El Observatorio

El corazón del daño

María Negroni ha construido con este texto uno de los “dispositivos literarios” más poderosos y relevantes de lo que llevamos de siglo

Se agotan, en prensa y suplementos culturales, los conceptos que aspiran a definir qué es exacta y literariamente un texto como El corazón del daño. ¿Novela? ¿Libro de memorias? ¿Ensayo sobre la escritura y la vida? ¿Autobiografía poética? ¿Poema narrativo sobre un mundo? ¿Texto sinfónico?… Ningún esfuerzo taxonómico puede abarcar lo que es, simplemente, literatura en estado puro, una extraña y singular pureza que cada vez vemos brillar con menos asiduidad en el panorama literario mundial. María Negroni nos hace un regalo que no podemos dejar pasar.

La poeta, ensayista y escritora argentina, nacida en Rosario en 1951, y con largos periodos de docencia en universidades neoyorquinas, es la autora de una obra diversa, compleja, profunda, estimulante y variada donde hallamos libros de poesía (Archivo Dickinson, 2018), ensayos (El arte del error, 2016), novelas (El sueño de Úrsula, 1998) y otros textos inclasificables, que han sido traducidos al inglés, al francés, al italiano, al sueco y al portugués, y que le han valido premios, reconocimientos y distinciones en media docena de países (ninguno, por cierto, en España).

El corazón del daño (Narrativa Random House, 2023) es, por ahora, su ultima “novela”. Una novela dedicada a La Madre. O a la relación Madre-hija. O a cómo la vida de la hija fue posible a la sombra de la Madre. “Un censo de escenas ilegibles”, afirma Negroni, en las que se sustancia (y se lleva a cabo “un ajuste de cuentas”) con una madre desesperada y desesperante; un ejercicio de desmontaje de una vida que cabalga todo el tiempo de la simbiosis íntima al enfrentamiento radical, hasta que se produce la huida de la hija de la casa común y su inmersión en la clandestinidad revolucionaria (una clandestinidad revolucionaria que acabó incendiando Argentina y todo el continente hasta que se la sofocó con mano de hierro, dejando los huesos de una generación, como decía Boñaño, enterrados por toda América Latina).

Con una voz a la vez concisa y poética, directa y voluptuosa, Negroni va echando mano de todos los recursos narrativos pensables (la nota íntima, la observación sagaz, la apostilla urbana, la crónica política, la cita literaria, la balada del exilio, el canto lúgubre del duelo…) para acabar construyendo “un pequeño libro de mi puño y cuerpo, seguramente errado en su tristeza”.

El corazón del daño es literatura en estado puro

Como afirma Richard Howard, de The Paris Review, acerca de El corazón del daño, uno lee este texto “con la rara certeza de que esto es literatura, una secuencia de enunciados apasionados y tristes que nunca abandonan la singular elegancia de su dicción”.

Ya la Advertencia inicial de la autora nos da aviso de qué quiere decir todo esto:

La literatura da cuenta de que la vida no alcanza, dijo Pessoa. Puede ser. Más probable es que la vida y la literatura, siendo amabas insuficientes, alumbran a veces -como una linterna mágica- la textura y el espesor de las cosas, la asombrada complejidad que somos. Es lo que busqué, Madre” (p. 9).

“El espesor de las cosas, la asombrosa complejidad que somos”. Sí, de esto va el libro de María Negroni,

Y al tiempo que aprovecha para hurgar en las entrañas del mundo y en los meandros de la vida, de las relaciones familiares, de las complicaciones de la vida con la Madre, de la construcción de un yo problemático, María Negroni va reflexionando en voz alta sobre la esencia y el valor de la escritura, abogando clara y explícitamente por la “escritura indócil”: “La que acentúa su rareza, se concentra en la historia de nadie, los problemas de nadie, el significado del mundo y la eternidad”.

“Un libro, cita Negroni, es una perplejidad de la claridad”. Nada hay seguro e inequívocamente cierto, hacer la pregunta correcta, incluso “mejorar” esa pregunta, mucho más que encontrar respuestas unívocas, es la función posible de la escritura. Esp no quiere decir que la literatura sea inútil o inválida, “la escritura, dice, es un asunto grave”: “No basta con recoger os restos del naufragio. Hay que instalar, en medio de las ruinas, las marcas de la obsesión. Y después dejarse embeber, eludiendo el tedio de cualquier presente. Todo lo que se pide es ser la intemperie misma. Tirar del hilo de lo que no se sabe, para hilar con eso un pensamiento ciego. A veces por esos vericuetos se llega lejos. Se abandona la estupidez”.

Un libro, cita Negroni, “es una perplejidad de la claridad”

María Negroni, como todo gran escritor moderno, explicita los fustes y los límites de su escritura, no dejando que nada se dé por hecho o por cierto, sin revisarlo de arriba abajo. ¿Cuál es el estatuto de mi escritura? “¿Es posible escribir lo que se vive? ¿Tomar como punto de partida una pequeña huella y copiar sin comillas, como enhebrando, eso minúsculo que apenas ve nuestra miopía?”. ¿Además teniendo en cuenta que “cada saber produce su propia ignorancia”? En la dificultad está el verdadero camino.

El libro de María Negroni bien podría llevar como encabezamiento la cita de la gran poeta rusa Marina Tsvietáieva, citada en la página 24: “¡Inagotable el fondo materno!”. Llegar a ese fondo es imposible. Una batalla perdida: “Hay batallas que no pueden ganarse ni perderse: esa es mi poética”. Además, como añade renglones más adelante: “La única verdad no es la realidad”, “siempre se busca la noche originaria. Lo sensorial a oscuras”.

Como afirma Verónica Abdala, en Clarín, “esta novela es a la vez testimonio, ensayo, pensamiento filosófico. También una reflexión honda sobre la infancia, el sentido último de la existencia y la extrañeza de la vida (…) La de Negroni es una escritura que se construye en base a miniaturas preciosistas y se vuelva inmensa”.

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