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El dilema imperial tardí­o de EEUU

El presidente de EE.UU., Barack Obama, está siendo atacado – estos ataques provienen de los llamados halcones liberales, que se encuentran más o menos a la izquierda del centro, así como de los intervencionistas activos de la derecha – por ser un presidente débil, que lidera a una nación estadounidense cansada de la guerra (incluso cansada del mundo) que está en retirada.

Los críticos de Obama, ya sea los de la izquierda o los de la derecha, creen que Estados Unidos ha recibido un llamado exclusivo para imponer su voluntad en el mundo. La única diferencia es que la izquierda justifica sus puntos de vista con argumentos de democracia y derechos humanos, mientras que la derecha no necesita ese justificativo, porque, después de todo, Estados Unidos es el mejor país del mundo.

De cualquier manera, la premisa de que EE.UU. debería liderar enérgicamente se fundamenta en la idea de que sin un poder hegemónico benevolente que actúe enérgicamente como el policía del mundo, se suscitaría el caos y fuerzas más malévolas tomarían el poder. Esta opinión fue expresada más claramente en un artículo reciente escrito por Robert Kagan, conservador pensador en el ámbito de política exterior.

Kagan argumenta que no se puede confiar en que otros países se vayan a comportar de manera responsable en caso de que faltase un fuerte liderazgo de EE.UU. Al igual que otros halcones, advierte no sólo sobre que los dictadores se irían a comportar mal si se les da la oportunidad, lo cual es ciertamente plausible, sino que también es necesario mantener a los aliados democráticos tranquilos en su lugar mediante la aplicación de una mano firme y hegemónica.

En Asia Oriental, por ejemplo, China debe ser “cercada” por fuertes aliados de Estados Unidos. Pero si Japón, el principal aliado de Estados Unidos en la región, fuese “mucho más potente y mucho menos dependiente de los Estados Unidos en cuanto a su seguridad”, tampoco se debiese confiar en dicho país.

Puede que Kagan esté en lo cierto al pensar que una precipitada retirada EE.UU. de Asia Oriental podría tener consecuencias peligrosas. Pero este argumento huele al argumento ya conocido que fue esgrimido durante los períodos imperiales tardíos. Las potencias imperiales europeas del siglo XX consideraban periódicamente la lejana posibilidad de independencia de sus súbditos coloniales – pero no iban a otorgar dicha independencia en ese preciso momento, no antes de que dichas colonias estén preparadas, no antes de sus amos occidentales hubiesen educado a sus súbditos para que puedan cuidarse a sí mismos con responsabilidad. Cuánto tiempo duraría dicha educación era un misterio para todos.

Esta es la paradoja del imperialismo. Mientras el colonizado se encuentre bajo el garrote imperial, nunca puede realmente estar preparado, porque se le quitó la autoridad para manejar, ya sea de manera responsable o no, sus propios asuntos.

Los imperios pueden imponer el orden y la estabilidad por un largo tiempo; sin embargo, los imperialistas – al igual que muchos estadounidenses hoy en día – se cansan, y sus súbditos se inquietan cada vez más. El orden imperial se fragiliza y, tal como Kagan señala de forma correcta, cuando el viejo orden finalmente se descompone, frecuentemente lo que sigue es el caos.

Eso ocurrió en la India en el año 1947, cuando se fueron los británicos, Pakistán se separó, y aproximadamente un millón de hindúes y musulmanes murieron masacrándose unos a otros. Pero, ¿esto realmente significa que el Raj británico debería haber durado más tiempo? Si es así, ¿cuánto tiempo más? Es igualmente plausible argumentar que un gobierno imperial prolongado podría haber empeorado las tensiones étnicas. Después de todo, esas tensiones surgieron en gran parte como resultado de las políticas coloniales que se siguen el principio de ‘divide y vencerás’.

Esto es lo que, en cierta medida, ocurre hoy en día con la Pax Americana – una especie de orden mundial imperial que nunca fue un imperio formal. En comparación con la mayoría de los imperios anteriores, fue un imperio relativamente benigno, a pesar de que es demasiado fácil de olvidar la frecuencia con la que el líder del “Mundo Libre” subvirtió a líderes electos y apoyó a dictadores, tal como ocurrió en Chile, Corea del Sur, El Salvador, Argentina, Indonesia, Guatemala, y otros países más.

El tan alardeado “orden liberal”, que es vigilado de manera policial por EE.UU., fue un producto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Alemania y Japón no debían resurgir, las potencias comunistas se tenían que contener, y los antiguos países de Europa tenían que aprender a vivir unos con otros bajo instituciones pan-nacionales unificadoras. Todo esto se posibilitó gracias al dinero y poderío militar estadounidense. Como resultado, el Mundo Libre, Europa Occidental y Asia Oriental, se convirtieron en dependencias de EE.UU.

Esto no puede continuar por siempre. En los hechos, los acuerdos ya se están debilitando. Pero, se vuelve a la vieja paradoja imperial. Cuánto más tiempo ellos permanecen bajo la dependencia de EE.UU., estarán menos capacitados para ocuparse de sus propios asuntos, incluyendo de su seguridad. Y, como un padre autoritario, el propio EE.UU., a pesar de las llamadas de atención que hace a sus aliados para que ellos pongan las pilas y tomen sus propias riendas, frecuentemente es renuente a dejar ir a sus dependientes, mismos que cada vez son más ingobernables.

Cuando en el Japón se instauró un nuevo gobierno en el año 2009 y dicho gobierno trató de romper el molde de la posguerra mediante el inicio de mejores relaciones con China y la búsqueda de la reducción de su dependencia de EE.UU., el gobierno de Obama trató de socavar esos esfuerzos. El imperio informal no iba a apoyar ese tipo de insubordinación.

En su reciente discurso sobre política exterior en la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point, Obama apenas mencionó a Asia Oriental. Pero si alguna región se beneficiaría de la doctrina Obama, que promete cambiar de abordajes militares a abordajes más políticos enfocados en problemas regionales, es Asia Oriental.

Aún así, los instintos de Obama están en el camino correcto. Por lo menos, ha reconocido los límites del poder de Estados Unidos en cuanto a imponer un orden global por la fuerza. Su éxito como presidente se fundamenta menos en las cosas buenas que ha hecho (aunque él ha hecho una plenitud de buenas cosas) y se fundamenta más en las cosas estúpidas que ha evitado hacer, como por ejemplo meterse en más guerras innecesarias.

Esto no resuelve el dilema imperial tardío sobre cómo reducir la dependencia de la potencia hegemónica sin causar más tiranía y violencia. Pero ese proceso doloroso y arriesgado tendrá que ser puesto en marcha en algún momento, y sería mejor que se lo lleve a cabo con la prudencia que caracteriza a Obama en vez de mediante el discurso duro de sus críticos.

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