El Observatorio

El Crepúsculo de las Ideologí­as

La saga de vampiros «Crepúsculo», iniciada hace tres años por la escritora norteamericana Stephanie Meyer, se ha convertido en el mayor éxito de ventas de las pasadas Navidades y en un fenómeno capaz de desbancar al mismí­simo Harry Potter. La edición en lengua española ha vendido ya más de dos millones y medio de ejemplares, de ellos un millón y medio sólo en España y otro millón en Hispanoamérica. En todo el mundo la saga ha vendido ya 42 millones de ejemplares en los 39 paí­ses en que se ha publicado. Hasta aquí­ nada anormal en la vida habitual de un best seller planetario como hay tantos. La sorpresa surge cuando descubrimos el sello editorial que la comercializa en España: la editorial Alfaguara, buque insignia literario del Grupo Prisa.

¿Sorresa por qué? Porque de la misma forma que, a priori, sería difícil pensar que una editorial del Vaticano o de la Conferencia Episcopal española se dedicaraa publicar y vender, por ejemplo, el "Origen de las especies" de Darwin, no deja de ser chocante que el Grupo Prisa, que tiene a gala ser en España el paladín del laicismo y del progresismo, se haya hecho cargo de la publicación en español de una saga que a todas luces bebe y está empapada no sólo de una religiosidad encubierta pero empalagosa sino que además es un vehículo muy poco disimulado de propagación de los valores y la concepción del mundo más neo-conservadora. Y difícilmente se puede argüir desconocimiento. La señora Meyer, artífice del producto, no ha ocultado jamás que es una fiel adepta de la Iglesia de los Últimos Días, es decir, de "los mormones" de Utah (EEUU). Tampoco es un secreto que la susodicha ha relatado hasta la náusea que la inspiración para sus libros le vino de "un sueño", clara rememoración de que su obra es prácticamente un encargo divino. Pero, en todo caso, ninguno de estos datos logra empalidecer lo que el propio relato encumbra: una historia de amor entre una bella adolescente y un bellísimo vampiro según las reglas más clásicas y rancias del género rosa, disfrazado en este caso de "rojo", aunque el verdadero color que domina es el blanco mormón, porque a la autora, una bendita, "las historias de terror le dan mucho miedo". ¡Válgame el señor! Para que esta reedición de la "serie rosa" embelese a millones de zombis adolescentes, amén del reclamo "vampiresco", la autora la ha recubierto de ciertas capas de aparente "modernidad" que sólo nombrarlas produje sonrojo: incontables descripciones de peinados, ropas, color de ojos, modelos de automóviles, roces de piel con piel… Entre tanto discurre una acción no menos sonrojante: la seducción de la Bella por el guapísimo Romeo de turno, el largo cortejo con los inevitables conflictos "romeojulietescos" con las familias, la fiesta de "dieciocho" para Bella, la conversión de la chica en vampira, su debut sexual (después del matrimonio, claro está), la luna de miel en una paradisíaca playa brasileña, el rápido embarazo, el parto complicado y feliz de un nuevo vampirito…en fin, todo el molde completo de un verdadero revival del más ultraconservador de los relatos del tránsito de la adolescencia a la madurez. Obviamente de todas las razones pensables para que Alfaguara y el grupo Prisa se hayan hecho cargo de distribuir este producto, que contradice uno a uno todos los valores e ideas que el grupo se empecina en difundir a través de sus poderosísimos altavoces mediáticos (el diario El País, la Ser, Cuatro, Canal Plus,…), sólo nos queda uno: el deseo de forrarse. Un ideal que los retrata y los desenmascara. ¿Qué dirían sus afilados articulistas de alguien que vende un aceite "tóxico" a la población simplemente para llenarse los bolsillos? ¿Y hay alguna diferencia entre eso y atiborrar a millones de adolescentes con las toxinas ideológicas de la Iglesia del Último Día y ese falso molde ultraconservador de existencia adolescente que sólo puede llevarlos a que se rompan de bruces la cabeza contra la realidad? Una de dos: o Juan Luis Cebrián (devenido ya en mandamás absoluto del grupo) ha decidido practicar el farisaico "que mi mano derecha no sepa lo que hace mi mano izquierda", o sencillamente está a punto de decretar (como aquel antecesor falangista) "el crepúsculo de las ideologías".

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