Las sorprendentes declaraciones del «presidente golpista» Roberto Micheletti, calificando de «error» la expulsión de Zelaya del país, responsabilizando a los militares del golpe y autoexonerándose del mismo -además de un ejercicio magistral de cinismo- revelan las grietas de un régimen que, tras tres meses y medio de represión, comienza a acusar los efectos del aislamiento, y sobretodo, de un movimiento popular de resistencia que crece día a día.
En declaraciones a la revista brasileña Veja, el residente de facto del régimen de los golpistas hondureños califica de “error” la forma en cómo se “depuso” al presidente electo, Manuel Zelaya en junio, y lo achaca a la voluntad de los militares de evitar un derramamiento de sangre, dado el “gran número de seguidores de Zelaya”. "Sí, fue un error” –admite Micheletti- “Los militares deberían haberlo llevado a los tribunales, pero decidieron sacarlo del país para evitar un derramamiento de sangre. Por eso decidieron llevarlo a Costa Rica. [En Honduras] no habría una prisión segura para él". Además se quita cualquier responsabilidad en la asonada: "Yo no soy responsable de esa decisión. Sólo fui informado del procedimento”, y afirma que gobierna Honduras desde entonces “obedeciendo a la Constitución”. Más allá de la hipocresía y la miseria moral del jefe de los gorilas hondureños, estas declaraciones no muestran precisamente a un régimen sólido, a la ofensiva y respaldado firmemente por sus padrinos norteamericanos, sino un núcleo aislado, a la defensiva y con visibles fisuras entre su cabeza política –Micheletti- y el brazo militar –encabezado por el general Romeo Vasquez-. ¿Qué ha pasado en estos tres meses? Para empezar, el golpe fue alentado desde Washington, pero probablemente no desde la Casa Blanca. Una asonada de estas características no parece casar con la línea internacional de Obama, ni tampoco con los ejes de la política latinoamericana de su Administración. La correlación de fuerzas en América Latina ha forzado a los estrategas de Obama a cambiar el “garrote latinoamericano” de la línea Bush –representado en personajes como Álvaro Uribe o en episodios como el golpe de Estado de Venezuela en 2002- por una estrategia del “palo y la zanahoria”, que intenta contener el avance del Frente Antihegemonista con una política más sutil, basada en la diplomacia y en la cooptación. Como los propios dirigentes de la resistencia Hondureña afirman, “por un lado, Obama condena el golpe, por otro lado, el complejo militar–industrial norteamericano lo apoya.”. La asonada de los gorilas hondureños parece tener la firma de la linea neocon, y la trayectoria del embajador norteamericano en Tegucigalpa, Hugo Llorens -diplomático nombrado por Bush y en permanente contacto con los militares y la oposición antes del Golpe- parece corroborarlo. La posición de Obama ha sido de una calculada ambigüedad: no ha retirado la financiación a Honduras ni ha restringido tratado comercial ni diplomático alguno con los golpistas, pero de cara a la galería ha tenido que condenar la asonada y aislar al régimen. En segundo lugar, la respuesta internacional, en particular de los países latinoamericanos ha sido rápida, contundente y ejemplar, aislando y condenando a los golpistas y no dejándoles resquicio alguno. Las dos principales cabezas de América Latina, Venezuela y Brasil, han respaldado al legítimo presidente de forma decidida, primando en este caso más el aspecto de alianza entre Río y Caracas que el de rivalidad.En los años anteriores, las relaciones entre Zelaya y Hugo Chávez han sido especialmente intensas. Pero ha sido el gobierno brasileño el que ha permitido dar un audaz y valiente giro a la situación, permitiendo al presidente Zelaya regresar clandestinamente al país y permanecer en su embajada desde el 21 de septiembre. El ultimátum del régimen golpista a Río de que expulse a Zelaya de su sede diplomática –con amenazas de asalto incluidas- ha sido rechazado tajantemente por Brasil, afirmando que ni siquiera reconocen la legitimidad del Gobierno de Micheletti. Pero ninguno de estos dos factores –con ser importantes- permiten explicar el callejón sin salida de los golpistas hondureños. El protagonista de su anunciada derrota es, con mucho, el propio pueblo hondureño. Acostumbrados a las intrigas político-parlamentarias y a la impunidad que han disfrutado desde los sangrientos regímenes de los 80, los militares y vicarios de Washington en Honduras no contaban en absoluto con un pueblo pleno de energía y fuerzas de resistencia, que como afirman los propios dirigentes del Frente Nacional de Resistencia, Erasto Reyes y Betty Matamoros [entrevistados por este mismo diario] “ha aprendido más en 90 días que en los últimos diez años”. Los golpistas –que siguen practicando una política sistemática de represión, secuestro, tortura y ejecuciones- esperaban desbaratar a los seguidores de Zelaya tras algunas semanas de ley marcial, pero las calles de Tegucigalpa son escenarios de enfrentamientos diarios y la agitación popular va en crecimiento, al tiempo que se consolida su nivel de organización y de conciencia. Un Frente Nacional de Resistencia que agrupa desde los sectores más revolucionarios hasta los más democrático-patrióticos se plantea no sólo el regreso del presidente legítimamente electo, sino un proceso posterior Constituyente que refunde Honduras y liquide las bases legales del sometimiento a EEUU, en línea con los que han conseguido los gobiernos revolucionarios de Venezuela, Bolivia o ecuador. La Constitución vigente en Honduras es una de las más rígidas del continente y fue redactada en los 80 bajo el régimen de terror auspiciado por la administración Reagan. Ha sido la heroica resistencia del pueblo de Honduras la que ha resquebrajado el bunker de los golpistas, la que ha hecho su régimen un cadáver inviable. Como otros pueblos latinoamericanos, nos brindan una valiosa lección de cómo frustrar los planes de gigantes otrora aparentemente invencibles.