El 29-S empieza todo

El dí­a después de la huelga

Los máximos dirigentes de CCOO y UGT están movilizando a sus bases sindicales señalándoles un doble objetivo para el 29-S. Fernández Toxo lo cifra en echar abajo, en todo o en parte, la reforma laboral porque «otras veces, con movilizaciones semejantes también se ha conseguido». Para Méndez, por su parte, el objetivo es «hacer rectificar al gobierno». ¿Son objetivos creí­bles, alcanzables? ¿Es esto lo que tenemos que esperar de la huelga?

La rimera condición para ganar una batalla es tener conciencia y claridad sobre con quién la libramos y en qué condiciones. Una cosa son las razones inmediatas por las que la huelga está más que justificada –y en este sentido sí tienen razón los dirigentes de los dos grandes sindicatos al afirmar que estamos ante la mayor agresión contra los trabajadores y sus derechos de toda la democracia–, y otra muy distinta qué objetivos puede alcanzar el movimiento en esta fase de desarrollo y desde qué perspectiva hay que enfocar la lucha. Los padres del engendro El primer problema es quién ha decidido la urgencia y el contenido de la reforma laboral. Tanto UGT y CCOO como el presidente de la confederación de la pequeña y mediana empresa dan una misma respuesta, correcta, a la pregunta. Para este último, incluso semanas antes de darse por cerrado el diálogo social sin alcanzar ningún acuerdo, las negociaciones estaban ya condenadas de antemano al fracaso. Las razones las expuso abiertamente en la televisión pública: los términos de la reforma venían dictados desde Bruselas, no admitían rebajas en su contenido ni demoras en su aplicación y por tanto era imposible el acuerdo. Por su parte, Méndez y Toxo también afirmaban, el mismo día en que presentaban la petición legal de huelga, que la reforma es fruto del “acatamiento de las reglas impuestas desde Bruselas”. A todos ellos sólo les faltó añadir que si la madre del engendro está en Bruselas, es decir, en Alemania, el padre hay que buscarlo en el FMI, es decir, en Washington. Y esta es justamente la clave del asunto que explica por qué el gobierno Zapatero no va a dar marcha atrás en la reforma laboral, ni antes ni después de la huelga general, como ha repetido insistentemente su ministra de Economía. La reforma laboral no es una exigencia más del FMI y la UE, no es cualquier “norma impuesta por Bruselas”. Es una de las vigas maestras del proyecto de conjunto que las grandes potencias han diseñado para España. Proyecto cuyo objetivo máximo y eje conductor es una rebaja del 25% de los salarios y las rentas del 90% de la población. Riqueza que tiene que ser arrebatada a la mayoría de la población para transferirla en una doble dirección. Por un lado una trasferencia interna desde los salarios y las rentas de la mayoría hacia la oligarquía financiera, y en particular la bancaria, propiciando con ello un nuevo salto en el proceso de concentración monopolista, de concentración de la riqueza en menos manos. Por el otro, una transferencia hacia el exterior, hacia las grandes oligarquías financieras del planeta que necesitan imperiosamente “recaudar”, es decir, saquear y explotar más concienzudamente los mercados y las fuentes de riqueza de los países que dominan para tapar los agujeros que la crisis les ha provocado. Tratando de sustituir por este lado las pérdidas de negocio y beneficios que las potencias emergentes les están arrebatando en el mercado mundial.Un proyecto de largo alcance que implica degradar a marchas forzadas a todo el país a una 3ª división mundial de forma permanente y para largas décadas. La reforma laboral forma parte de ese proyecto de conjunto que viene impuesto por la actual relación de alianzas y dependencias internacionales que tiene España. Son EEUU y Alemania, las dos grandes potencias con intereses de dominio sobre nosotros, las que nos están obligando a firmar un contrato de deuda, rebaja salarial y recortes sociales y laborales que no nos afecta sólo a nosotros sino que implica también a nuestros biznietos. Zapatero es poco mas que el conserje encargado de apretar el botón cuándo y cómo le dicen. Ya se encargó de hacerlo público ante todo el planeta la Casa Blanca, al revelar públicamente la llamada de Obama horas antes de que Zapatero presentara el plan de recortes y reformas. Este es el calado del proyecto al que nos enfrentamos y la envergadura de los enemigos que tenemos enfrente. Estamos ante una larga batalla de la que el 29-S no es más que el comienzo. Pensar que Washington y Berlín van a dar marcha atrás en la reforma laboral es tener confundido dónde está el frente. Creer que Zapatero va a cambiar de bando, entra en el terreno de la fantasía. El 29-s no acaba nada El 29-S debe ser un gran éxito de participación ciudadana y movilización popular. Todos debemos trabajar para que sea así. Está en nuestras manos el conseguirlo y nadie debe escatimar esfuerzos en el tiempo que resta. Pero el 29-S no es el fin de nada, sino el comienzo de todo. Nuestro objetivo principal no es “hacer rectificar” a un gobierno que ha demostrado sobradamente de qué lado está. Hacer creer que nuestros enemigos van a retroceder o renunciar a sus ambiciosos proyectos al primer golpe es conducir a la gente a un callejón sin salida. El éxito del 29-S lo va a medir cuánta