SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El debate: algo de esperanza y demasiada incertidumbre

Más allá de las tarifas planas para los contratos indefinidos y de las promesas de futuras rebajas del IRPF para las rentas bajas, verdadera calderilla en medio de la magnitud de la devastación fiscal, el jefe del Ejecutivo se esforzó este martes en transmitir un mensaje de esperanza para el futuro inmediato que, según él, se basa en la mejora de determinadas magnitudes macroeconómicas. Sin negarlo de plano, el mensaje resulta alicorto por el escaso crédito de quien lo expresa y, lo que es más importante, por la falta de un plan nacional para salir a campo abierto tras siete años de angustias en el laberinto de la crisis. Todo el plan consiste en conseguir un modelo económico de mera supervivencia para aquellos que no tengan la desgracia de engrosar la legión del paro indefinido o de la precariedad sin más. A propósito de Cataluña, el presidente del Gobierno ha sido enérgico en la defensa de la Constitución, pero no ha dicho ni media palabra sobre qué medida o iniciativa piensa plantear a los españoles, titulares de la soberanía nacional, para decidir democráticamente sobre el problema de la independencia de una región que representa el 20% del PIB español. Por su parte, las oposiciones parlamentarias le han reprochado su lejanía de la realidad y, en el caso de Rubalcaba, abrasado por el techo de cristal de haber sido juez y parte en los desastrosos Gobiernos de Rodríguez Zapatero, su escasa sensibilidad social y el poco aprecio por los derechos y libertades.

En lo económico, el debate ha ido sobrado de cifras y porcentajes, cuyo correlato encoge el ánimo y alimenta la inquietud sobre la capacidad de España para acometer con solvencia el reto infernal que hoy constituye la triada de deuda pública, paro y caída persistente de la recaudación. Y es que las previsiones de crecimiento o de recuperación son tan escuálidas, que cualquier alteración en los intereses de la deuda pueden dejarlas reducidas a cenizas. Y nada decimos de la caída del crédito, de la reducción del ahorro de las familias y de las enormes dificultades para reactivar el consumo. Por eso, la esperanza, que nace del ambiente de calma financiera internacional y de cierto respiro concedido al Gobierno por los socios de una UE inmersa ahora mismo en mudanzas, tendría que ser aprovechada para pensar en serio sobre qué economía y qué empleo se quiere para España, como acertadamente puso ayer de relieve en el Parlamento el portavoz de CiU.

Mención aparte merecen las cuestiones relativas a derechos y libertades, asunto tratado por el presidente del Gobierno de forma templada, cierto, incluso suave, hasta el punto de expresar su disposición a discutir los términos de la futura ley de orden público, porque esa es su auténtica denominación, que quiere llevar al Parlamento. Lo que no ha aclarado, a pesar de las peticiones insistentes, es el porqué de tales iniciativas. Mucho es de temer que se trate de poner la venda antes de que surja la herida de un mayor descontento social, como consecuencia de las pocas expectativas de mejora en el horizonte inmediato. En cuanto a la desigualdad social y al aborto, apenas una pequeña mención en su discurso y actitud huidiza ante los insistentes requerimientos de la oposición. ¿No preocupan estas cuestiones a Mariano Rajoy? ¿Tampoco la corrupción?

No hay manera de soñar

Transcurridos ya más de 35 años desde la aprobación de nuestra Constitución, conviene subrayar una vez más que lo que estamos viviendo es la consecuencia lógica de varias legislaturas de mal gobierno tanto del PP como del PSOE, como ha quedado acreditado en este debate y en el de años anteriores. En sus intervenciones de ayer, tanto Rajoy como Rubalcaba han oficiado de agudos cronistas de los desafueros políticos cometidos en todos estos años, dislates que han llevado a España a la ruina económica y a la quiebra institucional.

Por supuesto que han sido numerosos los cooperadores necesarios, con mención especial para el nacionalismo de derechas catalán y vasco, pero la responsabilidad máxima corresponde a los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE o viceversa, que desde la llegada de nuestra maltrecha democracia se han alternado en el poder y que, no por casualidad, concentran hoy la ira y desafección de gran número de ciudadanos.

Todo ayer sonó a un déjà vu reiterativo, gastado, capcioso. El debate sobre el estado de la nación de un año bien podría valer para el siguiente y muy pocos españoles notarían el embuste. España está pidiendo algo más, mucho más: está reclamando algo que esta clase política es incapaz de ofrecer, porque Rubalcaba está más que amortizado y porque Rajoy se comporta como el leal administrador de una finca cuya misión consiste en tratar de cobrar el alquiler que algunos inquilinos han dejado de pagar. Y no es eso, no es eso. Falta grandeza. Urge un discurso de futuro. Se echa en falta un gran proyecto de país capaz de movilizar los ideales de una ciudadanía que ha perdido la esperanza. A los españoles les falta aire para respirar y una cierta altura de miras para poder otear el horizonte con algo de confianza. Con esta gente no hay manera de soñar.

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