Madoff condenado a 150 años de cárcel

El fin de época de la burbuja financiera… hasta la siguiente

De «hito» ha sido calificada la condena al financiero-estafador Bernard Madoff a 150 años de cárcel. Su sentencia ha ocupado titulares, portadas y editoriales en los principales medios de comunicación mundiales. Y en todos, un mismo hilo conductor. Con ella, dicen, se «rubrica el fin de la época de la desregulación financiera neo-conservadora, causante de una inmensa burbuja financiera» al abonar un «capitalismo de casino, sin ley ni lí­mite regulador». Pero, ¿están seguros de que con Madoff se acaba la época de las burbujas financieras? Es más, ¿son los Madoff del mundo la causa de las burbujas financieras o más bien son un producto de ella? Y si es así­, ¿cuál es su origen?

Con la misma velocidad, y al mismo tiemo, que se hundía la banca de inversión norteamericana se expandía por medio mundo la idea que atribuye el origen del crack financiero (con su abrupta depreciación de los valores bursátiles y el estallido del inflacionado mercado de derivados financieros) a la aparición de una especie de “aberración” en el desarrollo capitalista, la existencia de un capital exacerbadamente especulativo, capaz de revalorizarse a sí mismo, como las apuestas de un gran casino global, a través de complejos mecanismos financieros y sin ninguna relación con la llamada “economía real”, es decir, la economía productiva.Viejas ideas, nuevos envoltoriosPor más que traten de hacerla más atractiva embalándola en un envoltorio posmoderno, la idea de un capital especulativo que “se revaloriza a sí mismo” no es nueva. En pleno siglo XIX, Marx ya hubo de combatirla y deshacer las falacias que encierra: “En el capital a interés [es decir, el crédito] aparece, por tanto, en toda su desnudez este fetiche automático del valor que se valoriza a si mis¬mo, del dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma descu¬bra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento (…) También esto aparece invertido aquí: mientras que el interés es solamente una parte de la ganancia, es decir, de la plusvalía que el capitalista en activo arranca al obrero, aquí nos encontramos, a la inversa, con el interés como el verdadero fruto del capital, como lo originario (…) Para la economía vulgar, que pretende presentar el capital como fuente independiente de valor, de creación de valor, esta forma es naturalmente, un magnífico hallazgo, la forma en que ya no es posible identificar la fuente de la ganancia y en que el resultado del proceso capitalista de producción –desglosado del proceso mismo– cobra existencia independiente”.En tiempos de Marx, como dice él mismo, eran los economistas vulgares quienes se encargaban de propagar esta magnífica visión –magnífica para los capitalistas, claro– de un capital que se podía ver por fin libre de su pecado original, un capital que se revaloriza, que engendra ganancias, que da beneficios, que crea más capital sin necesidad de apropiarse de la plusvalía arrancada al obrero.En nuestros días, los economistas vulgares han visto sustituido su papel por los teóricos de la izquierda posmoderna, para quienes todo lo que está pasando se puede resumir en una única tesis: la codicia de los altos ejecutivos de Wall Street les ha llevado a convertir el capitalismo en una especie de gran casino global, donde un sistema financiero se ha dedicado a la especulación pura y simple, a mover el capital incesantemente de un lugar a otro con el único fin de obtener beneficios, de crear nuevo capital en cada movimiento, generando así una gran burbuja desligada por completo de la economía real, que tarde o temprano tenía que estallar.Un mismo cáncerFrente a estas tesis acerca de la existencia de un “tipo de capital” capaz de generar por sí mismo ganancias, la realidad es que el capital sólo se conserva y aumenta en contacto con la fuerza de trabajo, revalorizándose a través de la apropiación de la plusvalía, del nuevo valor producido durante las horas de trabajo no retribuidas arrancadas al obrero.Esta plusvalía es la única fuente de ganancia para el capitalista. Otra cuestión distinta es cómo se distribuye esta plusvalía entre las diversas formas que adopta el capital –formas que se adaptan