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El euro de los nazis y el nuestro

Parece que la Gran Alemania, que vuelve a ser sujeto geopolítico hegemónico en Europa, está realizando actualmente la perspectiva imaginada por los políticos y los economistas nazis para el periodo posterior a la guerra victoriosa: convertirse en exportadores netos de mercancías hacia una periferia subordinada desde el punto de vista monetario a una moneda única que entonces sería el marco y ahora es el euro.

A mitad de los años 30 Alemania alcanzó la estabilidad de los intercambios comerciales con el exterior mediante acuerdos bilaterales de clearing que facilitaban el intercambio de mercancías sin “consumo” monetario porque las importaciones, no cubiertas con las exportaciones, se contabilizaban en un “marco de compensación” y se reenviaban al futuro, sin intereses, a la espera de saldarse con las exportaciones futuras. Tras los éxitos militares de 1940 el sistema evoluciona con las compensaciones multilaterales entre los países progresivamente aliados o conquistados, de tal forma que si Alemania tenía una deuda con un país A pero con un crédito con un país B, B pagaba a A y Alemania se liberaba de la deuda sin movimiento monetario alguno. Así se iniciaría la constitución de un Gran espacio de intercambio comercial europeo en el que Alemania sería el centro, como en 1940 explicaba una nota de la Cancillería del Reich: “Los grandes éxitos de la Wehmacht alemana han creado los fundamentos para un Nuevo Orden Económico Europeo bajo el dominio alemán. Alemania, después de concentrar sus propias fuerzas, en los últimos años, principalmente en el rearme militar, también podrá seguir en el futuro la vía del crecimiento económico y el desarrollo de sus propias fuerzas productivas sobre una amplia base y un gran crecimiento del tenor de vida que se derivará de ello”.

Pero este Nuevo Orden Económico Europeo nacería asimétrico porque los estados adheridos se situarían en dos grupos distintos de importancia: un “círculo interno” compuesto por Alemania, que se había tragado a Austria, y los Sudetes, el Protectorado de Bohemia y Moravia, la Gobernación General polaca y Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, como países racialmente afines y además homogéneas económicamente, tanto como para poder pensar en un único nivel de precios, rentas y salarios; y un “círculo externo” en el que habrían gravitado Suecia, Suiza y después Portugal, Italia, Grecia y España (¡los PIGS, los países “cerdos” ya previstos!), extendiéndose a la Unión Soviética (cuando fuera derrotada), Turquía e Irán, para proyectar el Gran Espacio hasta el Pacífico y el Golfo Pérsico. Aquí, sin embargo, los precios y los salarios serían mantenidos más bajos para favorecer las exportaciones hacia el círculo interno. El marco se habría convertido en la moneda común (sin la cual “la fijación de un tipo de interés de intercambio estable sería absolutamente necesario”), mientras que se habría instituido un Banco Central Europeo con sede en Viena, que era alemana en aquel entonces, para el cálculo cruzado de los saldos entre los países asociados, “en el que, naturalmente, Alemania debe ser predominante”.

Pero el proyecto de unificación comercial y monetaria europea no llegó nunca a ver la luz, arrollado por el vuelco de la suerte de la guerra desde 1942 en adelante. Pero puede avanzarse la legítima sospecha de que, tras la constitución de la Unión Monetaria, la Alemania post-1989 retomó con determinación la idea del Gran Espacio europeo partiendo de la adopción de una inteligente política comercial “mercantilista” para compensar con la exportación al exterior el rigor fiscal y la moderación salarial interna (alguien escribió que “si no hubieran existido las robustas exportaciones hacia la Europa periférica, Alemania se habría deslizado desde el bajo crecimiento al estancamiento). ¿Pero cómo se cubriría el déficit comercial que se estaba formando en la periferia, que ya no se podía compensar con “devaluaciones competitivas” de tiempos anteriores por el vínculo a la moneda única? Para apoyar la capacidad de gasto de los países “cerdos” intervinieron los préstamos de capital desde el centro para el que, si aquellos se endeudaban, este obtenía una ventaja doble al conseguir los intereses del dinero prestado asegurándose, a la vez, un mercado de salida privilegiado sin riesgo monetario alguno.

