Cortina rasgada

El corazón nunca se equivoca

Spielberg y Tarantino nos proponen dos miradas contrapuestas, no solo hacia la esclavitud, sino hacia el pasado, presente y futuro de EEUU.

“Lincoln” o la búsqueda de un imposible

No es casual que Spielberg haya centrado su atención sobre la figura de Lincoln. En un periodo especialmente convulso, Lincoln fue capaz de “reformular” EEUU. Eliminando la gangrena que suponía la existencia en el seno de la Unión de un Sur escandalosamente esclavista.

Para vencer las resistencias de los grandes propietarios esclavistas, Lincoln tuvo que recurrir a un sinfín de “trapacerías políticas” –comprando los votos de varios congresistas, como se refleja en la película- o desencadenando una sangrienta guerra que costó medio millón de muerto.

Pero la abolición de la esclavitud supuso una conquista democrática, y permitió a EEUU dar, tras la Guerra de Secesión, un gigantesco salto adelante que lo convertiría en poco tiempo en la primera potencia mundial.

De alguna manera, Spielberg reclama un nuevo Lincoln que consiga sacar a EEUU del marasmo económico, político y social al que lo conduce su declive imperial. Apelando a la “capacidad de regeneración” demostrada en la historia norteamericana.

Lo hace desde la “sensibilidad progresista” de Hollywood. Y “dando cabida” también a la “izquierda extra-oficial”, como lo demuestra el hecho de que el guionista de “Lincoln” sea Tony Kurshner, uno de los dramaturgos más críticos y radicales de la escena americana.

¿Pero es “real” el deseo de la película… o se trata de una quimera? ¿Es posible, en los EEUU del siglo XXI, “un nuevo Lincoln”?

Un solo aspecto del pensamiento de Lincoln –y que no aparece en la película- nos permitirá contestar con rotundidad.

En su respuesta a los sindicatos de Nueva York, Lincoln subrayó que “vosotros habéis entendido mejor que nadie que la lucha para terminar con la esclavitud es la lucha para liberar al mundo del trabajo, es decir, a liberar a todos los trabajadores. La liberación de los esclavos en el Sur es parte de la misma lucha por la liberación de los trabajadores en el Norte”.

De hecho, Lincoln simpatizaba abiertamente con las demandas socialistas del movimiento obrero. Por eso, en uno de sus discursos afirmó que “el mundo del trabajo antecede al capital. El capital es el fruto del trabajo, y no hubiera existido sin el mundo del trabajo, que lo creó. El mundo del trabajo es superior al mundo del capital y merece la mayor consideración (…) En la situación actual el capital tiene todo el poder y hay que revertir este desequilibrio”.«En los EEUU actuales ya no es posible un presidente como Lincoln, con simpatías filo-socialistas»

A muchos les sorprenderá saber que la obra de Karl Marx ejerció una poderosa influencia sobre Lincoln.

La Primera Internacional llegó a enviar una calurosa carta de felicitación a Lincoln, escrita por Marx y Engels. Lincoln respondió la misiva agradeciendo el apoyo de los trabajadores del mundo a sus políticas, en un tono cordial que creó gran alarma entre los establishments económicos, financieros y políticos a ambos lados del Atlántico.

¿Alguien puede creer que un presidente así –que aunque no fuera marxista, si profesaba simpatías “filo-socialistas”- es posible en los EEUU actuales?

Incluso la historia norteamericana transcurrió por caminos muy diferentes de los que soñaba Lincoln. La abolición de la esclavitud no supuso “la liberación del mundo del trabajo”. Los negros debían dejar de ser esclavos para convertirse en obreros que pudieran ser explotados. Por eso la burguesía del Norte industrial apoyó la política abolicionista de Lincoln, pero sometiendo al incómodo presidente a un marcaje tan estrecho que acabó siendo asesinado.

La Guerra Civil norteamericana no supuso solo la victoria del Norte frente al Sur. En ella se gestaron las grandes fortunas que luego conformarían la gran burguesía norteamericana. Liberado de las trabas de la esclavitud, EEUU emprende rápidamente el salto al capitalismo monopolista. Levantando, sobre las ruinas de la vieja Unión, un nuevo Estado, propiedad ya exclusiva de la nueva burguesía monopolista.

El grado de concentración del poder económico y político, y del control de la clase dominante, ya no permitirá que “figuras incómodas” como Lincoln –que incluso se permitía simpatías filo-socialistas- hagan carrera.

Ay Wall Street

El tema que trata “Django desencadenado” es el de la llegada de a venganza de los oprimidos, dando rienda suelta a un larvado odio de clase, que no descansa hasta destruir por completo el poder que los ha sojuzgado.

Una oleada de destrucción que tiene como objetivo y recompensa la conquista del paraíso antes negado. Personificado, como no podía ser de otra manera, en una mujer.

No esperen grandes proclamas políticas. Ni siquiera un análisis poco elaborado.

Tarantino es pura visceralidad. Una fuerza que no se mueve por razones, sino por puro olfato.

Y que sabe re-elaborar materiales de la cultura popular denostados por los gurús académicos, hasta convertirlos en verdaderas obras de arte.«Tarantino nos muestra como la furia de los oprimidos se desencadena… para conquistar el paraíso»

En este caso se atreve a mezclar el spaghetti-western con la historia norteamericana o la mitología alemana.

La esclavitud de los negros norteamericanos es el marco que desencadena la acción. Presentada en toda su crueldad. Ofreciéndonos un poder que dispone, sin límite alguno, de la vida y la muerte. Porque los esclavos, como se nos recuerda permanentemente, no son personas, son solo propiedades de las que se espera extraer una ganancia.

Excelente Di Caprio en su papel de gran propietario esclavista, preocupado por ofrecer una decadente cara “afrancesada”, y capaz de las mayores crueldades.

Extraordinario Christoph Waltz encarnando al Dr. King Schultz, un dentista reconvertido a caza recompensas, que detesta la esclavitud pero que explica con la mayor tranquilidad que su oficio es asesinar bajo la protección de la ley y luego traficar con los cadáveres.

Pero el gran protagonista es Django, su recorrido desde esclavo a hombre libre.

Para elevar a los que habían sido condenados a no ser nada, se eleva a Django a la categoría de héroe mitológico. Transformándolo en un nuevo Sigfrid capaz de cualquier cosa para rescatar a Broomhilda, su mujer, de las fauces del dragón, que no es otro que Calvin J. Candie, el terrateniente esclavista.

Django conquistará el paraíso, liberará a Broomhilda. Pero no se contenta con eso. Su odio de clase hacia los grandes propietarios es feroz, despiadado, incontrolable. Y no descansa hasta dinamitar la mansión señorial, el símbolo de la continuidad, generación tras generación, del esclavismo.

Dos miradas, dos sensibilidades

“Lincoln” y “Django desencadenado” son algo más que nos versiones distintas de un mismo episodio, la esclavitud. Son dos miradas, dos sensibilidades enfrentadas, hacia el corazón del imperio.

Spielberg, mucho más racional, “confía” en que la superpotencia “se regenere” una vez más, “suavice” sus excesos imperiales, y vuelva sus ojos hacia su lado más democrático.

Tarantino, sin asomo ni pretensión de análisis, contradiciéndose a sí mismo muchas veces, nos pone encima de la mesa el antagonismo, nos recuerda que no será posible ningún pacto ni acuerdo, y anticipa que la furia de los oprimidos acabará “desencadenándose”.

Como siempre, el corazón acierta allí donde la cabeza no encuentra razones.

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