El Observatorio

El crepúsculo de Drácula

La pregunta, algo retórica pero muy pertinente, se la hace Rodrigo Fresán (escritor argentino residente en Barcelona, muy amigo de Bolaño y extraordinario crí­tico) en un artí­culo publicado por «Letras Libres» bajo el tí­tulo, ya sobradamente expresivo, de «Livin la vida muerta».

La rimera razón que arguye Fresán es entre personal y profesional: la curiosidad. Saber de qué va, de qué trata, una "saga" (la "Saga Crepúsculo"), un best seller planetario con millones de lectores que ha ocupado rápidamente en el imaginario y en la atención de los adolescentes el papel que hasta ahora tenía un Harry Potter, ya jubilado.La segunda razón que arguye es literaria. La sempiterna e inolvidable pasión por "Drácula". "Crepúsculo" es una saga de vampiros. Y Rodrigo Fresán se declara aún tembloroso por el atemorizante y terrorífico descubrimiento de "Drácula", mito y monstruo. Decir que la lectura de "Drácula" vampiriza -asegura Fresán- es algo tan obvio como que "la sangre es vida". Y desde que Brian Stoker bajó a los sótanos de las criptas, se internó por sus cavernas, hizo suya la veta inagotable de Drácula, y luego salió de allí y la entregó a un mundo sediento de sangre, Fresán confiesa su devoción y fidelidad a un género literario (y cinematográfico) con innumerables secuelas, unas memorables, otras horribles: el mito no puede hacerse cargo de la catadura moral de sus aduladores.Para Fresán, "Crepúsculo" está mucho peor escrita que "Drácula" y sin nada de su gracia fundante. Pero -reconozcámoslo, dice, y hagamos una reverencia- ahí hay una "gran idea" sosteniendo todo el andamiaje: "la de combinar el mundo pasteurizado y light de High School Musical con las sombras prohibidas y la primera sangre debutante y sexual del vampirismo". En definitiva, lo que hace Stephanie Meyer es tender un puente de plata para que los antiguos lectores de Potter den el salto de la magia al vampirismo, y sigan leyendo. A Meyer, dice Fresán, no le importen un bledo ni Drácula ni el género -ella misma ha confesado que le dan miedo-, sino "el mundo vampírico y zombi de los adolescentes". De forma que, en realidad, las desventuras de la joven Isabella "Bella" Swan, perdidamente enamorada del guapísimo vampiro Edward Culter, no hacen otra cosa que retratar y reproducir, en clave vampiresca, los célebres y manidos ritos del paso por la pubertad.Tras repasar, vía Wikipedia, los argumentos de las restantes novelas de la saga -que al principio casi prometió leer, pero que ahora sacrifica a sus futuras e inevitables versiones cinematográficas- y resumir brevemente las peripecias esenciales de las mismas ("fiesta de dieciocho para Bella, problemas con la familia del novio, Bella haciendo por fin su debut de vampira, debut sexual -una vez casada-, luna de miel en una playa paradisíaca, embarazo relámpago, parto complicado y final feliz"), Fresán no tiene más remedio que concluir que Meyer, involuntariamente, sí es una gran innovadora: ha conseguido lo que se suponía imposible: crear una novelística de vampiros neo-conservadora y políticamente correcta.

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