Sin embargo, el juego no es perfecto porque mientras que la periferia se desindustrializa por la invasión de mercancías extranjeras, el centro se hace partícipe de su progresiva inestabilidad financiera por el endeudamiento creciente del que es acreedor. Y así, ante los primeros casos de insolvencia periférica (en Grecia, pero sobre todo en Chipre), el centro temió que sus propios créditos pudieran ser “repudiados” y exigió a la periferia su pago obligatorio, al menos en parte. A esto responde el Tratado para la estabilidad, Coordinación y Gobernanza, conocido como “Paquete Fiscal”, aprobado el 23 de julio de 2012 por el Parlamento italiano. Con ello se establece una rigidez en el Presupuesto Público y la deuda soberana hasta el punto de poder ser tildado, tras el Tratado de Maastricht (1991) y el Tratado de Lisboa (1999), como “el tercer acto de la historia del euro que radicaliza de forma inédita los principios neoliberales que han caracterizado desde el inicio la construcción de la moneda única”, aún a riesgo de realizar una forma de austeridad perpetua que podría hacer saltar en pedazos la Unión Monetaria Europea.

El Pacto Fiscal exige en su artículo 3 que el gasto público se cubra íntegramente con impuestos y tasas (salvo cambios mínimos de emergencia); en caso contrario está previsto “un mecanismo automático de corrección” que realmente priva a los países culpables de infracción de todo poder propio de decisión. El artículo 4 impone, por el contrario, que la deuda pública disminuya hasta el 60% del PIB a partir de 2015 (un compromiso confirmado por la “Agenda Monti” de 24 de diciembre de 2013), lo que significaría para Italia, que tiene una deuda pública del 134% sobre un PIB de más de 2 billones de euros, una carga sobre el presupuesto público y durante veinte años de una cuota de restitución de la deuda de más de 50.000 millones de euros al año. ¿Pero por qué se ha incorporado una medida de tal tipo? Quien la pensó se guió por unas estimaciones del Fondo Monetario Internacional según las cuales a un cierto punto de “disminución fiscal” (más impuestos y tasas y/o menos gasto público) le correspondería una caída del PIB del 0.5% y, por ello, una reducción de la relación entre Deuda/PIB. Pero al inicio de 2013 el mismo FMI ha reconocido que aquella estimación funciona solamente en el caso de que haya crecimiento económico, porque en recesión la reducción del PIB sube al 1.7%, aumentando (y no disminuyendo) la relación entre Deuda/PIB y, por tanto, obligando a posteriores intervenciones de austeridad que empeoran la relación y así sucesivamente (como se ha visto en Italia con las maniobras de reducción de la deuda de los gobiernos de Monti y Letta que, en vez de disminuirlo, lo han aumentado).

¿Pero si todo esto sucede en la periferia, qué es lo que ocurre en el centro? Ante un eventual colapso económico periférico se restringiría el área de exportación, debiendo buscar otras salidas fuera de la zona-euro, donde el riesgo monetario existe. Y aquí, frente a un euro demasiado revalorizado, la sustitución de las exportaciones podría no resultar “suma cero”, como está ya ocurriendo en Alemania: caen las exportaciones hacia los países de la UE, pero “Berlin se equivocaría gravemente si pensara que puede apostar todas sus cartas sólo al resto del mundo. Con una demanda interna tendencialmente débil y sin que la vieja Europa vuelva a comprar el “made in Germany”, su activo corre el riesgo de no ir como antes, así como que en 2012 la suma del saldo total de la UE y extra-UE ha alcanzado la cuota de 185.000 millones de euros, un nivel aún lejano, después de cinco años, del record histórico de 194.000 millones de euros alcanzado en 2007”.

¿Qué solución habría, así, para el centro sino una devaluación competitiva del euro para ganar mayores cuotas de mercado? Pero esta decisión, favorable al capital industrial, dañaría el sistema financiero, que amenazaría un euro fuerte defendido hasta ahora a capa y espada. Por ello no hay que excluir la alternativa de un enrocamiento en un euro del norte que abandone a su propio destino a los países “cerdos” para resituar el centro como lugar privilegiado de importación de capital en vez de exportaciones de mercancías. ¿Es esta una solución practicable? El antagonismo entre las finanzas y la industria es un tema recurrente en la historia económica.

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