Todos los años, destacados miembros de las principales burguesías monopolistas del planeta y de sus élites políticas se reúnen en Davos (Suiza) para evaluar hacia dónde se dirige la economía, la política y las tendencias sociales a nivel mundial. En la reunión de este año hay un extraño y surrealista consenso. Los hombres mas obscenamente ricos del planeta empiezan a decir que el capitalismo -al menos en su forma actual- «no es sostenible».
«Somos muchos los que hemos visto que esta forma de capitalismo ya no es sostenible». No son las palabras de un activista altermundista, ni de un líder sindical ni izquierdista. Quien así habla es Klaus Schwab, uno de los fundadores del Foro de Davos (Foro Económico Mundial, WEF, por sus siglas en inglés).
Y no es el único que repite este mantra. El capitalismo tal y como lo conocemos hoy no está funcionando, dicen. Está generando violentos antagonismos, peligrosos desórdenes como la inestabilidad laboral, la creciente desigualdad y el rápido y fuerte deterioro medioambiental. Tempestades que debemos aliviar si no queremos «que sigan alimentando a los populismos o algo peor».
Es necesario rediseñar -reinventar para fortalecer- el capitalismo, dicen economistas como Branko Milanovic o Juan Costa. En el apartado de las alternativas tenemos varias denominaciones: capitalismo progresista (Joseph Stiglitz), socialismo participativo (Thomas Piketty), Green New Deal (Alexandria Ocasio-Cortez) o democracia económica (Joe Guinan y Martin O’Neill). Todas cortadas por un mismo patrón. Todas claman por un modelo «win-win». Las empresas deben ganar, pero la sociedad debe percibir parte de ese desarrollo.
Hasta un organismo tan poco sospechoso de izquierdismo como el FMI defiende un «aumento del gasto social ante el repunte de las protestas». Abandona la defensa a ultranza de la austeridad y defiende la política fiscal como vía para «aumentar la inclusividad y la cohesión».
Son palabras que quizá puedan extrañar a alguien acostumbrado a escuchar las tesis del neoliberalismo o del capitalismo salvaje. Y más aún si sabe que el público al que van dirigido en Davos incluye personajes como Donald Trump, Macron o Ángela Merkel, pero también grandes magnates de Wall Street o megamillonarios como Jeff Bezos (Amazon).
Entre los españoles presentes en la ciudad helvética está no solo el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, sino dos de sus vicepresidentas: la de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, y la de Transición Ecológica, Teresa Ribera. Pero sobre todo los habituales de Davos: Ana Patricia Botín, del Santander; Carlos Torres Vila, de BBVA; José Manuel Entrecanales, de Acciona; Ignacio Sánchez Galán, de Iberdrola; Demetrio Carceller, del Grupo Disa; Rafael del Pino, de Ferrovial; Francisco Reynés, de Naturgy; Josu Jon Imaz, de Repsol.
Es en este ámbito -entre miembros natos de las familias de las oligarquías financieras más poderosas del planeta y de sus máximos representantes- donde se muestra una evaluación crítica del capitalismo. ¿Cómo puede ocurrir?
Quién lo dice, cuándo lo dice y para qué lo dice
Una de las líneas de actuación que se plantean en Davos es que los grandes capitales incrementen su contribución fiscal a las arcas públicas. «Los paraísos fiscales y la elusión de las grandes corporaciones es la mayor amenaza a un capitalismo justo y progresista”, admite Alex Cobham, consejero delegado de Tax Justice Network. Así lo han dicho también en los últimos años magnates como Bill Gates (Microsoft) o la familia L´Oreal, que abogan por subir los impuestos de las grandes fortunas.
¿Los mega-ricos tirando piedras contra su propio tejado? No. Los asistentes al Foro de Davos no se han vuelto locos ni han perdido la fe en un sistema económico, político y social que les encumbra a ellos -una ínfima parte de la humanidad- como los hombres más extremadamente ricos y poderosos del planeta.
