Exposición de Marc Chagall en el Museo Thyssen

El color del inconsciente

Marc Chagall construyó un delirante universo, tan cercano como irreal, tan transparente como misterioso. Dándole una personal vuelta de tuerca a las vanguardias, consigue que revivamos las olvidadas, y por ello mismo poderosas, llamadas del inconsciente.

La exposición de Marc Chagall en el Thyssen, la primera vez que podemos disfrutar de una retrospectiva completa de su obra, es una oportunidad única para acercarse a uno de los artistas más inclasificables de las vanguardias.

Porque Chagall es al mismo tiempo tradicionalista y vanguardista, realista y surrealista, conservador y subversivo… Hasta el punto de no acertar a distinguir donde termina una cosa y empieza otra.

Chagall no puede explicarse con la cabeza, sólo entenderse con el corazón. No le interesa nuestra capacidad para razonar, sólo empuñar las emociones como un puñal aparentemente romo, pero que cuando lo tocas corta.

En el particular universo de Chagall hay novias siempre vestidas con el blanco de la pureza, pero que con sus dos cabezas nos arroja un abismo que quiebra el aparente sosiego. Hay amantes con cabeza de cabra, que nos contraponen un delirio animal a sus aparentemente educados modales. Hay imágenes bucólicas de la vida en el campo, pero distorsionadas por los colores o por imágenes colocadas boca abajo.

Chagall fue surrealista antes de entrar en contacto con las vanguardias en París. Tal y como declara en su autobiografía, “mi estilo era un poco raro para los franceses. Tal vez un arte insensato, un mercurio flameante, un alma azul que resurge sobre mis telas”.

Porque Chagall había absorbido el cubismo, el fauvismo, el expresionismo… pero siempre fue un “verso libre”, un iconoclasta, seguidor de las vanguardias pero incapaz de encuadrarse en ninguna, dinamitador de la tradición pictórica pero siempre fiel a la figuración.«Chagall está en España. No pueden perder la oportunidad de disfrutar de su delirio.»

En el fondo, Chagall sólo utiliza las vanguardias para volver a revivir su infancia en una pequeña aldea bielorrusa. Su material primigenio es esa infancia que se niega a someter sus deseos imposibles a la realidad, que se rebela a encuadrar su libertad recién estrenada a las renuncias que impone la madurez.

Chagall no sólo participó de las vanguardias parisinas. El estallido de la revolución rusa le devuelve a su patria, para enrolarse en las filas bolcheviques. Se enroló en el ejército rojo, y ganada la guerra, el Ministro de Cultura Soviética lo nombró Comisario de Arte en su región natal, donde fundó una escuela.

Pero los posteriores mandatos, ya en época de Stalin, del “realismo socialista” como única línea oficial ahogarán las vanguardias soviéticas y obligarán a Chagall a emprender de nuevo el rumbo del exilio.

Durante un breve periodo –coincidiendo con la barbarie nazi-, Chagall cambió los sueños por las pesadilla, los colores optimistas por los tonos sombríos.

Pero el monstruo enmudeció, y la paleta de nuestro pintor volvió a llenarse de esa irrealidad cotidiana, de esa emoción propia de la infancia, tan aparentemente sencilla y suave como compleja y salvaje en el fondo.

Chagall, ese “poeta con alas de pintor”, como lo definió Henry Miller, el que, en palabras de Bretón, “consiguió que la metáfora hiciera su entrada triunfante en la pintura moderna”, está en España.

No pueden perder la oportunidad de disfrutar de su delirio.

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