Nicolás Maduro ha ganado las elecciones en Venezuela con prácticamente los mismos votos que en las pasadas elecciones regionales de 2017. Se consolida su recuperación tras la aguda desestabilización de Venezuela. Sin embargo, el país está profundamente polarizado. La participación ha bajado hasta el 46%, una cifra récord de abstención.
El chavismo ha vuelto a alzarse con el triunfo electoral, con 5.823.728 votos. El principal adversario de Maduro, el derechista Henri Falcón, tan solo obtuvo 1.820.552 apoyos. Los otros opositores quedaron aún más lejos: Javier Bertucci alcanzó los 925.042 votos y Reinaldo Quijada los 34.614.
“El pueblo de Venezuela se pronunció y les pedimos a todos y a todas, nacionales e internacionales que respeten los resultados electorales, que respeten al pueblo que decidió y lo hizo en paz”, exigió la presidenta del Consejo Nacional Electoral de Venezuela, Tibisay Lucena, que recalcó que los comicios han transcurrido “con gran tranquilidad y gran civismo”.
Pero la victoria legítima del chavismo, que igualó los resultados de hace 7 meses en las elecciones regionales, no puede ocultar el récord de baja participación, un 46%. En las últimas elecciones presidenciales de Venezuela, celebradas en 2012, la participación alcanzó casi el 80%. Aunque derrotada, la oposición ha logrado hacer mella en el proceso, y ahora busca desligitimarlo.
Henri Falcón ya ha anunciado que no acata el resultado, no solo por la baja participación, sino «por las reiteradas violaciones a los acuerdos preelectorales por parte de Maduro», algo que ha secundado el tercero en discordia, Bertucci. El resto de la oposición -los sectores más duros de la derecha proyanqui venezolana, que ni siquiera han participado en los comicios y han llamado a su boicot- siguen enrocados en buscar el enfrentamiento con el gobierno.
Por supuesto, ni EEUU, ni la UE, ni el Grupo de Lima (los gobiernos latinoamericanos bajo la batuta de Washington) han reconocido la victoria de Maduro, algo que ya se daba por hecho antes de los resultados. Días antes de las elecciones, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, habló de «fraudulentas elecciones» que «no cambian nada».
Sin embargo, los observadores internacionales han avalado los resultados. El ex-presidente español Jose Luis Rodríguez Zapatero -nada sospechoso de complicidad con el chavismo- ha declarado que, aunque el sistema de votación venezolano es «perfectible, como otros”, ofrece las «garantías básicas» de siempre. Zapatero ha asegurado que las condiciones de este proceso electoral «son las mismas» de las legislativas de 2015, en las que la oposición de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ganó de forma contundente. «Yo ví cómo la gente votaba libremente, y cómo libremente ganó la oposición por dos millones de votos. Las condiciones son ahora las mismas», ha remarcado.
La oposición derechista, Washington y sus altavoces de repetición argumentan que la baja participación deslegitima el resultado. Cierto es que la polarización de la opinión pública en Venezuela obliga al gobierno de Maduro a trabajar denodadamente por coser las profundas heridas del país, a buscar la paz y el consenso de una nación dramáticamente dividida. ¿Pero una participación del 46% deslegitima el gobierno de Maduro? ¿Quién lo dice, cuándo lo dice y para qué lo dice?
La baja participación es una fortísima señal de alarma que no puede ser ignorada por el gobierno bolivariano, por supuesto, y constituye un récord de abstención en un país que suele registrar altas tasas de votación. Pero si echamos un vistazo a los países de su entorno, veremos que las tasas de participación por debajo del 50% no son en absoluto una rareza: antes bien, son la norma.
Las últimas elecciones presidenciales en Colombia (2014) registraron una partipación del 48% en la segunda vuelta. Juan Manuel Santos sacó el 25,7% de votos en la primera vuelta y el 51% en la segunda. ¿Que posición adoptó entonces Washington, la UE, o la Organización de Estados Americanos? ¿Llamaron a desconocer el resultado y repetir las elecciones? Claro que no.
En las pasadas elecciones federales mexicanas (2015) se registró una participación del 47,7%, en un ambiente donde los fraudes electorales, las irregularidades y los pucherazos caciquiles son la norma y llevan décadas campando a sus anchas. El PRI de Peña Nieto pasó a gobernar el país con apenas el 30% de los votos. ¿Qué dijeron entonces el Departamento de Estado, las cancillerías europeas o los medios de comunicación occidentales, incluídos los principales rotativos españoles? ¿Clamaron contra la «dictadura mexicana» y «la falta de democracia»?
Bill Clinton alcanzó la Casa Blanca en 1996 con un 49% de participación. Trump ganó las elecciones con un 55% del censo, y sacando menos votos que su rival, Hillary Clinton. Por no hablar de sonados pucherazos como el escándalo de las papeletas de Florida (2001) que dió a Bush las llaves del gobierno de EEUU. ¿Quién exigió entonces la repetición de las elecciones?
La honda división que vive Venezuela, aunque producto en lo principal de un proceso de desestabilización made in USA, es en parte responsabilidad de los errores (algunos de ellos graves) cometidos por los gobiernos de Maduro. Pero su resolución y rectificación son un asunto interno de ese país.
No podrá volver la paz ni la concordia a Venezuela, no podrán resolverse adecuada ni justamente las contradicciones en el seno del pueblo, sin denunciar y desenmascarar a los que -dentro y fuera del país- utilizan esos errores para tratar de erosionar, desestabilizar y derribar al gobierno bolivariano, para volver a colocar a Venezuela bajo el pesado yugo de los Estados Unidos.