Lo que ocurre es que los plutócratas globales han advertido que el modelo actual de capitalismo -basado en el beneficio cortoplacista por cualquier medio- y en especial la última crisis financiera, que ha generado la mayor desigualdad de la historia, genera turbulencias que de no ser controladas pueden llegar a producir cataclismos.
«Estamos en una situación similar a la de los años treinta, el sistema tiene que generar soluciones para salvarse a sí mismo”, reflexiona Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano, uno de los grandes think tank de la oligarquía financiera española. «Pero no buscamos otro» -aclara por si no estuviera claro- “Pese a todo, el capitalismo es el único sistema posible».
Otro economista, Juan Carlos Díez, pone un símil hidrográfico. «Igual que se hace con las presas en los ríos. No se sustituye el sistema fluvial de la naturaleza pero se controlan las crecidas para evitar las inundaciones y que en las sequías haya agua que beber. El reto es suavizar los efectos más destructivos [del capitalismo]».
Hablan así porque en los últimos años -junto con un proceso de saqueo que ha dado como resultante que esas oligarquías financieras han concentrado la riqueza y el poder a costa del empobrecimiento y la precariedad de amplias capas de la población- la crisis económica se ha trasladado al plano político y social. Generando grandes masas de descontento profundo que han encontrado su expresión política en cauces no siempre asimilables para los modelos políticos.
De momento en alternativas que ellos llaman «radicales» o «populistas», pero que con el tiempo se podrían poner a cuestionar, de verdad, los mismos cimientos de explotación y poder del capitalismo. Y esto -según los asistentes a Davos- «no puede ni debe pensarse».
Aprendices de brujo
La propia concepción de un «capitalismo justo», «progresista», «inclusivo» o «ecológicamente sostenible» no es nueva. En las épocas de crisis, o mejor dicho después de ellas, la socialdemocracia y el keynesianismo se ofrecen como una alternativa, como un bálsamo, para calmar los antagonismos sociales causados por el violento dominio del gran capital sobre las clases populares.
No es una cantinela novedosa. El «capitalismo progresista» es más bien un ajado oxímoron. «Vieja chatarra», diría Lenin.
Porque de la misma manera que en la fábula, el escorpión clava su aguijón en la rana que le está salvando de ahogarse «porque es su naturaleza», el capitalismo lleva en sus leyes intrínsecas e inexorables la acumulación de riqueza (y poder) cada vez en menos manos. Lleva en su ADN el intercambio desigual entre capital y trabajo asalariado, el abismo social, la cadena imperialista y las guerras de rapiña por el reparto de los mercados.
Lleva en su naturaleza la condena de la inmensa mayoría de la humanidad a la pobreza, al subconsumo, a la explotación y la opresión. Lleva en sus genes la inmolación de todo -de los hombres y de la naturaleza- al Moloch del máximo beneficio, al frío interés del dinero contante y sonante.
No puede existir un «capitalismo justo», de la misma manera que no pueden existir los carnívoros veganos.
Las oligarquías del planeta han advertido los brutales antagonismos que su dominio de clase genera, y cunde en ellos la terrorífica sospecha de que el capital solo puede revalorizarse sobre la base de multiplicar todos los días su número de sepultureros, sobre la base de engrosar las capas de la humanidad que objetivamente -y cada vez más, conscientemente- son enemigas juradas del capitalismo.
Lo mejor de todo es que su sospecha es cierta. Y que por mucho que el aprendiz de brujo quiera, no puede dominar una magia que tiene vida propia, y que es más poderosa que él mismo.
Carlos dice:
K.Marx se tiene que estar desc… en el cementerio de Highgate (mira donde Dracula )y es que ya en el Kapital te estudia la mercancia y todas sus contradicciones. Acojonaos los grandes magnates lo enterraron rapido y establecieron caza de brujas al marxismo. Nada, los monopolistas y banqueros quieren salvar su alma, como los terratenientes romanos, que se hicieron cristianos pero es una ley insalvable que cuando las fuerzas productivas no corresponden con las relaciones de produccion se produce la revolucion, como entre la produccion burguesa y los gremios feudales o ahora una produccion cada vez mas social y una apropiacion privada. Como bien dice el articulo cada vez hay mas sepultureros