SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El escándalo del rescate bancario: los preparativos (I)

Creía que no valía la pena escribir sobre la fallida, por injusta e ineficaz, reestructuración de nuestro sistema financiero; pero las condiciones de la llegada de los dineros del rescate bancario, cuyo viaje me recuerda al famoso barco del arroz del que se hablaba en Sevilla en los años del hambre, me mueven a hacerlo: todavía no he superado la incredulidad ante lo expresado por el Comisario Sr. Almunia, siempre ayudando, con el beneplácito y contento del Ministro de Economía. Se veía venir desde que se firmó el ominoso MOU, pero cabía la esperanza de que las autoridades españolas, y especialmente el jefe del Gobierno, pudieran enmendar su contenido, a la vista de los incumplimientos sobre la Unión Bancaria, que fue la zanahoria para pedir el rescate. No ha sido así y los españoles tenemos que cargar con una losa añadida que se nos impone, no para crear riqueza y seguridad, sino para pre liquidar una parte significativa, alrededor del 30%, del sistema financiero. Se ha producido un silencio sepulcral, roto por algunos comentarios aislados, indicativos de la pesadumbre del país y del encefalograma plano de las instituciones, con el propio Parlamento a la cabeza. ¿Cómo hemos llegado a esto? Hagamos un poco de memoria.

La exuberancia crediticia a la española

Durante años, las entidades de crédito españolas participaron activamente de lo que Alan Greesnpan, anterior gobernador de la Reserva Federal, denominó la exhuberancia irracional de los mercados, en versión hispánica: volcarse en la financiación de viviendas y abastecerse de crédito abundante y barato fuera de España para engordar los balances. Especulación rampante y un Edén nutrido de ladrillos que abarcó casi toda nuestra geografía para felicidad de muchos, autoridades incluidas, que nunca se habían visto en otra. Pero ese castillo se desplomó allá por 2007 y nada estaba previsto. Los españoles ya sabemos algo de eso, sean catástrofes naturales, incendio de Guadalajara, o de otro tipo, Madrid Arena. Entre los cascotes del derrumbamiento quedó sepultado alrededor del 20% del PIB, el sector de la construcción, en números unos 2500000 millones de euros, cerca del 15% de los activos del sistema crediticio nacional.

A partir de ese desastre, se inició la larga marcha para deglutir las pérdidas ingentes sin prever las consecuencias de la depresión económica que llevaban aparejada. Cuando la mayoría de los gobiernos de Europa y de Estados Unidos pusieron dinero en bancos y empresas, tomando el control exigible a cualquier administrador público, aquí nos dedicamos a los circunloquios contables y a dar rienda suelta a fusiones y agregaciones de entidades con problemas, fundamentalmente cajas de ahorros, ¿se acuerdan de lo del tamaño?, y confiar que el negocio fuera proveyendo dotaciones crecientes para ir asumiendo pérdidas. En vez de optar por la ordenación racional y equilibrada del sector del ahorro popular, bajo la dirección pública, se optó por el desbarajuste regulatorio y la parálisis de su actividad.

Lo mismo que no se previó el hundimiento tampoco se calibró su trascendencia y duración. Un gran error, agravado por la inexistencia de cambios de administradores y gestores de las instituciones problemáticas. La crónica del mismo está en las hemerotecas y en el BOE, testimonio vivo del estado de excepción financiera apoyado por casi todo el arco parlamentario y jaleado por muchos medios de opinión que se nutrían del culebrón de la restructuración crediticia. Faltó poco para no ocupar espacios en la tele basura.

Mucha regulación y ausencia de gestión

Sí conviene decir que la unanimidad en relación con esas políticas solo fue rota por voces discrepantes aisladas, como señalaba recientemente Raimundo Poveda antiguo Director General del Banco de España, entre las que se encontraba el entonces presidente de la CECA, Señor Quintás, que advirtió de los males que se derivarían de aquellas. Terminó dimitiendo y el camino quedó expedito. En 2009/10 fueron intervenidas o nacionalizadas tres cajas de ahorros y las autoridades decidieron rehuir la gestión de las mismas, para lo que estaban perfectamente legitimadas, y prefirieron entregarlas, generosamente dotadas de recursos públicos, sin contrapartidas conocidas. Modelo, en mi opinión, bastante discutible y, desde luego, nada exigente con el dinero de los contribuyentes. Lo peor es que no sirvió para detener la gangrena y evitar el descrédito. No se trata de dar lanzadas a moro muerto, las autoridades de entonces y sus acompañantes, de lo que se trata es de insistir en la necesidad de abandonar prácticas letales para el país. Y no vale escudarse en la Unión Europea: eran y son políticas y acuerdos domésticos.

Por otra parte, el economicidio siguió su curso, entendiendo por tal el exterminio de las cajas de ahorros, confundiéndolas interesadamente con sus gestores: una turbamulta de normas para promover cambios societarios, aumentar las exigencias de capital e impulsar salidas a bolsa en tiempo record. El resumen de todo se concretó en nuevas nacionalizaciones de entidades, en el marco del FROB, y la concesión de préstamos onerosos a otras, cuya devolución se aventura dudosa. Se mantuvieron inalterados la inhibición del Estado en la gestión y el mantenimiento de los administradores. Se prolongaba el deterioro y se estigmatizaba ante la opinión pública a las cajas o bancos que, directa o indirectamente, pasaran a control del Estado. ¡Riesgo reputacional por estar en manos del Estado! Hasta ahí llega la sinrazón. El mundo al revés, incluso para cualquier liberal. Con lo ocurrido después, que merece otro comentario, se entiende casi todo.

En dos años, 2009/2011, la carcoma se adueñó de todo el sistema crediticio, pocos se salvaron de sus efectos, los bancos multinacionales y poco más. El balance de daños y sus cifras, que ahorro al lector por respeto a su equilibrio emocional, es digno de un cuadro de Valdés Leal. En la segunda mitad de 2011 España ya estaba prácticamente intervenida y nuestro sistema crediticio sobreviviendo gracias a las líneas de crédito, alrededor de 300000 millones de euros, del Banco Central Europeo. ¿Qué remedio después de haber sido éste uno de los impulsores de la expansión crediticia? Al BCE, mientras su colegio de gobernadores discute sobre galgos y podencos, le queda un largo horizonte de mantenimiento de esa respiración asistida, si quiere evitar el crac. Pero los españoles, que eligieron un nuevo gobierno, rodeado de grandes expectativas, iban a comprobar pronto que las políticas del economicidio se mantendrían sin solución de continuidad. Acabamos de constatarlo.

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