a las distintas fases necesarias para su reproducción, y que por tanto forman parte integrante de su ciclo general–: el capital-dinero (crédito), el capital productivo y el capital comercial.El desarrollo de la producción capitalista sólo es posible sobre la base de la expansión del ciclo de acumulación, concentración y revalorización del capital, lo que hace necesario poner a disposición de los capitalistas cantidades cada vez mayores de dinero para ser transformadas en capital. Este es el papel que cumple el crédito, proporcionado por los bancos.A mayor expansión del ciclo de acumulación, concentración y revalorización del capital, a mayor desarrollo de la producción capitalista, más necesaria se hace también la expansión del crédito. A mayor expansión del crédito, los propietarios del capital-dinero (los bancos) –ya independizados completamente de los propietarios del capital-productivo– adquieren una preponderancia cada vez mayor –y en consecuencia se apropian de una cuota también mayor de propiedad sobre la plusvalía– a medida que la producción capitalista incrementa su necesidad de liquidez monetaria.Basta con asomarse a algunas páginas de El Capital, y seguir las precisas descripciones que hace Marx de las intervenciones de banqueros, grandes industriales y comerciantes ingleses antes las comisiones del parlamento encargadas de investigar porqué las crisis se abatían con una precisión casi matemática de 10 años sobre la economía inglesa para encontrar en sus respuestas las mismas explicaciones a los fenómenos de hoy. La misma especulación, el mismo insostenible recurso al endeudamiento para generar nuevo capital, la misma desproporción gigantesca entre el capital que hacían circular y el que realmente poseían, que ha hundido a la banca de medio mundo desarrollado, eran ya un cáncer para los bancos ingleses de mediados del siglo XIX.Los límites de la elasticidadLas mismas leyes de la producción capitalista obligan incesantemente al capital a acumularse, concentrarse y revalorizarse al mayor ritmo posible. Quien no es capaz de sostener esta carrera, sucumbe devorado por la competencia. Cuando en épocas de expansión y bonanza las tasas de ganancia se incrementan y se anuncian gigantescas plusvalías futuras, el capital intenta estirar este proceso, exprimir la explotación más allá de cualquier límite razonable.En el siglo XIX, los bancos ingleses no limitaron su participación en las plusvalías que generaba la explosión de la revolución industrial o las expectativas del comercio con China, por el mero hecho de que tuvieran que asegurar los billetes emitidos con una cierta cantidad de oro. Se entregaron a una espiral especulativa, que condujo a la crisis.De la misma manera, los bancos norteamericanos no han limitado en estos años las ganancias del mercado hipotecario a la necesidad de asegurar los préstamos con depósitos propios. Por el contrario, como sus colegas británicos del siglo anterior, idearon sofisticadas fórmulas para adquirir nuevo capital a través del endeudamiento.Pero el mismo motor del crédito que ayuda a expandir la producción capitalista, al sobrepasar un cierto límite, desencadena a su vez devastadoras crisis.Atraídos por la alta tasa de ganancia los bancos multiplican el crédito, aunque no dispongan de un capital propio suficiente para sustentar tal volumen de préstamos. Prevén que la tasa de ganancia se mantendrá en el tiempo, y por tanto afluirán hacia ellos nuevas y sustanciosas plusvalías con las que podrán multiplicar nuevamente el crédito que les reportará nuevas plusvalías. Algo no muy distinto, en definitiva, de lo hecho por Madoff, sólo que a un nivel de robo y estafa a una escala mucho más gigantesca.Pero la masiva afluencia de capitales a un mismo punto que produce tan sustanciosas ganancias llega un momento en que necesariamente está abocado a generar una superproducción absoluta de capitales, y con ello a un descenso de la tasa de ganancia y a una merma de los beneficios. En el momento en que esto ocurre, estalla la crisis. No porque haya un burbuja financiera, sino porque la superproducción de capitales ha hecho caer en picado la tasa de ganancia, única razón de ser del capital.

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