gente pare y salga a las cales ese día, sí, pero sobre todo cuánta gente vamos a conseguir que salga con la conciencia y la claridad de que es necesario acumular fuerza política y organizativa para seguir dando la batalla. Golpear el 29-S para acumular fuerza política y organizativa. Acumular fuerzas para volver a golpear, cada vez con más contundencia, a nuestros enemigos e ir haciéndoles retroceder. Acumular fuerzas en torno a una línea y una política que nos permita conquistar otro modelo de desarrollo económico y social, que abra el camino a una sociedad distinta, con mayor progreso y bienestar, con una distribución más equitativa de la riqueza y una mayor justicia social. Esa es la clave de todo. En eso va a residir el mayor o menor éxito del 29-S. Crear otra correlación de fuerzas En cualquier batalla, mucho mas si se trata de una batalla política, el éxito depende de saber aislar al máximo al enemigo, uniendo a todos los amigos posibles. Es decir, establecer una correlación de fuerzas favorable. En la batalla en la que nos encontramos, los enemigos parecen muy poderosos, y efectivamente lo son. Cuentan con el 90% de las fuerzas parlamentarias, con la inmensa mayoría de los medios de comunicación, con los grandes poderes económicos nacionales e internacionales a su lado,… Sin embargo tiene un punto extremadamente débil: que su proyecto ataca objetivamente al 90% de la población. Y esa es al mismo tiempo nuestra mayor fortaleza. Que el 90% de la población está objetiva y vitalmente interesado en hacer frente a sus planes, aunque coyunturalmente una parte más o menos relevante de la sociedad, no tenga todavía claridad ni conciencia de ello. Levantar una línea capaz de unir a ese 90% de la población y trabajar activamente por difundir y extenderla es, en estos momentos, lo más importante, lo decisivo. También lo que va a medir el mayor o menor éxito del 29-S. La causa de la crisis Vicenç Navarro Mucho se ha escrito sobre los factores que nos han llevado a la crisis económica más importante que hemos sufrido desde la Gran Depresión de inicios del siglo XX. Pero poco se ha dicho de las raíces de tal crisis, que es la enorme polarización de las rentas a ambos lados del Atlántico (…) La revolución neoliberal iniciada por el presidente Reagan en EEUU y por Thatcher en Reino Unido ha creado (…) un enorme crecimiento de las rentas superiores a costa de las rentas medias e inferiores. En otras palabras, las rentas del capital se han disparado a costa de las rentas del trabajo, que han disminuido. Es decir, en lenguaje claro, los ricos se han convertido en superricos a costa de todos los demás (clase trabajadora y clases medias). Y ahí está la raíz del problema, la realidad más oculta y silenciada en nuestros medios. Miremos los datos y analicemos los del país donde se inició la crisis: EEUU (…) el salario medio del hombre trabajador (…) en aquel país es más bajo hoy que hace 30 años. Este descenso ha forzado a las familias estadounidenses a que –a fin de mantener su nivel de vida– más miembros de la familia trabajen (…) Otra manera de compensar la bajada de salarios ha sido aumentar las horas de trabajo. El trabajador en esta década está trabajando 100 horas más al año (…) que hace sólo 20 años. Pero, incluso con estos cambios, la capacidad adquisitiva de las familias ha ido bajando, lo cual les ha forzado a endeudarse (…) Veamos ahora qué ha pasado con los ricos. El hecho de que la masa salarial (la suma de los salarios) fuera descendiendo como porcentaje de la renta nacional (y ello a pesar del aumento del número de trabajadores) quiere decir que las rentas del capital iban subiendo. Lo que esto significa es que el crecimiento de la riqueza del país (lo que se llama el crecimiento del PIB) beneficiaba mucho más a las renta superiores (que derivan su renta, en general, de la propiedad) que al resto de la población (que deriva su renta del trabajo). Como consecuencia, los ricos se convirtieron en superricos. El 1% de la población que poseía el 9% de la renta nacional en los años setenta del siglo XX, ha pasado a gozar ahora del 23,5% de la renta total (…) La solución es fácil de ver. Se requiere una redistribución de las rentas de manera que el 1% de la población vuelva a tener el 9% de la renta nacional (en realidad, con el 3% bastaría). Con ello se aumentaría el consumo, y así el estímulo económico y la creación de empleo. Es más, las intervenciones redistributivas del Estado generarían más recursos públicos, con los cuales se podría, incluso, crear más empleo, resolviendo el mayor problema que hoy existe, que es el elevado desempleo. Pero los superricos, junto con los ricos y las clases medias de rentas altas (el 20% de la población) se oponen por todos los medios a estas políticas redistributivas (…) Esto ocurre en EEUU (…) y también en los países del sur de la UE, incluyendo España. Estos países tienen las mayores desigualdades de renta de la UE-15, lo cual explica que sean también los más afectados por la crisis. Y en España, el Gobierno socialista ni se atreve a subir los impuestos de los superricos. Ello muestra que la causa de la crisis es política: la excesiva concentración del poder económico y político en nuestras democracias. PÚBLICO. 9-9-2010

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