí­cil que los chavales de hoy entiendan. Es como la mejor pelí­cula que se ha hecho sobre nazismo, «Los Rebeldes del Swing», sobre unos jóvenes que escuchan jazz americano, se lo prohiben y lo hacen a escondidas.   Era una España muy triste en la que yo siempre he dicho que dos cosas me salvaron la vida: los cómics y los marcianos. Era una moda surrealista en una España absolutamente gris. Los marcianos salí­an hasta en la sopa, era una moda muy bestia. Yo viví­a en un barrio obrero y con mi hermano tení­a una libreta que poní­a «archivos ufológicos», en la que recogí­amos todos los casos, y la escondí­amos para que «los hombres de negro» de la CIA no nos la quitasen.   Me gustó la historia de unos tí­os que la policí­a confunde con una tapadera de CCOO en la ciudad más industrializada de Cataluña, cuando eran dos pobres ingenuos; un Sancho Panza y un Quijote de los marcianos. Viví­an un mundo que no era real. Su cabeza se habí­a deteriorado tanto con esas historias que se las habí­an creí­do. En vez de molinos de viento veí­an marcianos. Me gustó más una España esquizofrénica vista a través de los ojos de unos locos que a través de «Cuéntame», por ejemplo.   Tanto «El Gran Vázquez» como «Platillos Volantes» son épocas del pasado en las que buscas la rebeldí­a en la locura o la picaresca, ¿qué pelí­cula deberí­a hacer un chaval dentro de veinte años?   Que buena pregunta. No lo sé. Es difí­cil. Desde luego no será una pelí­cula sobre la crisis económica, sino sobre un tema banal que desarrollado sea una análisis mucho más completo.   Yo soy un carca en muchos sentidos, pero vivimos en una España muchí­simo mejor. Solo en el tema cultural puedes formarte como autor más fácilmente, obtener cualquier obra o disco de manera legal o ilegal. Vivimos en el Mundo y no en el Tercer Mundo, como antes. Hay problemas nuevos y terribles, como la globalización o la dictadura cultural de las multinacionales que antes no existí­an, pero son cosas menores al lado de la España tan triste en la que yo me crié.   Pero habiendo más libertades individuales, ¿no hay cada vez menos libertades colectivas, menos capacidad de decidir o actuar colectivamente?   Una curiosidad de los protagonistas de «Platillos Volantes» es que ellos hablaban de globalización treinta años antes en una carta que escribieron al secretario general de la ONU; hablan de la Humanidad y la conciencia planetaria… hoy en dí­a paseas por cualquier avenida y verás las mismas diez marcas que lo dominan todo. La globalización consiste en que cada vez hay una diferencia más bestia entre ricos y pobres. Hay un pequeño porcentaje de la humanidad que lo dicta todo. Así­ que un chaval hoy en dí­a también tiene más posibilidades de idiotizarse. Antes no habí­a nada y ya dabas por su puesto que lo que veí­as en la tele era una mierda y te buscabas mucho la vida para ver qué era lo más interesante. Hoy en dí­a las multinacionales te bombardean desde mil medios para decirte lo que tienes que hacer. Rebelarse ante eso es más difí­cil.   Hay otra pelí­cula mí­a, «La máquina de bailar», en la que aparece el mundo de los «Otakus», que es muy parecido a la gente que en mi época hací­a fanzines. Gente que colecciona cosas que no salen en la tele y que son difí­ciles de conseguir. Tienen sus propios criterios estéticos que no son los que salen en los medios. Me gusta homenajear a la gente que no hace lo que les dicen que hagan, sino que siguen su propio camino. Son los personajes a los que trato siempre como héroes. Incluso en el «Atolladero», el personaje se quiere ir del pueblo cuando todos se quedan. Quizás cuento siempre la misma historia.   ¿Cuál es el siguiente paso que vas a dar?   Una pelí­cula requiere cuidar tanto los detalles que es agotador. «El Gran Vázquez» está hecha con muchí­simo cariño, así­ que ahora me apetece un sueño, una gran deuda pendiente que tengo desde hace muchos años, que es llevar los contenidos de la novela y el cine de calidad a la televisión. Creo que se puede hacer una gran serie, como se está haciendo ahora en EEUU, donde casi es más importante la televisión que el cine. Estoy encerrado para parir una idea y luchando para que salga.   Es un buen momento porque hay una renovación de contenidos. En EEUU se están haciendo cosas de nivel literario y ahora parece que en España hay una renovación por el relevo generacional. Se trata de hacer una buena serie de misterio. La gente está cambiando y hay un vací­o por llenar. Es un terreno creativo abonado para contar historias.   ¿A qué te refieres cuando dices que tienes un lóbulo de Orson Wells y otro de Paco Martí­nez Soria?   Eso es algo que sale en una novela mí­a.   En una charla en una escuela de cine, de la que nunca más me han vuelto a llamar porque parece que mi mensaje anima a cosas diferentes de las que los profesores esperan, y hablaba de lo que es hacer cine en España. Hay una primera fase que es aprender el oficio, y luego debes encontrar tu propio camino. Hay un momento en el que está el cine que te gusta, tus referencias, y luego está España, que es Paco Martí­nez Soria, lo mejor y lo peor, la España bizarra. Cuando hermanas esas dos cosas es cuando encuentras tu camino. No puedes pretender ser David Lynch, porque él hace cine allí­. Si quieres hacer cine aquí­, igual o mejor que ellos, debes crear un puente entre los dos lóbulos de tu cerebro.   Desde luego Berlanga es mucho mejor que David Lynch…   Desde luego. Berlanga tení­a sus mitos, grandes mitos del cine italiano y francés, y cuando adaptó ese cine para retratar España encontró su camino. Y no tiene nada que envidiar a sus maestros, más bien los superó. Encontró la forma de escribir como sus mitos pero hablando de la realidad que él viví­a. Habí­an dos tipos de cine que él ridiculizó: el cine histórico de Cifesa, como «Locura de amor», y el de las folclóricas… ese era su Paco Martí­nez Soria; y su Orson Wells eran Dino Risi o Mario Monicelli.

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