Chuck Berry

El espíritu indomable

La leyenda de la música afroamericana moldeó la idea del Rock&Roll, ese espíritu indomable que sigue latiendo en todas partes y a todas horas

Buceando entre los ríos de tinta que se han escrito a la muerte de Chuck Berry, podemos encontrar un artículo del bajista de los Rolling Stones, Bill Wyman, que da en el clavo. En ese contexto en el que muchos se estaban acercando a algo nuevo, el genio de Chuck consiste en crear la idea del Rock&Roll. Esa actitud nueva que lo envolvía todo, que lo contagiaba todo, las letras que por supuesto inventaba, el baile frenético, las líneas de piano endiabladas y sobretodo ello, gobernando, su punzante guitarra que ha creado los riffs que más lejos han llegado en la historia de la música popular. Literalmente, pues, entre el material cultural para documentar la vida en nuestro planeta que se envió al posible encuentro con extraterrestres en la nave Voyager en 1977, no pudo faltar ‘Johnny B. Goode’, la descarga más pura y brillante del nuevo género creada por el maestro que creció y empezó su carrera en los suburbios de Saint Louis.

Chuck Berry era negro, venía de una familia de clase trabajadora en un barrio segregado en los años 30 y había pasado tres años en la cárcel por cometer un atraco. Y desde luego, todo aquello era un gran problema para triunfar en aquel país en los años cuarenta. Aun así, en ese caldo de cultivo en el que estaban Fat´s Domino, Bo Diddley, Muddy Watters y muchos otros más mezclando rythm&blues, gospel y jazz, el audaz Chuck Berry dio en el centro de la diana, traspasando radios y DJs como un rayo, por todas las listas de éxitos.«Johnny B. Goode’ es la descarga más pura y brillante del nuevo género»

Los jóvenes blancos empezaron a adorar esta nueva música y ya nada volvió a ser como antes. Con el auge de la televisión y de la industria de la comunicación a gran escala, Elvis Presley y otros artistas blancos fueron coronados como los reyes. A diferencia de Chuck, Little Richard o Domino, que crearon su imagen, sus letras y todo su estilo ellos mismos, desde las entrañas de los barrios populares, trabajadores, pobres de Norteamérica y hablando de lo que les ocurría, el estilo de estos artistas blancos tendía a ablandarse en las formas musicales, contenidos de las letras y actitud. Un producto mucho más asumible y presentable. Sin restar mérito a gigantes como Elvis o Buddy Holly, Bill Haley, o al terremoto de Jerry Lee Lewis, el indomable espíritu de Chuck Berry y por tanto su plan (porque él tenía un plan, en eso consiste la actitud) tenía la furiosa y juvenil gracia eléctrica que todos andaban buscando para sentir algo nuevo y propio, eso que aún dura 80 años después, y que perdurará mucho tiempo.

Para intentar profundizar en esta gigantesca figura tal vez haya que empezar por las letras, señalando como, a diferencia de la mayoría de intérpretes, Berry componía íntegramente sus canciones y sus letras, siempre buscando varios niveles de profundidad, lo que le permitía, primero, conectar rápidamente con estribillos inolvidables, para a la vez ir desarrollando una historia o lanzando ideas y argumentos muchas veces de forma surreal, aunque casi siempre con un hilo de fondo. Una mezcla sublime que aúna las experiencias propias de clase popular con inquietudes intelectuales que van mucho más allá de la mera descripción y se atreven a plantear y opinar de forma radical sobre cuestiones universales, de una manera tan sencilla, directa y explosiva que siempre será inconfundible e irresistiblemente atractiva.

Las leyendas musicales más importantes del siglo XX reconocen su legado radicalmente: el Shakespeare del Rock&Roll, según Dylan, o “si hubiera que cambiarle el nombre al género, habría que llamarlo Chuck Berry” como dijo John Lennon. Hay una clara influencia en el estilo, pero mucho más profunda en la forma de mirar el mundo, esa forma de sacarle punta a las cosas cotidianas para dar una visión sencilla pero enorme.«Si hubiera que cambiarle el nombre al R&R, habría que llamarlo Chuck Berry»

La irrepetible Johnny B. Goode nos habla de un chico que vive en una cabaña de tierra y madera y “que nunca en su vida aprendió a leer y a escribir / pero que podía tocar la guitarra / como quien toca una campana”. Pero “su madre le dijo una vez / que algún día se haría un hombre / y que sería el líder de una gran banda”…

En estos sencillos trazos de lo que le podía ocurrir a él o a sus vecinos en una barriada segregada de San Luis, están contenidas las esperanzas de todos ellos por triunfar y salir de allí, pero también, para los jóvenes blancos de las clases medias, ahí estaba la chispa festiva y la original diablura más allá de los límites impuestos por el ya asfixiante modo de vida que se les imponía desde la familia, la escuela y el resto de instituciones del capitalismo norteamericano de años 50 en adelante.

O la genial Roll over Beethoven, donde insta al inmortal compositor a echarse un rocanroleo y contárselo a Tchaikosky, otra vez de forma sencilla, divertida y contagiosa dando un carpetazo histórico, con una envergadura fundacional que escandalizaba a las mentes conservadoras de la época.

En Brown Eyed Handsome Man retrata a un hombre guapo de ojos marrones (una nada velada forma de hablar del latino, mestizo, mulato, del no blanco anglosajón) que las lleva a todas de calle, pasando de una historia concreta a enmarcar el conflicto racial y amoroso en la historia de la humanidad, citando a la Venus de Milo…

El otro gran elemento que podemos situar como fundamental para entender el impacto e influencia de la inmortal creación de Chuck Berry es su concepción musical.

Esas guitarras punzantes cabalgando sobre el ritmo swing agitado casi con violencia, las líneas imposibles de piano, arreglos rítmicos y recortes originales y furiosos, todo orientado a la pista de baile, a crear un estado de catarsis y diversión para el público. Y ya que un servidor es también guitarrista, y en un intento de precisar aún más el alcance de la obra, debo decir que si estamos hablando de, posiblemente, el fundador más auténtico del nuevo género, quizá el 60 por ciento se deba a su concepción guitarrística. Los Rolling Stones, y más en concreto Keith Richards, no existirían sin Berry. El ataque exageradamente rítmico y no melódico, la búsqueda de efectos tímbricos basados en las agitaciones de la muñeca al ritmo del baile o imitando los redobles más propios de la percusión, imprimían un aire cortante, asincopado y vertiginoso. Una descarga completamente nueva y original que no dejaba títere con cabeza.

La historia de la música popular, y del arte en general, le debe mucho a Chuck Berry, el maestro inconfundible del Rock&Roll.

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