El Partido Popular y su «flamante» nuevo líder -ungido de unas primarias hace apenas 9 meses- han cosechado la peor derrota de la historia del partido, perdiendo más de 3,5 millones de votos (casi la mitad de su electorado) y quedando 12 puntos por debajo del PSOE cuando venían de ser la lista más votada en 2016.
Tomando de conjunto la suma de votos del espectro sociológico que va de la derecha a la ultraderecha (PP+Vox), este bloque ha perdido votos 848.098, casi un 6% respecto a los votos emitidos. Solo representan un 19% del censo, cuando en 2016 eran el 22% del mismo.
Incluso para los que quieran considerar el falaz concepto de «las tres derechas» (PP, Cs y Vox), el resultado es que aunque gana 147.000 votos por la mayor participación, lo hacen retrocediendo en 3,45 puntos respecto al porcentaje de votos emitidos.
Se mire por donde se mire, el espacio de la derecha (sea el de la derecha «pura y dura» o el que arranca desde el centro-derecha) se angosta y retrocede frente al empuje de una mayoría social nítidamente progresista. Y en ese retroceso la debacle absoluta del PP de Casado ocupa el primer puesto.
Nunca, ni siquiera en los tiempos (1982) en los que Fraga y Alianza Popular arrastraban el tufo de 40 años de dictadura, el PP había caído tan bajo, en escaños y en votos. La sima a la que Casado ha conducido al PP es aún mayor si la comparamos con su cima, el máximo histórico de 10,8 millones de votos (y 186 escaños) que Rajoy cosechó en noviembre de 2011. Desde entonces, el partido que más lejos ha llevado los recortes, las reformas laborales, los ataques a las libertades y las condiciones de vida y trabajo; el partido con más y más graves casos de corrupción ha sido fuertemente castigado por la mayoría social progresista, perdiendo 6,5 millones de votos, casi dos tercios de los que entonces tenía.
La línea que representa Casado ha “derechizado” al PP, siguiendo la pauta de Aznar, alineándolo con los proyectos más agresivos del hegemonismo norteamericano. Siguiendo la consigna de no dejarse robar votos por la derecha, ha mimetizado partes del discurso de Abascal, adoptando un estilo bronco y cínico, dado a los titulares fáciles y a las fake news, apelando demagógicamente a los sentimientos y no a los argumentos.
La operación «vuelta al aznarismo», «giro a la derecha» -o más exactamente «Trump, fíjate en mí», «Donald, yo soy tu hombre»- se ha saldado con un estrepitoso fracaso, como los juegos de palabras que con el apellido Casado se han hecho virales estos días.
Pero el desastre es mayor si miramos a los detalles. Eel PP ha quedado excluido de territorios estratégicos. No obtiene ningún diputado en Euskadi, algo que no sucedía desde 1979 con Alianza Popular. Y se ha quedado con un único escaño en Cataluña. Y ha sido relegado en otras comunidades, feudos históricos como Madrid, donde ha sido superado por Ciudadanos y convertido en tercera fuerza. El PP solo ha sido la primera fuerza en cuatro provincias, perdiendo en comunidades donde siempre había ganado, desde Valencia a Castilla Leon o Galicia.
En el terreno financiero, la pérdida de escaños supone un problema considerable para Génova, cuyas finanzas centrales tienen ya 25 millones de euros en negativo. Sus ingresos por subvenciones derivados de su representación parlamentaria se reducirán a 10,4 millones de euros, casi la mitad de lo que percibe en este momento.
Un problema que podría llegar a ser de inanición mortal si la sangría de votos se repite en las elecciones del 26 de mayo. La posibilidad de que el Partido Popular pierda gran parte del poder territorial o municipal que ostentaba, incluso en lo que consideraban fortalezas inexpugnables -ya ha ocurrido en Valencia… ¿ahora Madrid? ¿Murcia? ¿Galicia?- es más que real, y de ahí la indisumulada «bronca» que el sector «crítico» del PP (encabezados por Nuñez Feijoo), que exige recuperar el mensaje moderado y centrista ha impuesto un cambio de mensaje y de eslogan a Pablo Casado: «Centrados en tu futuro». Apenas tres días después de ofrecer a Vox «un puesto en su gobierno», «si ellos quieren», Casado se acuerda de llamarlos «ultraderecha».
El auténtico vendaval que ha soplado en las urnas el 28A ha dejado al Partido Popular -una de los pilares clave del modelo político con el que la oligarquía financiera española y el hegemonismo norteamericano mandan en España- severamente debilitado. Tienen un importante problema para la gobernabilidad del país, ante el que los centros de poder -nacionales e internacionales- no pueden permanecer indiferentes.