Cine

El Circo De La Iglesia

«No somos artistas alternativos, somos trabajadores. Nos pagan por hacer un trabajo y tenemos la responsabilidad de hacerlo bien». Estas son algunas de las palabras que pronunció Álex de la Iglesia en su agitativo discurso de la ceremonia de los Goya. Y ya no cabe ninguna duda de que predica con el ejemplo. Las calles del centro de Madrid, los estudios de la Ciutat de la Llum en Alicante, o incluso el casco antiguo de la pequeña ciudad de Alcoy, han sido testigos del paso de su circo ambulante, que pretende combinar los elefantes y los trapecistas, con los atentados de ETA y los acontecimientos de nuestra Transición, en un cóctel que promete ser un nuevo éxito rotundo del cine español.

Payasos, televisión y terrorismo, son los ingredientes que el director y guionista mezcla ara dar su particular visión cómica, grotesca y negra del “circo” que España fue en los 70, intentando reconstruír esa visión de su infancia en la que, como el dice “veías en la televisión a Miliki cantando con los niños, para acto seguido descubrir que el Presidente del Gobierno había volado por los aires”. Balada triste de Trompeta es el título de este proyecto en el que, recogiendo todo el particular universo del director, se combina la cultura popular con histriónicos personajes llenos de tensión, al borde de la locura, donde ninguno de los elementos que conformaban la realidad de la época queda bien parado. Los entresijos de la trama, así como la espectacularidad o decadencia de sus imágenes, los iremos descubriendo a medida que avance el proceso de promoción del film. Sin embargo, hay muchas más cuestiones que hacen llamativa la noticia de este rodaje, y casi todas giran en torno a la figura de Álex de la Iglesia. El bilbaíno demuestra en los hechos cual es su firme posición respecto a lo que el mundo del cine debe representar en España. Su papel al frente de la Academia ha sido decisivo para impulsar un cambio de linea, disidir con la política de persecución en Internet, atacar explicitamente a la polémica orden ministerial de Ignasi Guardans, y apostar por el trabajo y el sacrificio, así como por la defensa de todos los profesionales que trabajan en el medio, grandes y pequeños. En la práctica esto significa también colgar el esmoquin nada más terminar la ceremonia, y tomar un tren para volver a su trabajo, un domingo a las 7 de la mañana. Renunciar a la actitud burocrática de algunos de sus predecesores, y despreciar abiertamente el hedonismo y la autocomplacencia de algunos de sus compañeros de profesión. Álex no ha aprovechado su posición para realizar una película de autor, íntima, personalista o presuntuosa en su discurso. Muy al contrario, se ha metido hasta las rodillas en el cenagal de un rodaje de lo más complicado, con decenas de actores, decorados que a duras penas se pagan, horarios de espanto, y un sinfín de dificultades que superar a contrarreloj, y que él mismo relata periódicamente en el blog del rodaje, donde los aficionados pueden compartir reflexiones en torno a su trabajo diario. Álex es amable en el trato cercano, pero duro e implacable como director. Contagia a sus actores de ese sentimiento de “guerreros” para someterlos a todas las locuras que se le ocurren en sus guiones; y como suele ocurrir con los entrenadores exigentes, en lugar de ganarse el desprecio de sus subordinados lo que consigue es su respeto y admiración incondicional. Porque Álex es visceral, pero justo y agradecido, tanto con los que han trabajado con él, como con todos aquellos que pueblan su extenso imaginario cultural; habiéndose convertido en un ejemplo de director que se empeña en recuperar a lo mejor de nuestro cine, a sus mejores actores, en ocasiones olvidados y abandonados a su suerte, sin importarle los dictámenes de la moda o de esta industria, a veces tan cruel.

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