Rocío Márquez

El duende está buscando traje nuevo (II)

Continuamos el repaso a la revolución flamenca contemporánea con Rocío Márquez, la genial cantaora onubense que ha vuelto el flamenco patas arriba.

En el artículo anterior dedicado a la nueva revolución flamenca hablábamos de Rosalía, quizá la más conocida de esta troupe de vanguardia, pero aún tenemos mucha tela que cortar en el florido jardín de propuestas que buscan renovar el arte jondo.

Vamos a dedicar este espacio a seguir la exploración a través de otra artista fuera de lo común, Rocío Márquez, otra joven cantaora con una proyección mucho más allá de los circuitos tradicionales, y con una sólida formación en el flamenco clásico que empieza en su Huelva natal, donde ya a los nueve años empezó su formación en la peña flamenca, y que siguió en Sevilla, con grandes artistas como José de la Tomasa. Pese a su juventud, su dominio del cante jondo está fuera de duda, experiencia de años ganada en los tablaos más tradicionales, en concursos donde el extremadamente exigente público flamenco la ha acabado clamando como una de las más grandes cantaoras de nuestra época. Sólo partiendo de sus referentes declarados, podemos empezar a comprender el espectro que abarca, además de obtener una buena lista de antiguos maestros de los que disfrutar: Don Antonio Chacón, La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, El Carbonerillo, Pepe Marchena, Juan el Africano, Gabriel Moreno, José de la Tomasa y Enrique Morente.

También hay que destacar su constante labor en la investigación musicológica relacionada con el flamenco, cuyos frutos además de en su obra, podremos conocer en breve a través de su tesis doctoral sobre la peculiaridad del cante jondo. Nadie puede negar el hilo que une la actividad investigadora y el punto de vista de Rocío Márquez con la línea que iniciaron Federico García Lorca y Manuel de Falla, pioneros en los estudios e investigaciones sobre la músicas populares de España y en particular del cante jondo.

La consagración definitiva le llegó en 2008, de la mano de prestigiosos y muy antiguos festivales y concursos andaluces, además del Festival del Cante de las Minas, donde consiguió la máxima distinción en su categoría, la Lámpara Minera. Hay que tener en cuenta que en estos festivales prima la perfección interpretativa en los palos clásicos. A partir de entonces Rocío es requerida en el mundo entero, tocando con guitarristas de la talla de Alfredo Lagos o Miguel Ángel Cortés. Pero Rocío Márquez es una artista de las que no se conforman y no cesan nunca en su búsqueda, y es en su disco El Niño (2014), donde empieza a mostrar su cara más personal. Producido también por Raúl Refree, el osado e iconoclasta productor de Silvia Pérez Cruz o Rosalía del que hablábamos en la anterior edición.

En él rinde homenaje a uno de sus espejos en el arte flamenco, el Maestro Pepe Marchena. Con una parte dedicada al cante clásico y otra en la que Márquez da rienda suelta a su faceta como creadora moderna como fue el propio Marchena. El Niño combina una amalgama complejísima de referencias e investigaciones musicológicas con una escucha absolutamente abierta y accesible a todos los públicos.«Pese a su juventud, su dominio del cante jondo está fuera de duda»

Su siguiente y último disco hasta la fecha, Firmamento (2017), es un disco dedicado ya en su totalidad a explorar nuevos caminos musicales para el arte jondo, siempre partiendo de los puntales más importantes de nuestra cultura. Otra vez confiando en Refree como productor, que ya sólo podemos admitir como el copiloto necesario de toda esta renovación artística. Materializando un disco que empezó a gestarse a raíz del espectáculo que unió a la cantaora con el trío de jazz proyecto Lorca, con el propósito de interpretar el repertorio de canciones populares que nuestro poeta más universal gustaba de realizar con su amiga y cantante Argentinita, ahora desde una renovada perspectiva que cierra el disco en forma de suite en directo.

Rocío Márquez se ha convertido en otra artista flamenca que se puede ver en festivales heterodoxos como Monkey Week o Primavera Sound, codeándose con artistas internacionales de la talla de Swans, en principio alejadísimos en cuanto a estilo musical. Estos festivales, año tras año han ido añadiendo audazmente este tipo de propuestas, en principio muy alejadas de su mundo artístico, pero sabiendo que el público lo demanda cada vez más, demostrando sus gustos heterogéneos, frente a los altavoces mediáticos más potentes que siempre buscan homogeneizar y estandarizar la cultura.

Al igual que hablábamos de Rosalía, podemos observar como el camino artístico que siguen estos nuevos experimentadores del flamenco es la continuación del que emprendieron los Morente y Camarón en su época, partiendo de los más jondo y antiguo y transformándolo a través de un prisma nuevo que no hace concesiones a la crítica o las expectativas comerciales. Y que, como demuestran sus números, amplía sus seguidores día a día, gracias a esa labor innovadora que el público busca irremediablemente, harto de las manidas propuestas comerciales.

Tuve la oportunidad de disfrutar del arte de esta genial cantaora hace un par de veranos, en unos de esos recitales tradicionales donde se reúnen los aficionados clásicos, en un pueblecito de Sevilla llamado San José de la Rinconada, junto a otro gran cantaor, Pedro el Granaino. Como es bien sabido, el verdadero entendido siempre es el propio vello (o se te ponen los pelos de punta o no se te ponen), y cierto es que tanto Rocío como Pedro consiguieron erizar a tan exigente público. Pero había algo en ella mucho más especial. Mientras el Granaino, con un poderío encomiable, me pareció que imitaba a la perfección a Camarón, pero no acabó de transmitirme su propio arte, Rocío me dejó completamente extasiado con sus ecos a Marchena, a ese cante antiguo que se arremolina en sus propias formas, imitando a la naturaleza, al trino del pájaro, al susurro del arroyo. Esos ecos que Lorca situaba en tiempos inmemoriales, donde, como fijaba con su sentido de chamán, nacieron el primer llanto y el primer beso.

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